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viernes, 21 de marzo de 2014

Un pueblón llamado San Miguel


Comencé a frecuentar San Miguel a finales de 2001, al poco de haber migrado a El Salvador. Me he dejado perder incontables veces por la cuadrícula de su parte vieja, he comido pupusas en el mercado a cielo abierto que es su centro, me he bañado en esa prolongación de la ciudad que es la playa El Cuco, he disfrutado en sus calles del popular Carnaval, y hasta he tenido el honor de ser jurado en la elección de la reina. San Miguel nunca aparecerá en esos pomposos listados de rincones del mundo que uno tiene que conocer antes de morir, pero tiene algo, personalidad propia, es un lugar que se deja querer, adictivo. Creo que parte de su encanto radica en su condición de ciudad pueblón, dicho en el sentido más puro e inocente de la palabra: pueblón como pueblo grande, sin carga peyorativa alguna. Es cierto que el título oficial de ciudad lo tiene desde el siglo XVI, que es cabecera departamental y que en toda la zona oriental del país no hay otro poblado más poblado, pero exhala esa entrañable sensación de que todos conocen a casi todos. 

Fotografía Roberto Valencia

lunes, 28 de enero de 2013

Noveno comunicado de las pandillas


[Al igual que sucedió con los dos anteriores, este comunicado fue rubricado no solo por las pandillas Mara Salvatrucha 13 y Barrio 18, sino también por otras tres que operan en El Salvador: Mao-Mao, Mara Máquina y Mirada Lokotes 13. El texto fue leído en una conferencia de prensa que tuvo lugar en el Centro Penitenciario La Esperanza (más conocido como Mariona) en la tarde del lunes 28 de enero de 2013.]

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Los voceros nacionales de las pandillas MS-X3, Barrio 18, Mao Mao, Máquina y Mirada Locos al pueblo salvadoreño y demás pueblos del mundo hacemos saber:
  1. Que, con fecha 24 de enero, ha circulado en nuestro país y también en el mundo entero, un documento emitido por el Departamento de Estado de Estados Unidos conteniendo una “alerta de viaje para El Salvador” cuyo contenido dibuja una imagen aterradora de este país, con lo cual se pretende asustar y desestimular a todos aquellos que quieran visitarlo, ya sea en viaje de negocios o placer. La información utilizada que sirve de sustento a tal “alerta” es desfasada, ya que cita datos de 2010-2011. Presumimos que al momento de redactar dicho documento, la sede diplomática de Estados Unidos en El Salvador no se esforzó en proveer de información actualizada al Departamento de Estado sobre la nueva realidad del país, que fue transformada en 2012. Nos resistimos a aceptar que pudo haber actuación dolosa inspirada por la amenaza de intereses de las grandes empresas estadounidenses que se lucran de la situación de violencia que agobia a los países de la región, pues encuentran en ellos un gran mercado para la venta de armas, sistemas de seguridad y todo tipo de tecnología relacionada con las estrategias de seguridad que promueve Estados Unidos.
  2. Tenemos entendido que desde hace algunos años el Gobierno de Estados Unidos suscribió un convenio de “Asocio para el Crecimiento” con El Salvador, razón por la cual nos extraña este tipo de publicaciones que en nada ayudan al crecimiento y desarrollo de El Salvador, pues se daña profundamente la imagen a nuestro país , lacera la dignidad nacional e invisibiliza todos los esfuerzos que los salvadoreños desde el 9 de marzo de 2012 estamos realizando para superar nuestro más grave problema; proceso cuyos resultados tienen sorprendido al mundo, pues los salvadoreños no solo hemos frenado el crecimiento de la violencia, sino que, la hemos disminuido de manera considerable y nos encaminamos a la recuperación de la paz social, algo que no sucede en el resto del mundo occidental, incluyendo Estados Unidos, donde cada vez se vuelve más frecuente que sucedan hechos terroríficos como el asesinato de decenas de menores en centros escolares y de jóvenes en las universidades.
  3. Entendemos las razones por las cuales Estados Unidos ha mantenido una actitud indiferente con el proceso de tregua y de paz que desde el 9 de marzo de 2012 está en desarrollo en nuestro país, del cual las pandillas salvadoreñas somos protagonistas, como parte integrante de toda la sociedad salvadoreña. Respetamos la posición de Estados Unidos al expresar dudas en cuanto a su sostenibilidad; no obstante, no se puede desconocer que este proceso ya lleva 10 meses de estar en desarrollo y, en lugar de debilitarse, se fortalece cada día más y se profundiza al llevarlo a los territorios posibilitando el involucramiento de muchos actores locales.
  4. Asumimos que la decisión de apoyar o no este proceso de tregua y de paz es decisión soberana del Gobierno de Estados Unidos, aunque desde nuestro punto de vista, obligado está a hacerlo, ya que tiene corresponsabilidad pues el fenómeno pandilleril fue importado de Estados Unidos a la región y lo alimenta mensualmente con la enorme cantidad de deportaciones que realiza. Si apoya el proceso, esa ayuda será bienvenida y agradecida por todos los salvadoreños; y, si no lo hace, al menos le pedimos que no lo obstaculice, porque derecho tenemos los salvadoreños de hacer nuestro mejor esfuerzo por recuperar la paz, ya que la libre determinación de los pueblos también es un derecho humano.
  5. A los ciudadanos de los demás países que deseen viajar a El Salvador y conocer su gente, sus paisajes, disfrutar de nuestro cálido clima y conocer la nueva realidad que está en desarrollo en nuestro país, les exhortamos a que lo hagan sin ningún tipo de temor; las pandillas salvadoreñas nunca hemos tenido línea de afectar a turistas y les informamos que desde este momento estamos girando instrucciones precisas para que se le respete aún más en su integridad desde el momento de su arribo a El Salvador, afín de que su visita sea lo más segura y placentera posible.
  6. Finalmente, por nuestra parte reafirmamos que nuestra voluntad no se quebranta y seguiremos contribuyendo a la solución del problema de la violencia en El Salvador. Cada vez más nos convencemos de que este es el camino correcto que debemos seguir transitando; en ese orden, comunicamos que al no más estar aprobadas las normas legales pertinentes haremos efectivo el compromiso de realizar la segunda entrega voluntaria de armas que con anterioridad ofrecimos.
El Salvador, 28 de enero de 2013.

Imagen: Ministerio de Turismo 
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miércoles, 12 de octubre de 2011

Un encuentro entre dos mundos

Miércoles, faltan 10 para las 3 de la tarde.

El taller Habilidades para la vida –para jóvenes en riesgo social– se realiza a diario en el aula más nueva de la Olla de la Soya, un especie de centro comunal ubicado en el mismísimo corazón del Jorge Dimitrov, el barrio más bravo de Managua. El aula es un lugar espacioso, en el que se agradecen los ventiladores taladrados al techo, lleno de fotos motivadoras. Asisten unos 30 jóvenes, y hoy lo conducen Sean y Megan, dos cooperantes estadounidenses.

La reunión se interrumpe cuando en la puerta asoman un grupo de turistas gringos y su traductor. Llegaron hace unos minutos en microbús, son una veintena, y dicen ser estudiantes de medicina y de liderazgo en el Augsburg College de Mineápolis. Llevan turisteando desde el domingo por Managua, en una modalidad que bien podría etiquetarse como Conoce-el-infierno-para-luego-no-quejarte-tanto. Han visitado el centro histórico, el mercado Huembes, un hospital público, una oenegé feminista… y ahora están cámara en mano en el Dimitrov, el barrio bravo de Nicaragua por antonomasia.

Tras unas palabras explicativas de Sean en inglés, se abre un turno de preguntas, pero los gringos no se animan. Tic-tac… segundos… tic-tac… incómodos… tic-tac… hasta que una pregunta rompe el silencio.

—¿Qué están aprendiendo hoy? –presta su voz el traductor a una de las turistas.
—Sobre la autoestima –responde un joven.

El traductor traduce. Murmullos…

—Más o menos ¿qué edades tienen en el grupo?
—De 15 a 29… –consensuan los jóvenes.

Más murmullos en ambos mundos…

—Any more questions? –se dirige el traductor a los suyos.
—…
—Are you good dancers? –eleva la voz una gringa, pura sonrisa.
—Ahhhh, ella quiere saber si hay buenos bailarines en esta sala…

Murmullos y risas. Luego, la despedida. Los turistas suben al microbús y abandonan, seguramente para siempre, el Dimitrov.

Fotografía: Roberto Valencia

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(Esta es la versión de una escena incluida en un crónica titulada Barrio Jorge Dimitrov, que fue publicada el 9 de octubre de 2011 en la sección Sala Negra del periódico digital salvadoreño El Faro)

jueves, 22 de septiembre de 2011

¡Esto es un Ataco!

¿Y aquí es tranquilo? La pregunta es la de rigor cuando se turistea en cualquier lugar del mundo, con más razón en un país tan descompuesto como El Salvador. Hoy el “aquí” es un pueblito de postal llamado Concepción de Ataco, en Ahuachapán, y la respuesta del encargado del hostalito fue que sí, que es tranquilo, en perfecta armonía con la buena vibra que me transmite el lugar. Pues bien, hace un rato mi esposa y yo vimos la ciclópea cruz blanca en medio del cerro y quisimos ver Ataco desde allá arriba. Y surgieron las dudas. No es paranoia gratuita, creo. No soy de esos salvadoreños que viven encapsulados, temerosos hasta de su propia sombra, de esos que solo conocen la pobreza por televisión. Soy asiduo de la 52 y de la 101-D, camino cuanto puedo y me gusta sobremanera almorzar o echarme unas Pílsener en algún chupadero del centro de San Salvador con mi amigo Francisco Campos. Pero diez años en El Salvador pasan factura. Y ahora, después de subir esta cuesta infinita entre brumas, arañas y cafetales, después de sentir la soledad, uno no termina de disfrutar este mirador privilegiado por la maldita sensación de que aquí y ahora algo malo podría pasar.

Fotografía: Iris Girón

viernes, 20 de mayo de 2011

El Caribe feo

Bluefields es la segunda ciudad más populosa del Caribe nicaragüense.El Caribe es casi un sinónimo de paraíso en otras latitudes; en España por ejemplo. Caribe suena a interminables playas de arena fina y blanca, suena a hamacas colgadas de palmeras inclinadas por algún huracán travieso, suena a ron añejo del bueno, suena a cruceros en barcos que parecen rascacielos, suena a todas las piñas coladas del mundo a cambio de mostrar una pulsera. Pero el Caribe es mucho más. El Caribe es pobreza.

Las mismas escenas se repiten en Cartagena de Indias, en Portobelo, en Livingston o en Roatán. A pocos cientos de metros de exclusivísimos complejos turísticos se levantan comunidades o barriadas en las que la miseria campa a sus anchas, casi siempre pobladas por afrodescendientes, siempre excluidas de las fotografías que aparecen en los afiches y revistas que promocionan la sucursal del paraíso. Aquí, en Bluefields, la pobreza tampoco hay que salir a buscarla;a cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad social la miseria lo busca y lo abofetea.

En Puntafría, un barrio de negros –como lo llama acá la mayoría mestiza en tono abiertamente despectivo–, hay un sencillo restorán llamado Bella Vista en el que por menos de diez dólares uno puede comer langosta.Esas son cantidades prohibitivas para muchos.

—Mira esos dos chavalos –me dice Carolina, una joven afrodescendiente que trabaja como mesera–; casi todos los días vienen a ver si les puedo dar algo de comida.

Los dos chavalos son dos hermanos, afrodescendientes también, y el mayor de ellos no tiene más de nueve años. Están metidos unos 20 metros en la achocolatada bahía de Bluefields y juegan, como niños que son, con un pedazo de plástico y un tronco que han rescatado entre la abundante basura que se acumula en la orilla.

—Cuando puedo, si no hay clientes y sin que se entere mi jefa, yo les doy algo de comer.

Viven con su madre unas cuadras arriba, por la cancha, me dice Carolina, pero las drogas hace tiempo que desintegraron ese hogar, y los dos chavalos salen a buscar en las calles lo que no les dan en casa: un plato de comida. Cuando están dentro el agua, como ahora, intentan llamar la atención de los pocos clientes del restorán. Si lo consiguen, ponen su mejor sonrisa, y cualquiera de ellos, o los dos al mismo tiempo, levanta una mano con los cinco dedos extendidos y rápidamente gesticula como si estuviera comiendo sopa. Así piden lo que para ellos ese día puede suponer la diferencia entre llevarse o no algo al estómago: cinco córdobas, 23 centavos de dólar.

Cambian actores e interpretaciones, pero en Bluefields la escena poco difiere de las que se ven cuando se baja al muelle, cuando se entra en el mercado municipal o cuando se camina por una comunidad paupérrima como Beholden.

Es casi la 1 de la tarde, y los chavalos aún no han comido, me dice Carolina. Pero juegan en el agua, juegan y sonríen. Cuando se ha visto tanta miseria en tantos lugares distintos de esta entrañable tierra llamada Centroamérica, está consciente de que es poco o nada lo que puede hacer. En mi mochila llevo un paquete de galletas y se lo tiro. Sin salir del agua lo abren, comparten el contenido y comen con avidez. El envoltorio lo dejan en el agua y pronto se juntará con el resto de la basura que hay en la orilla. Pero uno, con un plato de arroz con camarones y una cerveza sobre su mesa, no deja de sentirse como una mierda, la misma sensación que tengo mientras escribo estos párrafos.

Fotografía: Roberto Valencia

jueves, 3 de junio de 2010

La Pirraya


Hace unas horas todo era diferente. Ahora el agua ha sustituido al asfalto; hay lanchas y cayucos donde antes había autobuses y carros; manglar en vez de cemento; verde en lugar de gris; quietud y no zozobra. El hace apenas unas horas eran las agresivas calles de San Salvador. Y el ahora es un lugar llamado bahía de Jiquilisco, reducto de exuberante naturaleza situado a poco más de 100 kilómetros de la capital de El Salvador. Tan cerca y tan lejos.

Esta bahía es paradisíaca pero pocos lo saben.

—¿Y el turismo lo ven como oportunidad o como amenaza?
—Para nosotros sería una oportunidad todo y cuando el turista venga a observar nuestros recursos, no a dañar. La apuesta aquí es el turismo sostenible, el ecoturismo –dice Cristabel Flores, directora de Codepa, una ONG que trabaja en y por la bahía desde hace 11 años.

Turismo sostenible, dice.


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(Este es el inicio de una crónica publicada en la edición de octubre de 2009 de Panorama de las Américas, la revista de Copa Airlines.)

martes, 23 de marzo de 2010

Amanecer frente a la Isla del Coco

El barco lleva 34 horas huyendo del continente. Zarpó hace 500 kilómetros, y desde que abandonó el muelle lo único que ha hecho es adentrarse en el océano. Poco antes de las 5 de la mañana, la travesía está a punto de finalizar. El sol no asoma todavía, lo hará en unos minutos, pero clarea lo suficiente. Se identifica a lo lejos el perfil de la isla. Tierra firme, al fin.

Se acerca un pájaro grande, marrón oscuro y de pecho blanco. Llegarán más, similares y diferentes. Algunos vuelan tan a ras que parece que la punta de sus alas golpeará la superficie del mar.

—¿Qué pájaro es?
—Sula leucogaster —responde Michel Montoya, consultor ambiental.

A Montoya le gusta llamar por su nombre científico a los animales. Si ha conseguido una cara de asombro, lo traduce: “Piquero pardo”. Calza cachucha, es bajito y tiene barba canosa a lo Sean Connery. Nació hace 68 años, y 25 los ha pasado de una u otra manera relacionados con la isla. En su currículum se amontonan una veintena de artículos con títulos como “Sobre la formación de una colonia de Sula dactylatra en la Isla del Coco”. Él es uno de los dos instructores contratados en calidad de experto por los organizadores del viaje que recién inicia.

Las aves son el verdadero comité de bienvenida, pero, cuando el barco entra en una bahía, una de nombre Wafer, también se acerca un poderoso motor fueraborda Honda. Dentro van un par de guardaparques del Ministerio de Medio Ambiente costarricense. Uno maneja, el otro se rasca el brazo derecho.

Para entonces el sol ha salido y buena parte del cielo está ya azul. Donde no hay azul, hay nubes. Blancas, menos blancas, grises y más grises. Debajo, la isla, una inmensa roca compacta y elevada, sin espacio para playas, y verde, insultantemente verde. El francés Jacques Cousteau (1910-1997), quizá el oceanógrafo más famoso de la historia, también llegó con su buque Calypso aquí. Y describió así lo vio: “Emerge como un verdadero paraíso en medio del océano... es la Isla del Coco la más bella del mundo de todas cuantas he visitado”.

Hoy es 28 de abril, aunque eso poco importará durante los próximos cuatro días.



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Esta es una escena de una larga crónica publicada en julio de 2008 en la revista Séptimo Sentido, del diario salvadoreño La Prensa Gráfica.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Necroturismo a la salvadoreña

Fotografía: Roberto Valencia
“El lugar a donde vamos es la última morada de grandes personajes y es también de los sitios más tranquilos e increíbles que hay en la ciudad”, dijo el guía Benjamín Melara hace tres horas, cuando el bus cargado de turistas avanzaba hacia el Cementerio General. Era ya noche cerrada.

Incluso si se toma Centroamérica para la comparación, El Salvador tiene serias limitantes en el plano turístico. Es el único país sin costa caribeña, no tiene ruinas mayas como las de Guatemala ni reservas naturales como las de Costa Rica ni ciudades coloniales como las de Nicaragua. Y hoy por hoy es el país más violento del continente. Agudizar el ingenio para seducir al turista es casi una obligación.

Desde hace poco más de un año se organizan visitas guiadas a Los Ilustres, el sector del cementerio en el que están enterrados los ancestros de la poderosa oligarquía salvadoreña. El necroturismo, que es como se llama esta práctica, no se inventó aquí, ni mucho menos. Pero la peculiaridad de San Salvador es que los recorridos son solo nocturnos. Melara lo advirtió antes de desabordar: “Aunque tenemos lámparas, hay secciones sumamente oscuras, así que fíjense por dónde caminan, porque a veces hay agujeritos o algo”.

Los Ilustres está en el centro de la capital, junto al gigantesco mercado Central, entre la suciedad y el caos que genera. Se inauguró a mediados del siglo XIX y alberga mausoleos que impresionan. Como le ocurre al resto de la ciudad, tiene problemas de iluminación, de hacinamiento y de pavimentación, pero quizá todo eso sea parte de su encanto. Está limpio, con las zonas verdes cuidadas y la seguridad garantizada por policías armados.

“Es importante que miren a su alrededor, porque en cualquier lugar van a encontrar algún detalle bonito”, dijo Melara al poco de haber iniciado la caminata. Los detalles son las cruces y las lápidas, obvio. Pero también los ángeles alados, los querubines, las vírgenes y los cristos crucificados, obras de arte a la intemperie, hechas algunas de mármol de Carrara.

José Salvador Escalante llegó en el bus con su esposa Evy. Es salvadoreño pero reside en Estados Unidos desde que se fue a los 17 años. Ahora tiene 65. Supo del necroturismo por un correo electrónico y no quiso desaprovechar. Su bisabuelo era el ex presidente de la República José María Peralta, y su abuelo fue cuñado del también ex presidente Manuel Enrique Araujo, dos de los ilustres.

Pero Escalante hoy ha sido uno más entre la treintena de turistas que pagaron 15 dólares por el transporte, la visita guiada y una bebida.

—¿Qué le está pareciendo?
—Excelente –respondió tajante cuando aún faltaba la mitad del recorrido.

Recomendable, dijo también Escalante. Y no se trata solo de la belleza escultórica. En Los Ilustres descansan figuras trascendentes como el hondureño Francisco Morazán, padre del integracionismo centroamericano; el paraguayo Agustín Barrios “Mangoré”, guitarrista excepcional; o Justo Armas, nombre que la leyenda dice que adoptó el emperador mexicano Maximiliano I tras su supuesta llegada a El Salvador.

Entre los salvadoreños, los líderes comunistas Farabundo Martí y Schafik Hándal, el dictador Maximiliano Hernández o el mayor Roberto d’Aubuisson, considerado el autor intelectual del asesinato de Monseñor Romero. Pero más allá de los nombres más sonados, el recorrido por el cementerio permite al salvadoreño promedio conocer muchos porqués: por qué el principal hospital público del país se llama Rosales, por qué el hospital de niños se llama Bloom o por qué el museo de antropología se llama David J. Guzmán, por citar tres ejemplos.

“Aquí está enterrado mi presidente favorito, Manuel Enrique Araujo, y arriba, sobre la gran roca, vamos a ver un Cristo con los brazos extendidos que se parece al Cristo de Corcovado de Brasil”, dijo Melara en el tramo final de la visita. Y en efecto, apareció una escultura que se parece al Cristo de Corcovado de Brasil.

El recorrido ha terminado. Hay satisfacción generalizada. “Y la visita sirve para culturizar a nuestra propia gente, para que vean las riquezas culturales que tenemos y para que conozcan nuestra historia”, me había dicho Melara.

Ya dentro del bus que aleja a los visitantes del cementerio, Melara toma el micrófono, lo enciende, se gira, y con los brazos apoyados sobre el respaldo del asiento dice entusiasmado: “Ahora vamos por la alameda Manuel Enrique Araujo, y ahí mismo está el Museo David J. Guzmán”. Y en el bus se impone un silencio cómplice. Son los nombres de toda la vida que ahora tienen más sentido que nunca.

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(Este es una versión ligeramente modificada del relato homónimo publicado en elmundo.es el 23 de febrero de 2010)

viernes, 25 de diciembre de 2009

Don Balón y la Ruta de los Mártires

Noviembre, mediados. La Sala de los Mártires de la Universidad Centroamericana (UCA) parece otra; en realidad, es otra. Acaba de ser remodelada y luce radiante, diminuta como siempre, pero radiante. El aire acondicionado impide el silencio aunque uno esté solo, como me ocurre ahora, y refresca al punto de sentir frío. Las baldosas del suelo, negras; el techo y las paredes, blancas; y cristales, amplios cristales entre el visitante y lo expuesto.

Aquí hay mucho que mirar, pero lo que me ha traído esta vez, por un reportaje que debo escribir para un diario vasco llamado Deia, son las pertenencias personales del padre Ignacio Ellacuría. Están al fondo, justo debajo de un plano de la universidad. Ahí se encuentran, entre otras cosas, su pasaporte sellado, sus grandes anteojos, una taza, un par de plumas y el calendario que usaba como agenda, en el que señaló su último viaje en avión: Miami-San Salvador, el 13 de noviembre de 1989, con salida a la 1 de la tarde.

A la par, en la misma vitrina, se amontonan las posesiones de su amigo Amando López, también jesuita y también asesinado por el Ejército. Dos objetos llaman mi atención; son dos almanaques futboleros editados por la revista española Don Balón en 1987 y 1988. Uno verde y el otro azul, resumen los traspasos y las alineaciones de los equipos de la Liga española. En las portadas, las estrellas de entonces: los barcelonistas Aitor “Txiki” Begiristain y Andoni Zubizarreta, el madridista Bernd Schuster o el mítico guardameta realista Luis Miguel Arkonada. En las páginas de adentro, un salvadoreño inolvidable que jugaba en Cádiz.

Esos almanaques son apenas un detalle dentro de una sala matirial que transpira paz y que merecería ser más visitada.

Desde que se creó, el Ministerio de Turismo salvadoreño nunca ha promocionado lo que podría convertirse en un poderoso reclamo turístico, si es que no lo es ya sin promoción alguna. En los Airbus de Taca a uno lo intentan convencer de que el país tiene volcanes fogosos como los de Guatemala, bosques nebulosos como los de Honduras y playas extensas como las de Belice. Pero no se dice ni mu de algo que solo El Salvador ofrece: Monseñor Romero y los mártires jesuitas. Tiene cierta lógica –macabra– que el Gobierno los silenciara mientras estuvo en manos del partido ARENA, cuyo fundador –Roberto d'Aubuisson– es el asesino intelectual del arzobispo, pero que el actual Gobierno que se dice de izquierda no haya hecho nada en siete meses suena raro. Quizá algún día, además de Ruta de la Paz, Ruta Arqueológica o Ruta de las Flores, haya también una Ruta de los Mártires. Quizá.


Fotografía: Roberto Valencia
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