sábado, 31 de marzo de 2012

Pláticas con pandilleros (IV)


  • Temas generales de la conversación: condiciones en el penal de Zacatecoluca, Zacatraz
  • Fecha de la plática: 28 de septiembre de 2009
  • Estatus del pandillero: se presenta como alguien calmado dentro del Barrio 18, pero en realidad seguía activo en la facción de los Sureños; al momento de la entrevista está preso en el centro penal de máxima seguridad de Zacatecoluca, y condenado a 16 años por homicidio simple
  • Otros datos relevantes: es uno de los “viejos”, nació en 1967

Transcurrido un mes desde la toma de posesión de Mauricio Funes, con las nuevas autoridades recién asentadas, la Dirección General de Centros Penales tomó la polémica decisión de trasladar a uno de los líderes de la Mara Salvatrucha (MS-13) desde el penal de máxima seguridad de Zacatecoluca hasta el penal de Ciudad Barrios. Su nombre: Dionisio Arístides Umanzor, (a) Sirra, condenado a 30 años por secuestro y a otros 30 por homicidio agravado. Ese único movimiento saltó a la agenda mediática nacional e hizo que se pidieran las cabezas del ministro de Seguridad Pública y del director de Centros Penales. Una de las personas que arremetió con más dureza contra la medida fue el analista Paolo Luers, quien paradójicamente dos años y medio después ha tenido un papel clave en la estrategia gubernamental para legitimar el traslado no solo del Sirra, sino de toda la estructura de mando de la MS-13 y de las dos facciones del Barrio 18. Esta plática es con uno de los líderes ahora trasladados, y tuvo lugar el día después del regreso –como consecuencia del revuelo originado– del Sirra a Zacatraz. 

—Ha habido mucha polémica con el traslado del Sirra, de las dos letras…
—Sí, y ayer vino, je, je, je.
—Una de las justificaciones que dio el Gobierno para el traslado fue que ya había cumplido más del 10% de su pena en Zacatecoluca.
—¡Exactamente! Es que esa es la ley, pero no la aplican… Mire, yo tengo una condena de 16 años. Oíme bien: ¡16 años! Y ya llevo aquí más de tres años y tres meses. O sea, el 10% de mi sentencia, ¿cuánto sería? ¡Serían menos de dos años! Pongámosle tres años… ¡Ya me pasé igual!
—¿Cuánto dice que lleva acá?
—Tres años y tres meses (en efecto, llegó a Zacatraz el 20 de julio de 2006, por lo que el día de la entrevista ya llevaba tres años, dos meses y ocho días). Y escuchame, este penal fue creado para gente con delitos fuertes, y a mí me detuvieron por un delito simple, ¡un delito simple!
—Por homicidio, ¿no?
—Sí, pero homicidio simple. Me condenaron por homicidio simple. Y te voy a decir otra cosa: yo ya he metido una casación, porque no hay pruebas…
—¿Cómo es la vida aquí adentro?
—La visita aquí es cada 15 días, y te regalan 25 minutos a través de un teléfono, a través de un vidrio. O sea, no podés tocar ni a tus hijos ni a tu madre ni a tu señora. Me toca repartir 25 minutos entre tres personas: mi hijo de 9 años, mi señora y mi madre.
—¿Visita íntima tienen?
—No hay aquí. No hay nada de eso.
—¿Y la comida?
—Es una comida que te mantiene vivo, solamente, ¿me entiendes? Yo he perdido 60 libras. No te voy a decir que es mala o buena, pero es solo para pasarla.
—¿Hay tienda institucional?
—No hay nada de eso, no hay nada de eso.
—¿Pueden hacer llamadas?
—Hay un teléfono público que te dejan usarlo cada 15 días. A ver… sí, cada 15 días, porque un fin de semana tenés la visita y al otro tenés el teléfono. Y cada quien tiene que cancelar esa llamada. Y esa es otra, si no tenés tarjeta, si tu familia no te ha traído, te quedás sin poder llamar. 


Fotografía: Roberto Valencia
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Más sobre este tema:

sábado, 24 de marzo de 2012

La última misa de Monseñor Romero

La última misa completa a la que asistió Monseñor Romero no fue, obvio, aquella en la capilla del Hospitalito que no finalizó porque un disparo le perforó el tórax. Tampoco fue la misa en la basílica del Sagrado Corazón del día anterior, esa en la que pronunció la histórica homilía en la que, en nombre de Dios y del sufrido pueblo salvadoreño, suplicó, rogó y ordenó el cese de la represión. No. Monseñor Romero celebró su última misa entre campesinos, en una humilde iglesia consagrada a la Virgen de Lourdes en el cantón Calle Real, ubicado en el área rural del municipio de Delgado, a mitad de camino entre San Salvador y Apopa.

Fue su amigo Salvador Barraza quien lo llevó hasta Calle Real, y en esa ocasión los acompañó Eugenia, la esposa. Ellos tres más los tres hijos de la pareja habían almorzado antes en la casa, habían visto juntos televisión y hasta había sobrado algo de tiempo para que el invitado durmiera un rato la siesta. Al cantón llegaron cuando faltaban unos minutos para las 4, justo para el inicio de la misa en la que confirmaron a un buen número de jóvenes. Al finalizar, hubo pláticas con los campesinos, entrega de víveres para el Hospitalito y se tomó alguna que otra fotografía con los recién confirmados.

Entre unas cosas y otras les atardeció en el cantón Calle Real. Se despidieron de los pobladores, se subieron al carro, Salvador lo puso en marcha y los tres regresaron a la casa familiar. Allí cenaron sin saber que sería la última cena.

Fotografía: Archivo Fundación Monseñor Romero 
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Este es un fragmento del perfil sobre Salvador Barraza incluido en el libro Hablan de Monseñor Romero (Valencia López, Roberto: Fundación Monseñor Romero, San Salvador, 2011).

martes, 20 de marzo de 2012

Quien siembra impunidad...


Desde hace más de un año mantengo una fluida relación epistolar con el coronel Majano; incluso quedamos en Madrid una tarde para platicar. Como intuyo que para las nuevas generaciones de salvadoreños ese nombre poco o nada significa ya –Francisco Flores y Armado Calderón Sol también se habrán diluido dentro de medio siglo–, no está de más recordar que Adolfo A. Majano Ramos fue protagonista indiscutible en el golpe de Estado del 15 de octubre de 1979, uno de los pocos de corte progresista en la historia salvadoreña, que puso fin a tres décadas de gobiernos militares autoritarios. Majano no solo protagonizó el golpe, sino que integró la primera y la segunda Junta Revolucionaria de Gobierno hasta que, en diciembre de 1980, y después de sufrir varios atentados, optó por el exilio y se fue a Canadá.

Infiero que Majano, quien hoy es un activo septuagenario, sigue siendo un personaje incómodo para elestablishment guanaco, palabreja en la que incluyo a los dos bandos que primero hicieron la guerra, que luego firmaron la paz, y que, en esencia, son las mismas personas que en la actualidad administran –y se lucran– del poder político-institucional. Majano encarna el golpe de 1979, el último intento honesto por evitar la guerra, un golpe abrazado con entusiasmo incluso por Monseñor Óscar Arnulfo Romero, pero serruchado desde el inicio por la ultraderecha y también por los grupos de izquierda, ambas extremas convertidas paradójicamente hoy enestablishment.

Ahora bien, ¿qué pinta el coronel Majano en Sala Negra, un esfuerzo periodístico que trata de desenredar el complejo problema de violencia que afecta a Centroamérica en la actualidad?

Hoy es sábado, 25 de febrero, y Majano acaba de enviarme varios correos con copias digitales del informe preliminar original elaborado por la Comisión Especial Investigadora de Reos y Desaparecidos Políticos, la primera intentona estatal por recopilar, denunciar y tratar de corregir los atropellos cometidos por el propio Estado. El documento, de cuatro páginas mecanografiadas, está fechado el 23 de noviembre de 1979 (apenas diecisiete días después de que juramentaran la Comisión), y lo firman sus tres integrantes civiles: Roberto Lara Velado, Roberto Suárez Suay y Luis Alonso Posada.

Las conclusiones preliminares son sorprendentemente diáfanas y acusadoras. La Comisión explicita los nombres y apellidos de 18 personas (16 hombres, 2 mujeres) y acusa sin ambages de su desaparición y presumible muerte a la Guardia Nacional y a la Policía de Hacienda. No solo eso. Los autores recomiendan destruir las cárceles en los cuarteles de los cuerpos de seguridad estatales. No solo eso. El informe pide que el Estado indemnice económicamente a los familiares de los desaparecidos y/o asesinados. No solo eso. La Comisión denuncia a los miembros de la Corte Suprema de Justicia en los años anteriores “por su negligencia culpable”. No solo eso. Lara Velado, Suárez Suay y Alonso Posada solicitan enjuiciar “de inmediato” a los altos jefes militares de los dos gobiernos anteriores, incluidos los presidentes Arturo Armando Molina y Carlos Humberto Romero, sus ministros de Defensa y los directores de la Guardia Nacional, de la Policía de Hacienda y de la Policía Nacional.

En definitiva, la Comisión exigió que los responsables políticos de actos criminales –militares en activo, en su mayoría– se sentaran en el banquillo de los acusados, exigió poner un freno a la impunidad.

El informe final se presentó el 3 de enero de 1980, y las conclusiones y recomendaciones fueron similares, solo que más documentadas. Para esa fecha, sin embargo, en ambos bandos eran ya mayoría aplastante los que habían dado la espalda al diálogo y querían imponer su visión del mundo por la vía armada.

En esta coyuntura, el digno trabajo de la Comisión cayó en saco roto.

Los asesinatos en clave política son menos en la actualidad, pero asesinados sigue habiendo; catorce cada día en promedio en lo que va de 2012. Dos décadas de “paz” no han acabado con la impunidad enquistada, y no parece muy aventurado suponer que buena parte de los males de hoy hunden sus raíces en lo que se dejó de hacer ayer. ¿Cómo habría sido El Salvador si las extremas –izquierda y derecha, el establishment actual– no hubieran boicoteado aquella primera Junta Revolucionaria de Gobierno? ¿Cuánto de la violencia que nos carcome se la debemos a esa desidia por la institucionalidad? ¿Seríamos una sociedad menos descompuesta si hubiéramos hecho más caso a las voces sensatas de hace treinta años?

Es especulación pura y dura, pero me late que sí.

Pero más importante aún que mirar atrás es mirar hacia delante. ¿Qué seremos dentro de diez, veinte o cincuenta años? ¿Nos preocupa realmente a los salvadoreños el respeto a la institucionalidad y a los derechos humanos? ¿Cuántas generaciones se seguirán perdiendo?

En El Salvador no hay escuelas públicas que se llamen Roberto Lara Velado, pero sí hay una llamada General Juan Orlando Zepeda. No hay calles Roberto Suárez Suay o Luis Alonso Posada, pero sí calles Mélida Anaya Montes, Mayor Roberto D’Aubuisson, o Schafik Handal. Cada bando homenajea a los suyos, unilateralmente, y los no alineados parecen condenados al ostracismo, como las víctimas anónimas que algún día defendieron. El Salvador es un país que se esfuerza más en recordar a los que hicieron la guerra que a los que la sufrieron. Las verdaderas víctimas, los que alguien alguna vez llamó los sinvoz, siempre al final.

(San Salvador, El Salvador. Febrero de 2012)


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(Esta reflexión fue publicada el 16 de marzo de 2012 en la sección Bitácora del proyecto de cobertura periodística de la violencia Sala Negra, de elfaro.net)

miércoles, 14 de marzo de 2012

Pláticas con pandilleros (III)

  • Temas generales de la conversación: ingreso en una pandilla 
  • Fecha de la plática: 25 de octubre de 2011
  • Estatus del pandillero: retirado de la Mara Salvatrucha (MS-13); al momento de la entrevista está preso en el Centro de Inserción Social Sendero de Libertad, en Ilobasco, condenado a cinco años por extorsión
  • Otros datos relevantes: tiene 16 años de edad 

Ni hogar desintegrado ni extrema pobreza ni maltrato en el hogar. Este pandillero llegó a la pandilla siendo un niño, seducido por el fácil acceso a las drogas y al alcohol. En infinidad de colonias y comunidades de El Salvador, el way of life de los mareros sigue siendo un reclamo seductor.

—¿Cómo terminaste en la Mara Salvatrucha? 
—Son cosas que pasan… Yo hasta los nueve años vivía en Apopa, era un bicho de papi y mami, y comencé a caminar con unos locos de los dos números; pero cuando mi mamá se dio cuenta, me mandó para Quezalte, a casa de una mi tía…
—Y ahí te perdiste…
—Sí, pero no por ella. Vivíamos bien, en una urbanización llamada Esperanza, y ella estaba pendiente. Mi hermana mayor, que también se vino conmigo, estudia, y solo pasa del estudio a la casa, y ahí muere. Pero yo conocí un maje en la escuela, y con él comencé a tomar, el cigarro, la droga. A los diez me metí ya con pandillas…
—Y te brincaron…
—A los doce. Ahora lo veo mal. En la adolescencia todos empezamos a joder, pero ahí no era mi adolescencia. Me dieron casaca, y me comenzaron a enseñar droga, armas, dinero…
—¿Cuándo tuviste por primera vez un arma en tus manos?
—A los once…
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Más sobre este tema:
Fotografía: Álvaro López

viernes, 9 de marzo de 2012

La Campanera en la Cadena SER

Hace algunas semanas escribí algo sobre la inclusión de tres crónicas salvadoreñas en el libro Antología de la crónica latinoamericana actual, publicado en Madrid por la Editorial Alfaguara. Uno de esos relatos es Vivir en La Campanera, una crónica reporteada y escrita hace casi dos años (antes de que naciera la Sala Negra de El Faro), que aspiraba a retratar cómo se vive en un lugar tan estigmatizado como el reparto La Campanera, en Soyapango, pero centrada en los habitantes de la colonia, tantas veces víctimas de las violencias ajenas -pandilleros, obvio, pero también policías, soldados...- y de las propias.

La semana pasada un colega llamado Iker Armentia me llamó desde la capital de Euskadi, desde una radio llamada Cadena SER, para entrevistarme. Esa plática fue la base para este reportaje sobre algo en apariencia excepcional: que un periodista vasco haya sido elegido dentro de una antología de latinoamericanos. Hablamos sobre el libro, sobre La Campanera, sobre la violencia que afecta a El Salvador y hasta sobre Marcelo Bielsa, el genial entrenador argentino que hoy está revolucionando el Athletic Bilbao. Si a alguien le interesa, acá se puede escuchar parte de la plática...



PD. No deja de ser una sensación extraña que a uno lo llamen desde Euskadi para preguntarle por una historia salvadoreñísima, como las pupusas, pero que al mismo tiempo ningún medio local haya mostrado interés alguno por la inclusión de este o los otros dos relatos -ambos Made in El Salvador- en una antología apadrinada por la Editorial Alfaguara. Si es cierto aquello de que nadie es profeta en su tierra, no hay duda de que mi tierra ya es El Salvador.

martes, 6 de marzo de 2012

El Spirit of Saint Louis en Ilopango


Con demasiados colochos para mi gusto, pero el diario La Prensa mañana se encargará de registrar para la eternidad que lo que va a ocurrir en los próximos minutos es algo realmente relevante para un paisito como El Salvador. “El coronel Carlos Lindbergh –así arrancará una extensa y detallada crónica–, el más formidable de los dominadores del aire, está desde ayer en nuestro país, y el Spirit of Saint Louis, el avión más célebre que hay en todo el mundo, reposa, tranquilamente, en el campo de Ilopango, bajo el cielo purísimo de nuestra patria”.

Sí, el Spirit of Saint Louis, aterrizará en unos minutos justo aquí, en el aeródromo de Ilopango; por eso la inusitada expectación. Hoy es el primer día de 1928, y el celebérrimo Lindbergh ha tenido a bien elegir El Salvador como escala en su viaje por Centroamérica, Colombia, Venezuela y el Caribe. No es poca cosa. A bordo de su avioneta, hace apenas siete meses se convirtió en el primer piloto en atravesar el océano Atlántico en solitario –un vuelo sin escalas de 33 horas y media entre Nueva York y París–, uno de los hitos inamovibles de la historia de la aviación. Su presencia en el país, para que pueda ser entendida por un salvadoreño de inicios del siglo XXI, sería comparable a que el Barça de Messi eligiera el Cuscatlán para un partido de pretemporada.

La mañana ha sido limpia en Ilopango. El Spirit of Saint Louis viene desde la Honduras Británica, desde Ciudad de Belice, y la excepcionalidad del evento ha traído hasta el campo de Ilopango al mismísimo presidente de la República, Pío Romero Bosque, y a buena parte de su gabinete.

Hace unos minutos, cuando un telégrafo ha confirmado que la avioneta había ingresado ya en territorio salvadoreño por Metapán, Munés y Bondanza, dos destacados aviadores salvadoreños, han despegado desde Ilopango con la idea de escoltarlo en sus últimos kilómetros, pero la mala fortuna ha hecho que bordearan el volcán de San Salvador por el lado contrario a Lindbergh, y no se han cruzado. Por eso ahora, cuando apenas pasan unos minutos de las 9 de la mañana, aparece a lo lejos la mítica avioneta, solitaria y arrogante.

El Spirit of Saint Louis aterriza suave como pluma, y ciento, miles de salvadoreños, lo reciben con una ovación.

De este peculiar primero de enero en El Salvador, supongo, se seguirá escribiendo en el futuro.


Fotografía: Jorge de Sojo

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