El tiempo pasa. Manyula, la elefanta por la que llegué a sentir tanta admiración y cariño, falleció en septiembre de 2010. Las voces que se escuchan de fondo en la grabación son de Natxo y Lara, dos amigos que me visitaron en calidad de novios y que cinco años después son matrimonio y conocen ya la paternidad. Y el que grita como loco es quien suscribe estas líneas, y hoy es alguien cinco años más viejo, cinco años más humano.
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lunes, 14 de noviembre de 2011
Memoria de elefante
Se puede sobrellevar mejor o peor, pero el paso del tiempo conlleva en los humanos el inevitable envejecimiento. Cada día que pasa es un día menos de vida, y esta obviedad se torna más inquietante para quienes no creen que haya algo después de que los corazones dejan de latir y los cuerpos comienzan a pudrirse. Pero ese paso de los años tiene también aspectos muy positivos, infinidad. Uno de ellos es que cuando más distancia se ha recorrido, el número de buenos recuerdos se eleva, y a veces sucede que un día estás trabajando frente a la computadora y en una carpeta que ni sabías que existía encontrás un video, lo mirás y logra arrancarte cuanto menos una sincera sonrisa. Eso me ocurrió con estas imágenes grabadas en el Zoológico Nacional a mediados de noviembre de 2006, hace ya un lustro.
El tiempo pasa. Manyula, la elefanta por la que llegué a sentir tanta admiración y cariño, falleció en septiembre de 2010. Las voces que se escuchan de fondo en la grabación son de Natxo y Lara, dos amigos que me visitaron en calidad de novios y que cinco años después son matrimonio y conocen ya la paternidad. Y el que grita como loco es quien suscribe estas líneas, y hoy es alguien cinco años más viejo, cinco años más humano.
El tiempo pasa. Manyula, la elefanta por la que llegué a sentir tanta admiración y cariño, falleció en septiembre de 2010. Las voces que se escuchan de fondo en la grabación son de Natxo y Lara, dos amigos que me visitaron en calidad de novios y que cinco años después son matrimonio y conocen ya la paternidad. Y el que grita como loco es quien suscribe estas líneas, y hoy es alguien cinco años más viejo, cinco años más humano.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
Lágrimas de cocodrilo por una elefanta
[Este relato se publicó en el periódico digital español El Mundo el 22 de septiembre de 2010, bajo el titular La muerte de una elefanta conmociona El Salvador. Hoy se cumple un año de la muerte de la elefanta Manyula, y estas mismas palabras adquieren nuevos matices... creo yo]
La elefanta en cuestión, de la subespecie asiática, se llamaba Manyula. Falleció a las 17:50 del martes de un paro cardio-respiratorio, después de una semana de agonía generada por una falla en su sistema renal. “Quiero informar al pueblo salvadoreño que Manyula no sufrió”, dijo a los numerosos medios de comunicación presentes el director del Zoológico Nacional, Raúl Miranda.
La confirmación de la muerte provocó la interrupción del noticiero nocturno de Tele2, uno de los canales con mayor audiencia. Cientos de personas se acercaron a las instalaciones del zoológico, y otro noticiero, el de CuatroVisión, incluso se atrevió a enviar a su presentadora vestida de negro para informar desde el lugar de los hechos, en medio de mariachis y junto a un hombre disfrazado de Santa Claus.
Este miércoles todos los diarios amanecen con la noticia en sus portadas. “Manyula nos deja”, dice El Diario de Hoy. “Luto por muerte de elefanta Manyula”, dice el diario salvadoreño El Mundo. “Manyula nos dijo adiós” y “Reina del zoológico”, dice La Prensa Gráfica, un periódico que le dedica cinco páginas completas, casi todas de puras fotografías. En las redes sociales Twitter y Facebook no se habla de otra cosa.
¿Quién era Manyula?
La elefanta Manyula llegó a El Salvador en junio de 1955 embarcada en un carguero alemán de nombre Rheinstein. El Gobierno de aquella época compró un lote de 18 animales al zoológico Hagenbeck Tiepark de Hamburgo para intentar convertir el parque de la capital en un reclamo turístico.
El documento oficial de embarque señala que el ejemplar tenía tres años, por lo que falleció con 58, si bien un error de conteo cometido en el año 2000 por las autoridades del zoo –y que no han querido corregir los sucesores– llevó a creer que Manyula este año cumpliría 60. Había nacido en la India y había sido enviada a Alemania en abril de 1954.
Un estudio fechado en 2004 estableció en 45 años la vida promedio en cautividad de las elefantas asiáticas en zoológicos estadounidenses. Manyula vivió 55 años en unas condiciones que distan de las que se brindan en países desarrollados. Sobrevivió a tres terremotos, cuatro huracanes y dos guerras: la guerra civil (1980-1992) y la guerra contra Honduras (1969). En la actualidad, no más de una docena de elefantes en todo el continente superaba su edad.
Más allá de los números, en un país escaso en referentes propios, la elefanta terminó convertida en un ícono nacional e intergeneracional. Ese nombre lo reconocen la inmensa mayoría de las personas de 10, 30 o 70 años, y cuesta encontrar a algún salvadoreño que no la haya visitado en alguna ocasión.
“La verdad es que es la atracción principal del zoológico, porque lo cierto es que la mayoría de los niños que nos visitan se concentran en el área de la elefanta. Digamos que es el animal principal”, me dijo tiempo atrás Jorge Adalberto Campos, uno de sus cuidadores.
¿Y ahora qué?
Disecarla, conservar su esqueleto, bautizar el zoológico con su nombre y hacerle algún monumento conmemorativo fueron algunas de las propuestas que se escucharon en los últimos días, cuando se tenía certeza de la inminencia de su muerte. Hay quien pide un sustituto, hay quien pide que se cierre el zoo.
Lo único seguro es que este miércoles será sepultada en el mismo recinto en el que vivió 55 años, y que el Gobierno no parece estar dispuesto a desaprovechar esta oportunidad de que durante unos días el país hable de Manyula y no de otros problemas, como el encarecimiento del frijol y de la gasolina. La Secretaría de Cultura prepara ya un listado de actividades conmemorativas.
La conmoción durará algunos días. Luego pasará, como ocurre siempre aquí, y el país regresará a su normalidad: niños harapientos en los semáforos, comunidades enteras sometidas por las maras, discusiones estériles entre los diputados, los 12 asesinatos de cada día… Es una de esas situaciones que ocurren en El Salvador que cuesta explicar cuando se escribe para fuera.
La confirmación de la muerte provocó la interrupción del noticiero nocturno de Tele2, uno de los canales con mayor audiencia. Cientos de personas se acercaron a las instalaciones del zoológico, y otro noticiero, el de CuatroVisión, incluso se atrevió a enviar a su presentadora vestida de negro para informar desde el lugar de los hechos, en medio de mariachis y junto a un hombre disfrazado de Santa Claus.
Este miércoles todos los diarios amanecen con la noticia en sus portadas. “Manyula nos deja”, dice El Diario de Hoy. “Luto por muerte de elefanta Manyula”, dice el diario salvadoreño El Mundo. “Manyula nos dijo adiós” y “Reina del zoológico”, dice La Prensa Gráfica, un periódico que le dedica cinco páginas completas, casi todas de puras fotografías. En las redes sociales Twitter y Facebook no se habla de otra cosa.
¿Quién era Manyula?
La elefanta Manyula llegó a El Salvador en junio de 1955 embarcada en un carguero alemán de nombre Rheinstein. El Gobierno de aquella época compró un lote de 18 animales al zoológico Hagenbeck Tiepark de Hamburgo para intentar convertir el parque de la capital en un reclamo turístico.
El documento oficial de embarque señala que el ejemplar tenía tres años, por lo que falleció con 58, si bien un error de conteo cometido en el año 2000 por las autoridades del zoo –y que no han querido corregir los sucesores– llevó a creer que Manyula este año cumpliría 60. Había nacido en la India y había sido enviada a Alemania en abril de 1954.
Un estudio fechado en 2004 estableció en 45 años la vida promedio en cautividad de las elefantas asiáticas en zoológicos estadounidenses. Manyula vivió 55 años en unas condiciones que distan de las que se brindan en países desarrollados. Sobrevivió a tres terremotos, cuatro huracanes y dos guerras: la guerra civil (1980-1992) y la guerra contra Honduras (1969). En la actualidad, no más de una docena de elefantes en todo el continente superaba su edad.
Más allá de los números, en un país escaso en referentes propios, la elefanta terminó convertida en un ícono nacional e intergeneracional. Ese nombre lo reconocen la inmensa mayoría de las personas de 10, 30 o 70 años, y cuesta encontrar a algún salvadoreño que no la haya visitado en alguna ocasión.
“La verdad es que es la atracción principal del zoológico, porque lo cierto es que la mayoría de los niños que nos visitan se concentran en el área de la elefanta. Digamos que es el animal principal”, me dijo tiempo atrás Jorge Adalberto Campos, uno de sus cuidadores.
¿Y ahora qué?
Disecarla, conservar su esqueleto, bautizar el zoológico con su nombre y hacerle algún monumento conmemorativo fueron algunas de las propuestas que se escucharon en los últimos días, cuando se tenía certeza de la inminencia de su muerte. Hay quien pide un sustituto, hay quien pide que se cierre el zoo.
Lo único seguro es que este miércoles será sepultada en el mismo recinto en el que vivió 55 años, y que el Gobierno no parece estar dispuesto a desaprovechar esta oportunidad de que durante unos días el país hable de Manyula y no de otros problemas, como el encarecimiento del frijol y de la gasolina. La Secretaría de Cultura prepara ya un listado de actividades conmemorativas.
La conmoción durará algunos días. Luego pasará, como ocurre siempre aquí, y el país regresará a su normalidad: niños harapientos en los semáforos, comunidades enteras sometidas por las maras, discusiones estériles entre los diputados, los 12 asesinatos de cada día… Es una de esas situaciones que ocurren en El Salvador que cuesta explicar cuando se escribe para fuera.
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Fotografía: Roberto Valencia |
sábado, 18 de septiembre de 2010
El encantador de Manyula
Desde febrero de 2009 que no estaba en el Zoológico Nacional. Demasiado tiempo sin saludar a Manyula, la elefanta. Hoy es 12 de agosto y la necesidad de un lugar discreto para entrevistar a una joven se convirtió en la excusa ideal para el rencuentro. Ahora, de hecho, estoy junto a su recinto, ofensivamente verde por la estación lluviosa, tomándole unas fotos que quizá sean las últimas. El director del zoo, Raúl Miranda, me ha dicho hace apenas unos minutos que está enferma, pero no se veía muy preocupado y hasta me ha hablado de los preparativos de la fiesta que le están preparando para octubre. Manyula, en efecto, la veo algo más delgada que la última vez, con más piel cayéndole sobre las patas traseras, pero aún camina con soltura. Vestido con un uniforme de empleado, se acerca un señor delgado y envejecido que más tarde me dirá que se llama Francisco Morán.
—Está enferma, ¿verdad? –le pregunto.
—Pues así se ve. Hace unos días que se ve ya malita. ¡La edad ya!
Morán da un paso al frente y eleva su voz rasgada.
—¡Vení vos! ¡Venga, paracá! ¡Vení! ¡Venga! ¡Feya!
Manyula camina junto al foso a 20 metros de nosotros. Al escuchar a Morán, levanta el moco (trompa) y golpea el extremo contra el cemento. Lo hace una, dos, tres veces. El resultado es un sonido seco y fuerte.
—¿Ve? Me responde. ¡Venga paracá! ¡Vení! ¡Venga! –la misma voz rasgada.
Manyula repite una y otra vez los golpes sonoros.
—¿Y eso lo hace por usted? –lo cuestiono, incrédulo aún.
—Es su respuesta.
—¿De hace cuántos años trabaja usted aquí?
—A trabajar –gira la cabeza y me mira por un instante– yo vine en el 73. ¡Feya!
Manyula comienza a caminar hacia nosotros a pasos lentos pero firmes, y sin dejar de dar golpes sobre el cemento. Morán se acerca a la malla.
—Hola, niña, ¿cómo estás? Dame la pata, dame la pata.
Manyula no le da la pata ni hace ademán de dársela, pero responde con un barrito y con más golpes secos.
—Es la respuesta que da –me dice Morán, la satisfacción en su mirada–. Y según los biólogos y los zoólogos, con las orejas, dicen, también dan respuestas, cuando las mueven.
—Le juro que me ha sorprendido usted. A la Manyu la he visto muchas, pero muchas veces, pero eso de dar golpes al suelo nunca lo había visto.
—Ya vio que desde allá se vino, ¿va? A mí bien me conoce.
—¿Y usted por qué cree que está hora tan enfermita?
—Pues primero… primero… por los años. Igual que el ser humano, pues, en la medida que uno envejece, pues todo va menguando.
Los años, pues. 58 desde que nació en algún lugar de la India. Más de 55 los que lleva en este país. Es uno de los elefantes asiáticos más longevos de todo el continente. Parece que por poco tiempo más.
—Está enferma, ¿verdad? –le pregunto.
—Pues así se ve. Hace unos días que se ve ya malita. ¡La edad ya!
Morán da un paso al frente y eleva su voz rasgada.
—¡Vení vos! ¡Venga, paracá! ¡Vení! ¡Venga! ¡Feya!
Manyula camina junto al foso a 20 metros de nosotros. Al escuchar a Morán, levanta el moco (trompa) y golpea el extremo contra el cemento. Lo hace una, dos, tres veces. El resultado es un sonido seco y fuerte.
—¿Ve? Me responde. ¡Venga paracá! ¡Vení! ¡Venga! –la misma voz rasgada.
Manyula repite una y otra vez los golpes sonoros.
—¿Y eso lo hace por usted? –lo cuestiono, incrédulo aún.
—Es su respuesta.
—¿De hace cuántos años trabaja usted aquí?
—A trabajar –gira la cabeza y me mira por un instante– yo vine en el 73. ¡Feya!
Manyula comienza a caminar hacia nosotros a pasos lentos pero firmes, y sin dejar de dar golpes sobre el cemento. Morán se acerca a la malla.
—Hola, niña, ¿cómo estás? Dame la pata, dame la pata.
Manyula no le da la pata ni hace ademán de dársela, pero responde con un barrito y con más golpes secos.
—Es la respuesta que da –me dice Morán, la satisfacción en su mirada–. Y según los biólogos y los zoólogos, con las orejas, dicen, también dan respuestas, cuando las mueven.
—Le juro que me ha sorprendido usted. A la Manyu la he visto muchas, pero muchas veces, pero eso de dar golpes al suelo nunca lo había visto.
—Ya vio que desde allá se vino, ¿va? A mí bien me conoce.
—¿Y usted por qué cree que está hora tan enfermita?
—Pues primero… primero… por los años. Igual que el ser humano, pues, en la medida que uno envejece, pues todo va menguando.
Los años, pues. 58 desde que nació en algún lugar de la India. Más de 55 los que lleva en este país. Es uno de los elefantes asiáticos más longevos de todo el continente. Parece que por poco tiempo más.
lunes, 30 de agosto de 2010
Las edades de Manyula
(Preámbulo necesario para los lectores no salvadoreños o los salvadoreños despistados. En San Salvador hay un zoológico y en ese zoológico hay una linda elefanta que se llama Manyula. Llegó al país en junio de 1955 e inexplicablemente sigue viva. En el año 2000 las autoridades decidieron conmemorar los 50 años de vida de este emblemático animal, y decenas de miles de personas respondieron a la iniciativa. Cinco años después, en 2005, al paquidermo le celebraron sus 55 años, y estos días se aprestan a celebrarle los 60. En un país pequeño, compacto y en el que escasean los referentes de este tipo, esta elefanta se ha convertido en parte fundamental del acervo cultural salvadoreño. Quizá algunos dirán que exagero, pero Manyula es un elemento importante de la salvadoreñidad. Y los salvadoreños la quieren mucho, pero aún no lo saben. Lo sabrán cuando esté muerta.)
De nuevo se equivocan. A Manyula le van a celebrar en unas semanas 60 años cuando en realidad tiene 58. Hace cinco años, cuando yo aún trabajaba en La Prensa Gráfica, publicamos una investigación basada en un documento oficial que señala la edad del animal que en mayo de 1955 se embarcó en el puerto alemán de Hamburgo. “1 Elefante, 3 años, fem.”, asegura el informe que me hizo llegar entonces Klaus Gille, el responsable del archivo del Hagenbeck Tiepark, el zoológico al que el Estado salvadoreño le compró la entonces pequeña elefanta. Viajó en el buque Rheinstein junto a otros 17 animales, entre los que había camellos, cebras, canguros y tigres de Bengala. Todos desembarcaron en el puerto de Cutuco, departamento de La Unión, un día indeterminado de junio, y el 28 de ese mismo mes fueron presentados públicamente en el Zoológico de San Salvador, como recoge la edición de La Prensa Gráfica del día siguiente.
De nuevo se equivocan. A Manyula le van a celebrar en unas semanas 60 años cuando en realidad tiene 58. Hace cinco años, cuando yo aún trabajaba en La Prensa Gráfica, publicamos una investigación basada en un documento oficial que señala la edad del animal que en mayo de 1955 se embarcó en el puerto alemán de Hamburgo. “1 Elefante, 3 años, fem.”, asegura el informe que me hizo llegar entonces Klaus Gille, el responsable del archivo del Hagenbeck Tiepark, el zoológico al que el Estado salvadoreño le compró la entonces pequeña elefanta. Viajó en el buque Rheinstein junto a otros 17 animales, entre los que había camellos, cebras, canguros y tigres de Bengala. Todos desembarcaron en el puerto de Cutuco, departamento de La Unión, un día indeterminado de junio, y el 28 de ese mismo mes fueron presentados públicamente en el Zoológico de San Salvador, como recoge la edición de La Prensa Gráfica del día siguiente.
Las matemáticas no dejan lugar a las interpretaciones, pero aquella investigación incluía además una reconstrucción de cómo las autoridades en el año 2000 –en el que se cometió el error primigenio– llegaron a la conclusión de que ese año cumpliría 50, un acontecimiento en efecto excepcional si se tiene en cuenta que, según un estudio al que tuvimos acceso, los elefantes asiáticos viven en cautividad un promedio de 48 años en los zoológicos europeos y de 45 en los estadounidenses. Y acá estamos en el Tercer Mundo. Pues bien, la edad con la que el paquidermo llegó al país se la sacaron de la manga, sin respaldo documental alguno, basados únicamente en lo que algunos trabajadores veteranos creían recordar.
Mi opinión es que en realidad no es tan importante si tiene 58, 60 ó 63. Manyula siempre será para mí una animal emblemático y excepcional al margen de esa cifra. En un país como El Salvador, en el que cada día asesinan a 12 personas y la mitad de la población vive en condición de pobreza, toda esta polémica no puede estar más que en un plano anecdótico. Eso sí, no deja de ser algo que ilustra con meridiana claridad uno de los problemas nacionales: el orgullo que impide a uno reconocer cuando está equivocado.
Mi opinión es que en realidad no es tan importante si tiene 58, 60 ó 63. Manyula siempre será para mí una animal emblemático y excepcional al margen de esa cifra. En un país como El Salvador, en el que cada día asesinan a 12 personas y la mitad de la población vive en condición de pobreza, toda esta polémica no puede estar más que en un plano anecdótico. Eso sí, no deja de ser algo que ilustra con meridiana claridad uno de los problemas nacionales: el orgullo que impide a uno reconocer cuando está equivocado.
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