lunes, 20 de noviembre de 2017

Violentados por tener pene

En El Salvador, de cada 1,000 personas que son asesinadas, 874 son hombres, 111 son mujeres y 15 presentan tal grado de descomposición que no puede determinarse su sexo. Si sos niño u hombre, las posibilidades de morir asesinado son nueve veces más altas que si sos niña o mujer.
En El Salvador, la violencia homicida se ceba con los jóvenes que tienen entre 15 y 24 años; en esa franja de edad, que abarca a adolescentes y a jóvenes, la probabilidad de ser asesinado juega once a uno contra los varones. Once a uno.
En El Salvador, la relación de personas muertas en las balaceras que la Policía Nacional Civil (PNC) cataloga como “enfrentamientos” contra fuerzas de seguridad es de 1 mujer por cada 99 hombres.
En El Salvador, por cada 10,000 mujeres arriba de los 14 años de edad, 11 son detenidas en un año por la Policía. Entre los hombres, el número sube hasta 136.
En un municipio como Panchimalco, de 48,000 habitantes, en todo 2016 la PNC detuvo a 8 mujeres y a 163 hombres.
En El Salvador, y en sintonía con el tema de las detenciones, el número de hombres encarcelados en alguno de los recintos del sistema penitenciario es nueve veces superior al número de mujeres.
En El Salvador, el 14 % de las mujeres condenadas están en Fase de Confianza o en Fase de Semilibertad, las más benévolas con los privados de libertad. Entre los hombres, el porcentaje de los que gozan de esos beneficios es inferior al 4 %.
Y así.
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Este aluvión de datos fríos proviene de informes del Instituto de Medicina Legal, de la Policía Nacional Civil y de la Dirección General de Centros Penales. Cifras todas oficiales y recientes, cifras todas referidas a los años 2016 y 2017.
Por si alguien tiene dudas a pesar de los seis ‘En El Salvador’, se refieren a una sociedad muy concreta: la salvadoreña, una de las más violentas del mundo. Y en lo personal, no creo que sean extrapolables a sociedades de otras latitudes.
Estos números ya parecen dibujar una realidad en la que la condición de ser hombre predispone a ser víctima de la violencia, al menos en cuanto a la violencia homicida y a la acción represiva del Estado salvadoreño. No obstante, estos números –oficiales, verificables– nada dicen sobre un ámbito que resulta más complicado de medir: cómo las maras y el control territorial que ejercen afectan sobremanera a los hombres, en especial a los adolescentes y a los jóvenes.
En El Salvador, hoy, tener 15, 17 o 22 años de edad y pene te convierten en alguien sospechoso en cualquier colonia de clase media para abajo que no sea la propia. Aunque un joven varón no tenga absolutamente nada que ver con las pandillas, se juega la vida –y no es licencia literaria– por algo tan simple como entrar en un barrio ajeno. El hecho de ser hombre es clave en los ‘juicios’ que todas las pandillas realizan a las personas extrañas que ingresan en sus territorios. No hay ni habrá cifras verificables, pero cualquiera que viva en un lugar con presencia de pandilleros sabe a qué me refiero.
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En El Salvador, la violencia homicida y la represión se ensañan contra el hombre, y un indeterminable pero significativo porcentaje de los asesinatos suceden por el hecho de ser hombres. Lo afirma alguien que, además de escrutar reportes oficiales, lleva casi una década estudiando y analizando el fenómeno de la violencia con la lupa puesta en las comunidades empobrecidas.
Y los datos ahí están. Rocosos, contundentes. Darían para montar una campaña de victimización de los hombres. Pero si algo así sucediera, si a alguien se le ocurriera que unas víctimas merecen mayor consideración por ser hombres, y de manera velada se la negara a las mujeres por no estar tan expuestas a la violencia homicida, yo mostraría mi rotunda disconformidad.
Me explico: creo de corazón que en una sociedad como la salvadoreña, con un problema de violencia tan enraizado y desbordado, establecer políticas públicas atinadas pasa por analizar, conocer y ponderar las distintas violencias desde todas las variables posibles: edad, ingresos económicos, ubicación geográfica, grado educativo y género, por supuesto. Pero no creo que las lecturas parciales, sesgadas o interesadas sean lo más conveniente, sobre todo cuando son enfoques que se utilizan para soslayar o minimizar determinadas realidades.
Ya se apuntó arriba: los varones de entre 14 y 25 años son los más afectados por la violencia homicida. Los datos son rotundos, casi inapelables, pero reducir todo a una lectura en clave de género, sin siquiera incluir las variables del clasismo y de la estratificación social tan determinantes en una sociedad como la salvadoreña, conduce a interpretaciones que lindan con la estupidez. A ese alguien que quisiera montar una campaña para sobrevictimizar a los hombres bastaría recordarle que ni la violencia homicida ni la represión estatal afectan parejo a los alumnos varones del Instituto Nacional de Soyapango, a los del Externado San José o a los de la Escuela Americana... aunque todos ellos tengan pene.

Foto archivo El Faro.

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