martes, 31 de enero de 2012

Pláticas con pandilleros (II)


  • Temas generales de la conversación: accionar de las pandillas 
  • Fecha de la plática : 22 de julio de 2009 
  • Estatus del pandillero: al momento de la entrevista Neck es un activo del Barrio 18 preso en la Granja Modelo de Rehabilitación Pavón, en Fraijanes (Guatemala) 
  • Otros datos relevantes: Neck fallece el 26 de enero de 2010 como consecuencia de una caída desde un muro del penal en el que estaba recluido.


Neck nació en septiembre de 1979 en San Pedro Sula (Honduras), en el seno de una familia disfuncional. Con 12 años comenzó a vivir en las calles, a los 14 años le dieron la zapateada que lo convirtió en un integrante del Barrio 18, y cumplidos los 20 ya estaba condenado a 21 años de prisión por homicidio en grado de tentativa, robo agravado y amenazas. Estaba preso cuando conoció a la mujer con la que se casó. Ella tenía dos hijos –un hijo, una hija– de relaciones anteriores que Neck comenzó a tratar como si fueran propios. Así los llamaba: hijos. En una de las muchas ocasiones que lo visité en la cárcel, le pregunté hablaba con Jonathan, si le aconsejaba. Él –su hijo-hijastro– tenía la complicada edad de 13 años.

—Yo le hago ver todas las consecuencias que trae ser pandillero. Le doy consejos, ¿va? Sucede que… si no les aconsejás de lo que has vivido… porque hay muchos evangélicos y otras personas que aconsejan, sí, pero ellos tienden a predicar vidas que no han vivido, ¿mentendés? Vienen a predicar santos y unas grandes pajas que ellos ni han vivido, pero no ondas de la vida…
—Pero ahora hay predicadores que antes fueron homies.
—Sí, ¿pero sabés qué es lo que sucede? Uno los conoce, se los conoce desde años ¿mentendés? Que no han hecho nada; sí, hasta cierto punto han libado o han golpeado a alguien, pero nada risk ¿mentendés? Porque te lo voy a poner así: risk es despedazar a una persona, y eso ya es otra onda ¿mentendés?
—¿Y son poquitos en el Barrio los que hacen lo risk?
—Antes sí… Ahora, en estos tiempos, la mayor parte...
—¿Los bichos vienen cada vez más pelados?
—¿Sabés qué es lo que sucede, mentendés? De que ahora las reglas en el Barrio, te lo voy a poner así, ahora son más risk ¿ mentendés? Ya no te aguantan de que solo vengás y digás voy a hacer esto pero no lo hagás ¿mentendés? Ahora todos parejo.
Ahora todos parejo, dijo.


Fotografía: EV
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La historia de Neck fue publicada en una crónica titulada Jonathan no tiene tatuajes, que fue antologada en el libro homónimo editado en 2010 por la Coalición Centroamericana para la Prevención de la Violencia Juvenil (CCPVJ).

viernes, 27 de enero de 2012

Managua rejuvenece

Me gusta viajar en los buses urbanos por la misma razón –supongo– que a Martín Caparrós le gusta ir a los mercados populares de las ciudades que visita. Buses, mercados, hospitales… son buenos sitios para tomar el pulso a lo desconocido.

La capital nicaragüense ya no me es una desconocida, pero siempre que estoy aquí trato de moverme en bus, siquiera tantito. Siento que me ayuda a captar las esencias que quizá me sirvan para algún relato o para este blog.

Pues bien: Managua se ve hoy más linda. y es por los buses.

Hay transformaciones que solo se aprecian cuando las tenemos frente a las narices. Si hace una semana me hubieran preguntado qué importancia tiene el sistema de transporte público para la imagen de una ciudad, habría respondido que no mucha, que es apenas un factor entre un millón, que… Pero ahora estoy aquí, dentro de un bus, y siento que esta ciudad ha rejuvenecido diez años desde mi anterior visita, hace apenas seis meses. Managua entera se ve hoy más linda, más torneada, con los pechos más firmes.

Me explico: a finales del año pasado entraron en circulación unos 250 buses de fabricación mexicana donados por Rusia, que se sumaron a otra donación de 130 que se efectuó en 2008, también rusa. Dicen que vienen más en camino, adquiridos esta vez por el Ejecutivo vía préstamo. En total, más de medio millar de unidades que hoy dominan las calles de la capital. Se siguen viendo los viejos Blue Bird y otras marcas, pero son minoría ya. Los DINA mexicanos (algunos llevan estampada la bandera rusa en los costados, para explicitar el donativo) son silenciosos, cómodos y modernos, más compactos que los que suelen verse por estas tierras, blancos y cuadrados, aún sin los nombres grabados de la esposa, la hija o la amante del propietario, o el salmo estéril de turno. Tienen asientos individuales y ergonómicos, y un buen número incluye dos plasmas en la parte delantera, para que los usuarios vayan viendo videos o anuncios comerciales o propaganda politiquera. En fin, los DINA son unos buses más que dignos.

La última vez que visité Managua fue en julio de 2011, cuando las unidades viejas como latas oxidadas seguían siendo mayoría aplastante. De ese viaje nació una crónica titulada Barrio Jorge Dimitrov, en la que casualmente incluí un párrafo sobre una unidad del transporte público, párrafo que hoy me suena envejecido como los buses que ya no están.

Este autobús de la 102, una ruta que bordea buena parte del Dimitrov, es un destartalado Blue Bird bautizado con nombre de mujer, un clon del que podría verse en cualquier capital centroamericana. Sábado, mediodía, y la unidad es un horno insuficiente –una docena vamos parados–, pero nadie se atreve a pedir a la señora que quite la gran bolsa que ocupa un asiento, mucho menos que se calle.
Ahora, subido en una unidad de la 102 rumbo a Metrocentro, pienso en la transformación, que va más allá del transporte. Mi asiento es azul y cómodo, y en las ventanas hay cortinas  para que el sol de mediodía no maltrate a los usuarios. El precio del pasaje sigue siendo 2.50 córdobas, 11 centavos de dólar, la mitad de lo que se paga en San Salvador.

Fotografía: internet

miércoles, 25 de enero de 2012

Catorce seres humanos durmiendo en un ascensor

Tercermundista es un adjetivo peyorativo, políticamente incorrecto, trasnochado incluso. Hay quien cree que debió haberse abandonado su uso cuando cayó el Muro de Berlín. Pero a pesar de las burbujas de primermundismo que hay esparcidas por todo el país –léase: torresfuturas, grandesvías, haifais, residenciales altos-del-no-sé-qué, palcos viaipí, toyotaprados, estarbucs...–, El Salvador sigue siendo tercermundista.

Los módulos junto al portón principal del Centro de Inserción Social Sendero de Libertad son tercermundistas, siendo generosos. Miden menos de un metro de anchura por menos de dos metros de largo. He conocido ascensores más espaciosos. Son de bloques de concreto, con una puerta metálica que ocupa todo lo ancho y tienen por techo una reja cuadriculada. Sin luz. Los inquilinos no se mojan solo porque están bajo la estructura que cubre todo el portón.

Los compartimentos se construyeron con el noble propósito de evitar que el recién llegado fuera transferido de un solo a sectores donde podía ser agredido. Pero la violencia incontrolable los ha convertido en un área permanente de aislados para los proscritos del Sector 1 y de la Exbodega, también conocida como Sector 3. El día lo pasan sueltos, aunque no pueden alejarse por su propio bien. De noche los encierran. Cuando en diciembre me recibe Alexander, el menor al que tatuaron su sentencia de muerte en el pecho, lleva seis meses aquí.

—Una vez en mi celda habíamos catorce –me dice.

Catorce menores –catorce espaldas, catorce cabezas, cincuenta y seis brazos y piernas– encerrados de seis de la noche a seis de la mañana en un espacio en el que no cabe un sofá, a oscuras, con botellas llenas de orines en las esquinas.

—¿Cómo se hace para dormir catorce?
—Unos pocos colgados del techo, en hamacas, y los demás en el suelo, sentados, con las piernas bien topadas al pecho… Si alguno durmiendo se me recuesta, pues ni modo, ¿qué le voy a hacer? Tampoco le voy a espabilar. Mejor tratar de llevar las cosas en paz.

En Sendero de Libertad impera la ley del más fuerte, y poco o nada pueden hacer las autoridades. Pero a pesar de su situación, Alexander me dice que no cambiaría su cubículo tercermundista por ningún otro lugar del reclusorio. Le aterroriza la idea de que lo muevan.

—Yo no puedo ir al Sector 1 porque está esa persona que dice que soy de la Mara. ¿Qué le dijeron al director la vez pasada? Si bajan a ese bicho, lo sacarán en bolsa negra. ¿Cómo voy a querer bajar? Y en la Exbodega me salieron con que me iban a hacer las letras en las piernas y tachármelas. ¡N’ombre, mejor aquí me estoy!


Fotografía: Roberto Valencia
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(Este es un fragmento de una crónica titulada "La triste historia de un reclusorio para niños llamado Sendero de Libertad", publicada el 23 de enero de 2012 en Sala Negra de El Faro).

jueves, 19 de enero de 2012

El disparo de Chico Campos

Ahora no lo parece, pero esta historia tiene final feliz.

Dentro de unas dos horas LA fotografía estará en Washington, desde allí se enviará a todo el mundo, el fotoperiodista se habrá calmado, y mañana será portada de The New York Times y The Washington Post. Pero ahora no. Ahora el fotoperiodista –un salvadoreño llamado Chico Campos– maldice, se tensa, por ratos quiere que se lo trague la tierra. Acaba de cometer un error del tamaño de una catedral: se ha distraído en el revelado, ha puesto los rollos en el químico equivocado y ha arruinado el trabajo de toda la mañana.

Hoy es 16 de enero de 1992 y faltan menos de dos horas para el mediodía, la hora a la que el material debería estar enviado. Chico Campos, el responsable gráfico en San Salvador de la agencia Associated France Presse (AFP), acaba de echar a perder todas las imágenes sobre las celebraciones por los Acuerdos de Paz.

Faltan menos de dos horas y aún no ha sido tomada LA fotografía.

Hay tiempo, piensa Chico Campos. Prepara de nuevo los químicos, sale disparado de la oficina –ubicada cerca del redondel Baden-Powell, en la colonia Miramonte–, se sube en su vespa y gira el acelerador rumbo a plaza Gerardo Barrios, a ver si puede al menos salvar el día.

***

Desde que la imagen y la palabra se aliaron para bien del periodismo, los grandes acontecimientos de la historia –las guerras en particular– tienden a cristalizarse en una fotografía que, para la conciencia colectiva de un país o de la humanidad entera, se convierte en LA fotografía. Sin concursos ni encuestas ni votaciones. Simplemente sucede. Una niña asiática que corre desnudada por el napalm remite a la Guerra de Vietnam. El pelotón de soldados que clava en Iwo Jima el mástil con la bandera estadounidense condensa cuatro años de encarnizados combates en las islas del Pacífico durante la II Guerra Mundial. El miliciano captado por Robert Capa cuando recibía un balazo simboliza toda la Guerra Civil Española.

—Chico, ¿vos cuál creés que es LA foto de la Guerra Civil de El Salvador?
—Por toda la repercusión que tuvo, creo que la foto de la Paz sí es esta –me dice Chico Campos 20 años después, sentados en un puesto de tortas a apenas tres cuadras del lugar donde tomó la fotografía–, pero LA foto de la guerra… No, no creo… Ni las que tomaron los fotoperiodistas extranjeros… No creo que haya una que todo el mundo la vea y diga: ah, la guerra de El Salvador, ¿va? Que yo recuerde, no hay.

***

Este 16 de enero no es una sorpresa para nadie. Las negociaciones entre el Gobierno y la guerrilla del Frente Farabundo de Liberación Nacional (FMLN) cuajaron el 31 de diciembre pasado, y desde hace días se sabe que el presidente de la República y los comandantes guerrilleros firmarán hoy los Acuerdos en el castillo de Chapultepec, en México DF. En El Salvador los bandos en contienda han organizado actividades conmemorativas, sin corbatas, y la más significativa sin duda es la masiva concentración de simpatizantes efemelenistas en la plaza Gerardo Barrios, el corazón de la capital.

Chico Campos se reunió días atrás con dos de sus compañeros: Pedro Ugarte, enviado por la agencia desde Nicaragua para reforzar la cobertura; y Yuri Cortez, el stringer, al que se le paga por foto. A los dos les dijo que el jefe regional en Costa Rica había sido muy explícito: El Salvador sería este jueves plato fuerte de la agenda internacional, y las imágenes debían enviarse antes del mediodía, para que los diarios europeos las tuvieran antes de su cierre. Con esta orden como premisa inamovible, el plan de los fotoperiodistas se simplificó: Yuri al cerro Guazapa, a Las Moras, el campamento guerrillero más cercano, para poder regresar a tiempo; y los dos más experimentados, a la Gerardo Barrios.

Son las 9:15 de la mañana, y Chico Campos ha gastado dosquetrés rollos. Busca a Pedro, le pide su material y se retira tranquilo para revelarlo. Va sobrado de tiempo. Cuando pasa frente al parque Infantil, al ver que sobre la 7.ª calle poniente viene una manifestación de efemelenistas rumbo a la plaza, parquea la vespa en cualquier lado –sin cadena, sin candado, son otros tiempos– y dispara unos cuadros más.

Ya en la oficina, en la oscuridad del cuarto oscuro, Chico Campos mete los cuatro rollos en el químico fijador sin haberlas revelado aún. Sus fotos y las de Pedro se desintegran.

—Naaaada, de ahí no se rescataba naaaada –me dirá 20 años después–. ¿Y qué me quedaba? Pues comenzar de nuevo.

Faltan menos de dos horas para el mediodía.

***

Francisco Javier Campos Sosa nació el 2 de enero de 1954. Tiene 38 años, y cree que ya va siendo hora de asentar tantito su vida. Se ha casado hace pocos meses con Ana Delmy, y viven juntos en una modesta casita en la colonia Jardín de Mejicanos. En noviembre de este año nacerá Mónica, la que será su única hija.

El gusto por la fotografía le viene desde niño, pero fue a partir de 1979 cuando empezó a tomárselo en serio. Voluntario en Comandos de Salvamento, consiguió una camarita de 8mm y comenzó a fotografiar accidentes y rescates, para facilitar luego los negativos a los periódicos locales y promocionar así la labor de la oenegé. En esas conoció a un fotógrafo del diario El Mundo que logró abrirle puertas, y en 1981 publicaron su primera foto: un incendio.

Hace 10 años, cuando la guerra comenzaba, Chico Campos renunció a su bien remunerado trabajo de jefe de control de producción en IMSA, una empresa que fabricaba estructuras metálicas. Ganaba como 900 colones al mes y en El Mundo empezó con 200 colones.

Durante la primera mitad de la guerra tomó fotos y escribió notas para El Mundo; también hizo radio en una emisora llamada Radio Sonora, y comenzó a estudiar Periodismo en la Universidad de El Salvador. Uno de sus profesores fue Iván Montecinos, el corresponsal de la AFP, que lo llamó para trabajar como stringer apenas se desocupó esa plaza. Fue solo cuestión de tiempo que le ofrecieran un contrato para incorporarse de lleno en la agencia.

***

La vespa vuela hacia la plaza Gerardo Barrios. La parquea en cualquier lado –otros tiempos–, y Chico Campos sube directo a la generosa tarima que han instalado frente a la entrada principal del Palacio Nacional. En ese momento no hay ningún otro periodista. Contra el reloj, su idea es tomar una panorámica de la multitud, para que al menos se sienta la celebración, pero estando ahí parado ocurre algo que no está en ningún guión.

—Yo no estuve mucho tiempo en la tarima, 10 o 15 minutos –me dirá 20 años después–. La cosa es que unas mujeres empezaron a bailar algo folclórico, y me dije: tomo un par de cuadros más para terminar el rollo y me zafo. En el baile las mujeres caminaban para atrás y para adelante, y saludaban al público con las manos abiertas. Les sacaron unos canastos, no se veía qué tenían, pero por cómo iba la cosa entendí que iban a agarrar algo para ofrendarlo. Cuando vi que eran palomas, me preparé, busqué la composición y disparé cuatro o cinco veces. Solo en la que fue publicada están las palomas así.

No que tiene LA fotografía, obvio, pero Chico Campos cree tener una buena foto. Se lo dice el instinto. Busca de nuevo a Pedro, le pide su material y vuela de regreso a la oficina.

Revela, esta vez sin inconvenientes, y envía a Washington unas ocho o diez imágenes de los tres fotoperiodistas. La foto de las palomas la envía de un solo en color. Ha visto el negativo y le tiene confianza.

***

El éxito de LA fotografía quizá radica en su simpleza: en primer plano, las dos mujeres de blanco con los brazos extendidos porque acaban de soltar unas palomas de Castilla –grises, no blancas– que se desviven por alzar el vuelo; en un segundo plano, amontonados en la plaza, se ve a centenares de simpatizantes del FMLN con muchas banderas rojas y pocas azul y blanco, y adelante, media docena de fotógrafos en el lugar equivocado; de fondo, el alma de la imagen, el esqueleto de una Catedral metropolitana aún sin terminar, un feo armazón de concreto sin azulejos de Llort ni cúpulas en las torres, recubierta por incontables pancartas políticas, tosca, ruda, ofensiva, la metáfora de un país consumido por una guerra civil; detrás, el cielo luce limpio y caluroso.

—Hubiera sido aún mejor si toda la gente hubiera estado celebrando, con las banderas levantadas –me dirá 20 años después.

La imagen también traspira pureza: sin apenas edición, sin fotosops que realcen las palomas –a las que cuesta identificar en una primera mirada– o para avivar colores. Es una foto de lugar indicado en momento preciso, sin conservantes ni colorantes.


***

Mañana, cuando Chico Campos llegue a la oficina, comenzará a leer los faxes con las felicitaciones llegadas desde las principales oficinas de la AFP en todo el mundo. Desde París: “Felicitaciones por su cobertura de los Acuerdos de Paz en El Salvador, que fue muy rápida, abundante y muy variada”. Desde Washington: “Francisco, felicitations por tu excelente trabajo de ayer, comencé mi día por ver tu foto de las palomas en la primera página del New York Times y del Washington Post”. Desde Buenos Aires: “Muchas felicitaciones y deseos de que este buen comienzo de año perdure”. Desde San José: “Sobran las palabras cuando las imágenes son elocuentes de su excelente trabajo”.

Su fotografía, que con las prisas bautiza como Dos mujeres sueltan palomas, terminará convertida en LA fotografía, la imagen que los salvadoreños asociaremos con los Acuerdos de Paz, mucho más que cualquiera de las que se han tomado en Chapultepec. Imposible saber cuántos periódicos la publicarán en todo el mundo, pero con los días Chico Campos logrará tener una carpeta con recortes y fotocopias de diarios estadounidenses, españoles, franceses, japoneses, colombianos, argentinos… Nunca el trabajo de un salvadoreño ha sido tan difundido en tan poco tiempo.

—De los recortes que tengo solo el USA Today puso mi nombre –me dirá 20 años después, mientras estemos comiendo una torta mexicana de $1.50 en el centro de San Salvador–; en todos los demás el crédito que apareció fue solo AFP.

Es el precio que se paga por trabajar para una agencia internacional. Pero quién sabe, quizá dentro de 20 años alguien se tome la molestia de detallar cómo y quién tomó LA fotografía de los Acuerdos de Paz, esta imagen que hoy se está distribuyendo por las redacciones de medio mundo y que de alguna manera también contribuirá a que este 16 de enero de 1992 termine siendo en un día tan especial en la historia de El Salvador.


Fotografía: Francisco Campos

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(Esta crónica fue publicada el 16 de enero de 2012 en el periódico digital El Faro, de El Salvador)

domingo, 8 de enero de 2012

¿Azulejos? En Santiago de María botaron la catedral entera

A la Iglesia católica se le ocurrió desfacelar Catedral metropolitana, y lo hizo sin consultar a nadie. ¿Para qué? Mejor pedir perdón que pedir permiso, debieron pensar, aunque en este caso quizá aplique mejor eso de La maté porque era mía. ¿Quién mejor que un arzobispo y sus secuaces para conocer los gustos que dios quiere para su casa más insigne?

Consumado el hecho, las redes sociales guanacas, ávidas siempre de alguna estrella fugaz sobre la que desahogarse, encontraron en el desfigurado rostro de catedral combustible para varios días. Se ha dicho, escrito, eructado, dibujado y fotografiado casi de todo sobre los azulejos. Tanta alharaca [no porque lo sucedido no amerite la protesta, sino porque estoy convencido de que para un buen porcentaje de los azulejo-indignados simplemente se trata de la ola de esta semana y les valen Llort, su obra, la catedral y el Centro Histórico en general] en lo personal me ha servido entre otras cosas para recordar la larguísima entrevista que el 12 de enero de 2011 tuve con monseñor Orlando Cabrera, obispo de Santiago de María (Usulután), como parte del reporteo para el libro 
Hablan de Monseñor Romero

En Santiago de María botaron la catedral entera. Y les salió bien, aunque eran otros tiempos, obvio.

El autor de la hazaña fue monseñor Rivera y Damas, uno de los personajes clave en la historia de la Iglesia católica salvadoreña en el siglo XX, sucesor de Monseñor Romero al frente de la arquidiócesis. A Rivera y Damas por lo visto no le entusiasmaba la modesta catedral de Santiago de María y un día indeterminado de su episcopado –que inició a mediados de 1977 y finalizó tras el asesinato de Romero–, decidió que había que tirarla abajo y levantar una nueva.

—¿Ha cambiado mucho la catedral de Santiago de María desde los tiempos en los que Monseñor Romero era obispo aquí (1974-1977)? –pregunté a monseñor Cabrera, ingenuo yo, durante la referida entrevista.
—No –me respondió–, es que la de ahora es nueva. La catedral antigua se botó.
—¿Por qué? ¿Se dañó en los terremotos de 2001?
—No, no fue por los terremotos. Fue antes. Esa catedral era de madera, resistente… La gente antigua no era tonta, construían así, como la basílica del Sagrado Corazón de San Salvador, porque este es un país sísmico.
—¿Por qué la destruyeron pues?
—Es fue el pecado de monseñor Rivera, porque dijo para aprovechar mejor todo el terreno había que botarla… Yo recuerdo que incluso vino un argentino a visitarme, porque yo era el párroco de esa catedral, y me dijo: la catedral no es fea, solo necesita una remodelación. Yo no la botaría, me dijo.

Pero monseñor Rivera y Damas la botó. Aunque aquellos años en los que ya se cocinaba la guerra civil eran años sin Facebook ni Twitter, años sin azulejo-indignados, años sin alharacas.



Fotomontaje: Roberto Valencia

miércoles, 4 de enero de 2012

Nuestra alegre juventud

Kevin es un ex de la Mara Salvatrucha (MS-13). Un peseta, un retirado. En su espalda tiene tatuadas una gran M y una gran S, rayadas cada una por sendas grandes cruces, la mayor afrenta que se puede hacer a la pandilla. Imperdonable. Desde hace más de dos años el Estado lo resguarda, lo alimenta y trata de reeducarlo en un centro de internamiento de menores. Kevin nació en 1995, tres años después de que en El Salvador se firmaran los Acuerdos en Paz. Tiene 16 años.

A primera vista es un joven afable, extremadamente atento. Le gusta mirar a los ojos cuando habla y salpicar sus historias con algún que otro chistecillo. Sabe caer bien, supongo que en especial en días como hoy, en los que trata de mostrar su lado de chico-bueno-en rehabilitación al atípico visitante. No lo logra. Tiene tan interiorizada la violencia –desde los 10 camina con pandilleros, a los 11 tuvo por primera vez una pistola en sus manos, a los 12 lo brincaron– que ni siquiera es consciente de cuando sus palabras y sus hazañas lo están retratando.

—Yo soy de un sistema: si no me hacen nada, yo no hago nada, pero ya si se meten con alguien que yo quiero o que es algo mío, por ley, yo voy a actuar, ¿va? Y ese vato andaba jodiendo a mi familia y vos sabés que la familia es todo para una persona, más aquí, ¿va?

El vato al que se refiere es por el que ahora tiene pedos con la que era su pandilla. Lo traboneó, dice.

—Estábamos haciendo –lo piensa dos veces antes de continuar–… Estábamos haciendo un encargo, ¿va? Era un chavala (así llaman los de la MS-13 a los pandilleros del Barrio 18) que habíamos agarrado. Vos sabés que si agarrás a un enemigo, no lo podés dejar vivo, ¿va? Entonces solo estábamos con fierros, no habían armas ni nada, solo cortopunzantes. Ni modo, ¿va?… Comenzamos a hacer lo que íbamos a hacer, y sin querer, pero a la vez con querer, le zampé al vato un rambito aquí –Kevin se señala la pierna derecha, pero repara en mi rostro atónito–. Sabes lo que es un rambito, ¿va?
—No.
—Un rambito es un cuchillo, pero con dientitos atrás y un lado filudo. Se lo zampé así –gesticula.
—¿Al chavala?
—No, al homie...
—Y eso fue sin querer, por la pura verguera…
—A la vez por quererlo hacer, porque me pasó en la mente que andaba viendo a mi hermanita… Y el vato aún me dijo: órale, aquí mueres… Pero ahí quedó nomás. A él lo fueron a curar y los demás seguimos con el chavala. Yo seguí libando, seguí consumiendo droga… Hasta en la mañana fue que me fueron a tumbar la puerta los de mi clica.

No dañar a otro homie es una de las reglas más estrictas dentro de las pandillas sureñas. No podía quedar así nomás. Tras las consultas pertinentes al palabrero en la cárcel, la clica decidió corregirle con dos golpizas consecutivas de dos grupos de cuatro pandilleros.

—Me pegaron un 21, ¿va? 13 y 13.
—Pero 13 y 13 son 26…
—Quiero ver… Ah, pues… cabal… un 26 me pegaron entonces… 13 segundos y 13 segundos más.
—Y cuando te corrigen no puedes defenderte…
—No.

Por causas que no merece la pena aquí explicar, ni la golpiza que le dieron sus compañeros logró redimir a Kevin y, al cabo de unas semanas, optó por romper con la pandilla.

Ahora tiene 16 años –no está de más repetirlo–, y sigue siendo un niño en el marco jurídico salvadoreño y ante los ojos de instituciones como Unicef o un sinfín de oenegés. Acaba de obtener el segundo grado 
segundo grado, aunque esa escolaridad mínima no le impide usar con naturalidad la palabra desfacelar, que yo –periodista, 35 años– escuché por primera vez hace unos meses, y cuyo significado me lo tuvo que explicar un sicólogo forense del Instituto de Medicina Legal.

Me consta que Kevin no es una excepción, una oveja negra en el blanco rebaño de la juventud salvadoreña. Son demasiadas las historias parecidas que me ha tocado escuchar en los últimos años. Y basta oír a personas que están mucho más metidas en la dinámica de observar la violencia, como el criminalista Israel Ticas Chicas, para darse cuenta de que los casos que uno haya podido conocer como periodista, por muchos y variados que sean, son apenas una fracción ínfima de lo que ha sucedido en este país en la última década, de lo que sigue sucediendo.

Kevin, por cierto, está preso por extorsión. La extorsión es lo único que el Estado le logró comprobar. Él espera estar de nuevo en la calle a inicios de 2014. Quizá antes… por su buena conducta.

(El Salvador. Octubre de 2011)

Fotografía: replicasdelmundo.com
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(Esta crónica fue publicada el 2 de enero de 2012 en la sección Bitácora del proyecto de cobertura periodística de la violencia Sala Negra, de elfaro.net)
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