Es viernes, 24 de septiembre de 2010, y falta poco para las 3 de la tarde. El auditorium Fepade acoge a unas pocas docenas de egresados de distintas facultades de la Universidad Doctor Andrés Bello. Casi todos han recibido ya su investidura académica, pero la bachiller Girón Palma es de la últimas y aún espera su turno al pie de las escaleras. Viste negro riguroso, como manda la tradición, con zapatos de medio tacón y vestido de dos piezas: manga corta arriba y falda hasta la rodilla. Aplaude cuando nombran por megafonía a la joven que la precede, consciente de que en poco más que un chasquido ella será la efímera protagonista del evento.
Conozco a la bachiller Girón Palma desde antes incluso de que fuera bachiller. Se cruzó en mi vida cuando tenía 18 años y repartía cervezas y sonrisas en un bar de San Salvador llamado Les 3 Diables, el mejor antro que he conocido jamás. La suya no ha sido una vida sencilla: su padre murió al poco de nacer, el pisto siempre escaseó y desde niña tuvo que compaginar trabajo y estudios. Allá por 2002 vivía en una comunidad de la colonia Zacamil de Mejicanos, un entorno que se tragó a muchos de sus compañeros en el Instituto Nacional Alberto Masferrer: maternidad precoz, maras, fracaso escolar… Pero ella siempre quiso algo más, por eso el simbolismo que siempre le dio a obtener su título, no porque lo necesite –desde hace años trabaja como trabajadora social, valga la redundancia, y lo hace muy bien–, sino por lo que representa lograr una meta trazada. Quizá alguien logre entender esto que me resulta tan difícil de expresar con palabras.
—¡Iris Esmeralda Girón Palma! –gritan por megafonía.
La bachiller sube los cinco escalones con sonrisa radiante y melena al viento, da un apretón fugaz, y desciende por el otro extremo con su gran cartón en las manos. La detienen para una fotografía y regresa a su asiento en la segunda fila, para la juramentación. Aún resuenan las palabras grandilocuentes que el rector, Tulio Magaña, ha dicho hace unos minutos: “Ustedes no van a buscar caminos, sino que van a hacer caminos” y “El país está necesitado de ustedes”, más propias para una graduación en Stanford que en la Andrés Bello. Consciente –quizá como pocos en esta sala– del país del que forma parte, a la bachiller Girón Palma no le va tanta palabrería gratuita; tampoco le entusiasmará el discurso ofensivamente religioso de la alumna con mejores calificaciones. Pero nada de eso enturbiará su satisfacción.
Ahora todos se ponen de pie.
—¿Juran blablabla…
—Sí, juramos –responden a coro.
Y hoy sí. Esa persona que sonríe igual que cuando la conocí es toda una licenciada, la licenciada Girón Palma.
Fotografía: Roberto Valencia |
Me gusta es poco. Me encanta, me fascina. No sé... Lo adoro... Las palabras se quedan cortas.
ResponderEliminarMe gusta es poco. Me encanta, me fascina. No sé... Lo adoro... Las palabras se quedan cortas.
ResponderEliminarLindo... historia refrescante y felicidades para ella.
ResponderEliminarMe encantó...
ResponderEliminarOriginal.
ResponderEliminarFelicidades a la licenciada, Palma.
ResponderEliminarVaya Iris, qué gran regalo te ha hecho Roberto... Precioso!
ResponderEliminarFelicidades!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarOrgullo salvadoreno,Digno ejemplo de perseverancia y sacrificio.Inspiracion para los chicos y mujeres que tenemos la suerte de caer en los CINDES.Felicidades AMIGA por este bien merecido titulo y por esa linda familia que Dios te regalo.
ResponderEliminarYo leí este post muchos meses después pero se vale decir que ha sido de los textos de Roberto que más me han gustado. Iris es inspiración.
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