Vaya por delante que me sé un orador mediocre, que hablar en público nunca ha sido plato de buen gusto, y que desde mi primer día en la facultad me supe
rehén del periodismo escrito, con la firme determinación de mantenerme lejos en la medida de lo posible de cámaras, micrófonos y atriles. Pero al igual que
no me gusta bailar y hay situaciones en las que es imposible negarse, uno es consciente de que en esta profesión a veces toca dialogar en vez de redactar,
y sé valorar también la sensación de saberse pretendido para comentar algo, aunque nunca dejará de ser un trago con un regusto amargo.
Este preámbulo es porque en la primera semana de febrero, con la excusa de las elecciones presidenciales en El Salvador, me buscaron de la Cadena SER para hablar sobre el fenómeno de las maras. El colega Ramón Lobo, a quien tuve el gusto de conocer en San Salvador en mayo de 2013, sugirió mi nombre a la producción de A vivir que son dos días, para el programa del domingo 9 de febrero. Un par de días antes me llamó una amabilísima compañera que creo recordar que se llamaba Paqui y me explicó las reglas: conexión en directo, cinco minutos, ocho y media de la mañana, Javier del Pino y Ramón Lobo, las maras. Luego me planteó algunas preguntas guía–“¿Hay un pacto entre estas bandas y el gobierno? ¿Se puede abandonar una mara? ¿Es posible que haya mujeres dentro de una de ellas?” – y me sugirió prepararme algo las respuestas.
Agradecido por la oportunidad pero inquieto por lo arriba explicado llegó el domingo. ¿Cinco minutos para explicar algo tan complejo y enrevesado como las
maras? ¿Cinco minutos para un fenómeno social del que podría escribirse una enciclopedia entera y aún quedarían cabos sueltos? ¿Hacerlo además para un
oyente –el español promedio– que desconoce conceptos básicos como Mara Salvatrucha (MS-13) y el Barrio 18? ¿Cinco minutos para explicar El Salvador?
Este fue el resultado:
Pasó lo que me temía. De los datos e ideas que anoté en un papel para diseminarlos durante la plática no alcancé a decir apenas nada, en parte porque los cinco minutos y dieciocho segundos entre el saludo y la despedida resultaron poco más que un chasquido. Eran datos e ideas que, creo yo, ayudaban a entender mejor cuán grave es el problema de violencia que afecta a El Salvador. Datos e ideas que, aunque siempre insuficientes, perfilaban el porqué del fenómeno de las maras. Datos e ideas que no supe meter en la conexión, pero que reciclo ahora sin mucho esfuerzo como entrada de este blog.
- El Salvador es un país más pequeño que la provincia de Badajoz y con una población similar a la de la Comunidad de Madrid, poco más de 6 millones de personas.
- En El Salvador asesinaron en 2011 a 4,374 personas; y en 2013, a 2,490. La significativa reducción está ligada a una tregua que pactaron las dos principales pandillas que operan en el país (Mara Salvatrucha y Barrio 18), una tregua auspiciada por el Gobierno de la República (aunque el presidente Mauricio Funes lo niega, supongo que cree que le restará votos) y respaldada por la Organización de Estados Americanos.
- En 2013, según datos recientes del Ministerio de Interior, en España hubo 302 asesinatos. Para igualar la tasa de homicidios por cada 100,000 habitantes de El Salvador de 2013, en España tendría que haber habido 18,687 asesinatos. Y para igualar la tasa de antes de la tregua, tendrían que asesinar a 33,222 españoles en un año, 91 cada día.
- Las maras no son un problema de hoy o de hace cinco o diez años, que es cuando los muchachos tatuados empezaron a tener presencia mediática en España. En El Salvador los primeros integrantes de las dos letras o los dos números se comenzaron a ver antes de los Acuerdos de Paz que en 1992 pusieron fin a la guerra civil.
- Las pandillas proliferaron a inicios de los noventa porque existía el caldo de cultivo idóneo: pobreza extrema, desigualdad, falta de oportunidades, violencia social, desintegración familiar, promoción del consumismo como valor absoluto, un Estado raquítico, unas fuerzas de seguridad desmanteladas, una nueva arquitectura jurídica impuesta por la comunidad internacional sin medir las consecuencias...
- Sobre este cóctel explosivo el gobierno de Estados Unidos espolvoeó miles de pandilleros, salvadoreños emigrados durante el conflicto, crecidos en las calles de Los Ángeles, y luego deportados a El Salvador; con ellos viajó la cultura pandilleril.
- Pasó más de una década desde el bum inicial de las pandillas hasta su radicalización y su conversión en grupos del crimen organizado, sin matices. En ese tiempo el Estado salvadoreño fomentó esa mutación con políticas públicas como el manodurismo o la asignación de cárceles enteras para cada una de las pandillas.
- Hoy día en El Salvador, según cifras oficiales, hay más de 60,000 pandilleros activos, casi todos ellos integrantes de las dos pandillas mayoritarias. Incluido su entorno social, el gobierno habla de más de 400,000 personas vinculadas a estos grupos, dependientes en su mayoría de actividades delictivas. Eso supone el 6-7% de la población.
Fotografía Roberto Valencia |
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(Este texto se publicó primero el 15 de febrero de 2014 en Bajomundo, mi blog de la revista Frontera D, bajo el título 'Explicar un país en cinco minutos')
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