De libro Homenaje a Cataluña, del cronista británico George Orwell (Eric Blair). Este es un ejemplo de periodista involucrado hasta las últimas consecuencias en su reporteo. Obvio que también por convicciones personales, pero Orwell pasó casi un año integrado en las milicias del Partido Obrero Unificado Marxista (POUM), durante la Guerra Civil española, para escribir luego esta visión única de uno de los conflictos bélicos más sangrientos y complejos de todo el siglo XX.
Este es un fragmento del capítulo 9. Orwell regresa a Barcelona con un permiso de quince días después de permanecer más de tres meses en el frente de
Aragón. Es mayo de 1937. Justo estallan los violentos choques armados entre entre anarquistas y trotskistas por un lado, y las fuerzas leales al Estado republicano por otro, que dejaron unos 500 muertos y se conocen como los 'Sucesos de Mayo'.
Se oían tiros a lo lejos y las calles estaban desiertas. Todo el mundo decía que era imposible subir por las Ramblas. Los guardias de asalto habían tomado posiciones en varios edificios desde los que se dominaba la calle y disparaban a todo el que pasara. Aun así me habría arriesgado a volver al hotel, pero circulaba el rumor de que atacarían el comité local en cualquier momento y se decía que era mejor quedarse allí. En todo el edificio, en las escaleras y fuera, en la acera, había grupos de personas que hablaban nerviosos. Nadie parecía saber lo que pasaba. Lo único que pude deducir fue que los guardias de asalto habían atacado el edificio de la Telefónica y tomado posiciones en puntos estratégicos desde donde controlaban otros edificios propiedad de los trabajadores. Se tenía la impresión general de que los guardias de asalto iban a por los de la CNT y los obreros en general. En curioso que, en aquel momento, nadie pareciera culpar al gobierno. Las clases humildes de Barcelona veían a los guardias de asalto como una especie de Black and Tans [Los Black and Tans fueron una fuerza paramilitar reclutada en Gran Bretaña y enviada a Irlanda para reprimir las revueltas del Sinn Feinn de 1919 y 1920. (N. del T.], y todo el mundo parecía dar por supuesto que habían iniciado el ataque por iniciativa propia. En cuanto supe lo que ocurría me sentí aliviado. La cosa estaba clara. De un lado estaba la CNT, del otro la policía. No siento especial simpatía por el “obrero” idealizado por los comunistas burgueses, pero cuando veo a un obrero de carne y hueso enfrentado a su enemigo natural, el policía, no necesito preguntarme de qué lado estoy.
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