domingo, 26 de mayo de 2013

El espejo rompido


Un entrañable amigo tiene una modesta casa en un pueblito pesquero de Huelva llamado El Rompido. Cada vez que nos vemos y El Rompido aparece en la conversación, este amigo me cuenta –me recuerda– que el gran periodista Gabriel García Márquez estuvo allí alguna vez, y que dijo que El Rompido era el nombre de pueblo más bello y sonoro que jamás había escuchado. Desconozco si Gabo en verdad lo dijo o no, pero lo cierto es que El Rompido es un nombre sonoro y bello, mucho más que El Roto, participio irregular y abrupto, pero el único tolerado por la Real Academia Española.

Este miércoles 15 de abril se estrenó en el Teatro Nacional de San Salvador El espejo roto –que no rompido–, la obra más reciente de la documentalista salvadoreña Marcela Zamora, también entrañable amiga. El documental, desolador como recibir un navajazo leeeeento, cuenta la historia de un grupo de niños de una barriada sometida por la pandilla Barrio 18, que reciben un taller de teatro motivacional. El taller deviene en la excusa perfecta para adentrarnos en las vidas, en los hogares, en las familias de esos niños y niñas, todos de entre 7 y 10 años, todos marcados a fuego por un entorno de violencia extrema, inimaginable para quien lee esto en la España de los lamentos feisbuqueros, inimaginable también para quien lee esto desde los reductos primermundistas del tercermundismo.

La directora lo advirtió antes de que comenzara el documental. Dijo algo así como que no viéramos a los niños como casos aislados, que no son tragedias seleccionadas sino cotidianidad, que ojalá la obra sirviera para que la sociedad salvadoreña aprendiera a mirarse al espejo, al espejo roto-rompido. Que ojalá sirviera para aflojar siquiera un poquito la venda que tenemos en los ojos, dijo.

Me gustó el documental, y me gustó más esa vocación cuasi antropológica de mostrar el diario vivir de este país llamado El Salvador. Nada más y nada menos. Zamora nos describe con pulso la cotidianidad del bajomundo (palabra que yo uso para designar con cariño a los excluidos de los excluidos, y que da nombre a este blog, por cierto), consciente de que quienes veremos su documental, la mayoría, somos los que viajamos en carros aireacondicionados, podemos pagar una consulta en un médico privado, tenemos Facebook y correo electrónico, vamos a los festivales de cine y almorzamos seguido en el Pollo Campero. Los que vivimos en la parte menos rota de la sociedad rompida. Los que a la señora que llega a cuidarnos a los niños, a lavarnos los calzones, le pagamos 10 míseros dólares al día, y luego además nos extrañamos si sus hijos terminan en la mara-pandilla.

El espejo que Zamora nos pone enfrente refleja lo peor de nosotros mismos, pero siempre habrá quienes prefieran evadirse y convencerse, incluso desde la progresía, de que es el espejo y no nosotros, la sociedad salvadoreña, lo que está roto-rompido, a tenor de las risas que durante la proyección escuché a mi alrededor en momentos que no deberían tener ninguna gracia.

La sociedad está rota, como el espejo. O para quienes prefieren lo mismo pero más bello y sonoro, la sociedad está rompida, como el espejo. Pasemos al cóctel y brindemos los privilegiados. Lamentémonos siquiera por las desgracias ajenas, que son las nuestras, entre canapé y canapé.

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(Este texto se publicó primero en Bajomundo, mi blog de la revista Frontera D, también bajo el título "El espejo rompido")

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