viernes, 7 de octubre de 2011
Eugenio, el violinista de Nombre de Dios
Eugenio Palma nació el 15 de noviembre de 1922, antes de que Charles Chaplin dirigiera y protagonizara La quimera del oro. Ha vivido pues, y conserva además una memoria prodigiosa y un don especial para recrear situaciones con los más insospechados detalles. Me gusta hablar con él y lo hago relativamente seguido, no en vano Eugenio es el bisabuelo de mi hija.
Hace algunas semanas, sus recuerdos me sirvieron para la escena principal de un artículo titulado Sangre en Nombre de Dios, que escribí para Sala Negra de El Faro, pero en aquella plática me contó mucho más que lo que necesitaba para esa crónica, y hubo algo que, apenas lo escuché, intuí que acabaría como entrada en Crónicas guanacas.
—Yo de 10 años comencé a tocar violín –dijo.
Eugenio nació, vivió y morirá pobre. Nunca aprendió a leer ni a escribir. Hasta que la guerra civil lo expulsó de su casa, vivió en un cantón llamado Nombre de Dios, municipio de San Agustín, departamento de Usulután. Quizá supure cierto prejuicio lo que voy a decir, pero me chocó la idea de imaginar a un niño del área rural con un violín, instrumento que la conciencia colectiva ubica en otros estratos sociales, sobre todo hace ocho décadas.
—¿Y de dónde sacó un violín usted si vivía en un cantón?
—Mi papa –dicho así, con el acento en la primera A– me lo compró. Un día, cuando yo me levanté de la cama, ya vi el violín en la mesa, así… Y yo solo tocar y tocar… Fíjese que los caballitos de mi nanito, los del corral, se los tenía sin cola de tanto arrancarles los pelos…
—¿Para hacer cuerdas? –pregunté, ignorante.
—No, ¡qué cuerdas! Para el arquillo. Se amarra así –gesticula– y del otro lado, y se pandea así –gesticula más–. De los músicos aprendí yo.
—¿Pero en Nombre de Dios había muchos músicos?
—Claro. Allí tenían violín y bandolín, lo que no había era violonzuelo. Y hasta después hubo un contrabajo ya.
Eugenio va a cumplir 89 años. Está bien de salud, firmaría ahora mismo alcanzar su edad en sus condiciones, pero, al igual que nos pasará a ti y a mí y a todos, algún día morirá, y con él se irán casi todos sus recuerdos.
Este del violín al menos quedará custodiado en este blog a partir de ahora.
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Muy, muy interesante! Encandada de pasar por acá. Mi saludo es mi desahogo!
ResponderEliminarGracias a ti, Lorena. Motivante saber que en Argentina alguien lee estas palabras. Saludos guanacos...
ResponderEliminarQue bueno conocer estas historias de gente del entorno cercano. Sé lo mucho que Iris quiere a su abuelo y por ella sé que ha sido y es un buen hombre y que babea por Alejandra,su bisnieta. Marisa.
ResponderEliminarEn muchos pueblos siempre hay uno que otro grupo. En Santiago Nonualco, por ejemplo, don Leónidas Romero era el mejor violinista en todos los nonualcos y tepezontes. Creo que la estafeta se va pasando de generación en generación... y don Eugenio, ¿le enseñó a alguien más a tocar el violín?
ResponderEliminarCreo que tenés razón ,Ricardo. Y sobre lo de pasar el testigo, a ver si su bisnieta (mi hija) crece rápido y le da por ahí... Saludos.
ResponderEliminarQUE EXCELENTE ARTICULO Y AUN MAS CUANDO UNO TIENE ESE PRIVILEGIO DE CONOCER A DON EUGENIO (PARA NOSOTROS EN DON GEÑO), MIL GRACIAS SR. VALENCIA. (SOY AMIGO DE LA FAMILIA DE IRIS A QUIEN LA CONOZCO DESDE QUE NACIO IGUAL QUE EL HERMONO DE ELLA Y SUS PRIMAS, SALUDOS A ELLA DE PARTE DE CALI.
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