lunes, 25 de julio de 2011

Es que no es lo que vos querrás

La mañana del día de la violación Magaly salió para comprar algo en la tienda. Era miércoles. Un grupo de pandilleros se le acercó, la rodearon y le dijeron que se preparara, que en la tarde la llamarían. Ese coro de voces infanto-adolescentes, casi todas conocidas, algunas de compañeros de aula, representaba la máxima autoridad en la colonia, el Barrio 18, y ella mejor que nadie sabía que, escuchada la sentencia, poco o nada se podía hacer. En las horas siguientes actuó como un condenado a muerte que asume con resignación su condición.

Magaly es una joven bien parecida. Salvo por su estatura –apenas supera el metro y medio–, está en las antípodas del estereotipo de una mujer salvadoreña. Su piel es lechosa; su cara, de facciones angulosas, con una nariz respingona pero bien conjuntada con su rostro; el pelo lo tiene oscuro, largo y liso, y le cubre una cicatriz en el cuero cabelludo del tamaño de un centavo, que le dejó un ácido que la cayó de niña. Está muy delgada, apenas supera las 90 libras, y no es para nada voluptuosa. La primera vez que la vi fue a mediados de marzo de 2010, durante una actividad del Ministerio de Educación que me llevó a Ilopango. Tenía que amarrar un contacto en la zona para el seguimiento, y ella fue la elegida. Nunca sospeché que esa joven menuda y dicharachera tuviera 19 años, condicionado quizá por el hecho de que estábamos en una escuela en la que solo se estudia hasta noveno grado.

La tarde del día de la violación Magaly llegó a esa escuela, como todos los días. Lo hizo poco antes de la 1 acompañada por Vanessa, su hermana pequeña. Se despidieron y cada quien entró en su aula. Hablando estaba con una amiga cuando un compañero de clases –un pandillero– se le acercó para entregarle un celular. Te llaman, le dijo.

—Ajá, ¿con que vos sos la puta que nos puso el dedo? –preguntó una voz sonora y amenazante–. Mirá, pues ahorita los homeboys se quieren dar el taco.
—¿Conmigo? ¿Y por qué?
— No te hagás la maje, que bien sabés. Vos los pateaste cuando se llevaron a la morrita aquella. Ellos te van a decir...
—Pero no tengo nada que hablar con ellos.

No dudó de que se trataba de la persona que desde la cárcel lleva palabra sobre los pandilleros de su colonia, de su escuela, pero se atrevió a interrumpir la llamada. El teléfono volvió a sonar de nuevo.

—¡No me volvás a colgar, peeeerra! Vos sabés lo que te va a pasar si no...
—Fíjese, pero yo no tengo nada que ver con ustedes –consumió Magaly su último suspiro de valentía–, así que deje de molestarme.
—Es que aquí no es lo que vos decís, sino lo que los homeboys dicen. Ahora mismo vas a ir a donde te lleven y vas a pasar una hora con cinco de ellos.
—Pero yo no puedo hacer eso, ando con mi hermana pequeña.
—Es que no es lo que vos querrás, es que lo tenés que hacer. Si no vas, van a ir a sacarte de la escuela.

Y colgó.

Magaly y su hermana Vanessa tienen una relación especial. Se llevan diez años, pero es evidente la complicidad cuando están juntas. En una ocasión Magaly me contó un incidente que tuvo con su pelo. Se lo quería alisar y, como a falta de dinero lo que toca es improvisar, pidió a Vanessa que usara una plancha para ropa y una toalla, sentada ella de espaldas a una mesa y con la cabellera extendida. No midieron bien los tiempos, y el pelo resintió ligeramente el exceso de calor. Mientras me lo contaba no paraba de reír.

Pese a esta relación, la de Magaly no es el mejor ejemplo de familia integrada. Cuando la violaron vivía en una casa diminuta con Vanessa, con Guille –el hermano, de 12 años–, con su madre y con el novio de ella, que salen al amanecer y regresan al anochecer. Pero cuando le pregunté por cuántos hermanos tenía, respondió que eran nueve en total, menores la mayoría, de diferentes padres y repartidos ahora en distintas casas, incluido uno que, recién nacido, su madre se lo regaló a un hermano, para que lo asentara como propio, y que ahora vive en Estados Unidos. Es la suerte que hubiese querido tener yo, me dijo un día Magaly. En otra ocasión le pregunté por su padre biológico. Creo que vive en San Martín, pero no lo veo, me respondió.

Magaly es casi como una madre para sus dos hermanos menores, sobre todo para Vanessa, y no parece sentirse incómoda en ese rol. Quizá por eso, cuando el día de la violación la voz amenazante le ordenó salir de la escuela, lo primero que hizo fue pensar en ella. No la podía dejar sola.

Salieron las dos de la escuela, y afuera había un grupito de pandilleros que comenzaron a caminar delante. Al llegar al pasaje donde estaba la destroyer, la casa que usan como punto de reunión, le dijeron que Vanessa no podía llegar y, con toda la naturalidad del mundo, le pidieron que la cuidaría la hermana de uno de los pandilleros. Magaly le dejó su celular, y ahí se separaron. No tuvo que recorrer mucho más para llegar a la casa. Eran pocos los pandilleros cuando entró, cuatro o cinco, pero casi todos rostros conocidos, casi todos más jóvenes, compañeros de la escuela algunos. Le indicaron un cuarto: “Metete ahí y quitate la ropa, que ya vamos a llegar”.

En la habitación no había nadie, solo un colchón grande tirado en el suelo, sin sábanas. Ella misma se desvistió. Se quitó los tenis blancos con dibujitos de calaveras que calzaba, los calcetines, la blusa verde, la camiseta de algodón, los jeans y el calzón. Todo lo amontonó en una esquina. Se sentó en el colchón y se acurrucó. Magaly no es de las que se congrega con asiduidad pero sí es creyente, lee la Biblia con sus hermanos antes de dormir, y quizá en ese momento pensó en su dios. “Yo seguido hablo con él, porque sé que me oye y me entiende”, me dijo en otra ocasión. Al menos esta vez a su dios le valió madre su suerte. Al poco entró el primero de sus violadores.

Fotografía: internet
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(Este es un fragmento de una crónica titulada Yo violada, que fue publicada el 23 de julio de 2011 en la sección Sala Negra del periódico digital salvadoreño El Faro)

1 comentario:

  1. Por q !!!!!!!!, sabemos cual es el problema , si ellos no respetan los derechos humanos por q la poblacion y el gobierno se los debe respetar ? y encarcelarlos para que por nuestros impuestos vivan bien PENA DE MUERTE !!!!!!!!!!! y caceria antes por q la impunidad impera en muchas colonias

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