Camino del zanjón que separa el Ferreti del 18 de Mayo, Norlan se detiene a mear junto a unos escombros que simulan verjas. La calle vacía como cementerio vacío. Joshua busca otro meadero en silencio, y yo hago lo mismo, no vayan a pensar que soy un desagradecido. Sobre la tierra reseca, justo a la par de donde orino, hay un tajo largo y negro, como un látigo extendido, formado por cientos de miles de hacendosas hormigas que cargan palitos insectos hojitas restos, o se cargan unas a otras. Son tan demasiadas. Hace años vi algo parecido, pero fue en la selva de Petén (Guatemala), no en un barrio de capital de república.
―¿Esto es normal? –pregunto en voz alta cuando termino. Los dos se acercan.
―¿El qué, las hormigas? –dice Norlan–. Sí, claro, están chambeando porque en la noche va a llover.
―Los zompopos saben cuándo –se suma Joshua–. Ahorita están metiendo comida porque va a venir un huracán de calle.
Son las 3:30, Managua es el horno insufrible de siempre, y el cielo está azul cielo. El pronóstico suena absurdo, pero disimulo.
―Hormigas, zompopos, ¿cuál es la diferencia? –pregunto.
―Es que su nombre es hormiga, pero su nombre científico se llama zompopo –zanja Norlan.
Seguimos caminando como si nada, y la plática retorna a lo que me trajo hasta el Ferreti: el asombroso Centro Juventud.
En tres horas Managua será un diluvio.
Fotografía: Kenneth G. Ross |
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(Esta es la escena inicial de una larga crónica publicada en Sala Negra de El Faro el 15 de octubre de 2012, bajo el título "Hormigas en el Centro Juventud")
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