Han pasado treinta y tres años desde que el pecho de Óscar Arnulfo Romero fue destrozado por una bala expansiva del calibre .25 mientras oficiaba misa en la capilla de un hospital para enfermos de cáncer, en San Salvador. Treinta tres años ya desde aquel 24 de marzo de 1980, pero en El Salvador un influyente sector de la sociedad –quienes financiaron o se alegraron por su asesinato, sus herederos ideológicos– sigue sin entender la relevancia del que sin duda es el salvadoreño más universal: Monseñor Romero.
Este lunes 22 de abril trascendió que el papa Francisco ha desbloqueado la causa de su beatificación, una noticia que se regó rápidamente por las redacciones de medio mundo, pero en El Salvador, su país de origen, un periódico llamado El Diario de Hoy –uno de los dos más influyentes, tradicional vocero de la ultraderecha– decidió no publicar ninguna noticia en su edición impresa del día siguiente.
En Roma saben que Monseñor Romero no será un santo más. Es cierto que en los últimos años del pontificado de Juan Pablo II y en el de Benedicto XVI el discurso oficial del Vaticano hacia el arzobispo San Salvador se había suavizado, pero solo se puede “desbloquear” algo que está bloqueado.
Falta que se concrete la beatificación, y quizá pasen años aún, pero con el solo anuncio del desbloqueo, el papa está dando un paso firme y sonoro, un guiño a un amplio sector de la Iglesia latinoamericana que desde Roma siempre se miró con recelo.
Cualquiera que se tomara la molestia de leer sus homilías concluiría que Monseñor Romero de comunista no tenía un pelo. Muy conservador en temas como el aborto o el rol de la mujer, su elemento diferenciador fue optar por la defensa a ultranza de los derechos humanos en un país en el que el Estado los violaba de manera sistemática. Monseñor Romero renunció al confort que siempre supone ser el arzobispo de las élites y se identificó con los oprimidos, los sinvoz, como él los bautizó en alguna ocasión.
Roma acepta casos así en alguna que otra parroquia, a pequeña escala, pero les cuesta digerir cuando suceden en puestos de responsabilidad dentro de su jerarquía. Además, Monseñor Romero no se limitó a denunciar injusticias desde el púlpito, sino que, siendo todo un arzobispo, vivía en una humilde casucha junto a un hospital para enfermos terminales, nunca aceptó dádivas ni seguridad del Estado pese a las constantes amenazas de muerte, y tuvo gestos como donar íntegramente –para construir un hogar para niños– los $10,000 que la Universidad de Lovaina (Bélgica) le entregó junto al Doctorado Honoris Causa.
Lo peligroso de Monseñor Romero para las estructuras más conservadoras de la Iglesia católica no son sus palabras, sino su ejemplo; de ahí las reticencias de Juan Pablo II y Benedicto XVI a su beatificación.
La pasividad de la curia romana –cuando no el rechazo abierto– durante tantos años hizo que terminara convertido en un icono de la izquierda. Monseñor Romero censuró una y mil veces no solo el comunismo, sino también la lucha guerrillera tan en boga en aquellos años. Durante la investigación que realicé para escribir mi libro Hablan de Monseñor Romero, me sorprendió comprobar que a finales de 1979 varios de los líderes de los principales grupos armados y organizaciones de masas –obcecados por replicar en El Salvador la revolución sandinista de Nicaragua– hablaban pestes sobre él, de vendido y maldito para arriba.
Dicen que la historia termina ubicando a cada quien en su lugar. En los últimos años su figura ha emergido como la de un profeta de los derechos humanos de los pobres, de los desheredados de la humanidad. En noviembre de 2010 Naciones Unidas aprobó que cada 24 de marzo en todo el mundo se conmemore el Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos, y el modesto mausoleo que acoge sus restos en el sótano de la catedral de San Salvador se ha convertido en lugar de peregrinaje al que han llegado a presentar sus respetos figuras como la del presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Monseñor Romero crece cada día y es probable que termine junto a Mandela, Gandhi y Luther King.
El papa Francisco, jesuita y latinoamericano él, alguien que en uno de sus primeros discursos dijo que querría “una Iglesia pobre para los pobres”, parece haber entendido que la institución no puede permitirse renunciar a uno de sus mártires que más admiración generan. Aunque eso le cueste distanciarse de esa derecha rancia y oxidada.
Fotografía: Roberto Valencia |
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(Este artículo fue publicado por primera vez el 26 de abril de 2013 en el diario Las Américas, que se edita en Miami (Florida, Estados Unidos), también bajo el titular "Monseñor Romero, el santo incómodo")
No solo de la derecha rancia y oxidada, sino de la izquierda mezquina y sinvergüenza que siguen usando a Romero para sus fines políticos. Nos tocará a los ciudadanos de a pie, estudiantes, trabajadores, iglesia misma arrancárselos de las manos.
ResponderEliminarPor alguna razón la historia humana es así. Pero hay un detalle que abona a la figura beatificable de Monseñor Romero; bautizado por el pueblo e insignes católicos como el Santo de America y, es que el acontecimiento de formalización se retoma a los 33 años; tiempo emblemático en la comunidad cristiana católica. Buen punto Roberto hay que tener buenos contactos con la gusanera cuabana de Miami para que cedan espacio en un periodico de ellos. Ricardo no solo es la derecha rancia y oxidada sino la asesina de Monseñor. La izquierda es más natural y comoda para hablar de monseñor, pues ha luchado a nivel mundial por que no se olviden de nuestro Pastor; y para tu malestar te recomiendo como alivio que leas las homilías de Romero y encontrarás más radicalidad y critica social por lo que la derecha le llamaba comunista y lo asesinó:
ResponderEliminar"...toda persona que lucha por la justicia, que busca reinvindicaciones justas en un ambiente
injusto, está trabajando por el Reino de Dios"
"Si denuncio y condeno la injusticia es porque es mi obligación como pastor de un pueblo oprimido y humillado"
"...de nada sirven las reformas si van teñidas de tanta sangre"
"Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios... Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla"
"Si me matan, resucitaré con el pueblo salvadoreño"
"...un obispo morirá pero la Iglesia de Dios que es el pueblo, no perecerá jamás"....No sé si me explico Ricardito.