El tren –los policías que lo custodian– tiene un papel protagónico en este relato.
Desde hace cinco años, de lunes a viernes un tren recorre lentamente los 13 kilómetros que separan Apopa del mercado La Tiendona, en San Salvador. En su viaje de la tarde, la máquina pasa siempre por El Progreso I a las 4:45, con sorprendente puntualidad. El viernes 27 de julio no fue excepción.
Como tantos días, el grupito de pandilleros descansaba-maquinaba-fumaba junto a los rieles cuando el estruendo los alertó. La rutina: los cuatro se levantaron con parsimonia, se adentraron en el pasaje –uno de ellos incluso aprovechó para comprar una charamusca– y vieron pasar la locomotora y los vagones. Sin embargo, esta vez la máquina se detuvo por completo porque una señora que vendía empanadas pidió subir. Al detenerse, el último vagón quedó apenas unos metros delante de los jóvenes, y sobre el balconcito que hay en el extremo final, un agente joven de la PNC. Siempre viaja ahí uno.
Los cuatro pandilleros regresaron a la línea y aseguran que, sin provocación alguna, el agente desenfundó su arma y apuntó al grupo, creyeron que para intimidar. Apenas unos metros los separaban. No era la primera vez que ese mismo agente los encañonaba, por eso los jóvenes en principio no se inmutaron. Lo hicieron cuando oyeron el bombazo.
―Era una 9 mm. –coinciden dos de los testigos.
Desarmados como estaban, todos se abalanzaron pasaje abajo en busca de protección. Ajeno a todo, el maquinista prosiguió su marcha.
El balazo alcanzó de lleno el bajo vientre de Carlos Alfredo, pero pudo correr hasta la casa familiar, a unos 40 metros. Vencido por la gravedad de la hemorragia, se recostó contra una pared. El hermano menor –17 años, pandillero también– se lo echó al lomo, lo pasó al fondo de la casa, llegaron más homeboys, y rápido consensuaron la seriedad de la situación. Pidieron el vehículo a un vecino y se fueron hacia San Salvador.
Carlos Alfredo llegó cadáver a Emergencias del Hospital Rosales. Murió en el asiento trasero de un carro, en los brazos de su madre y su hermano menor.
Fotografía: Roberto Valencia |
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(Este es un fragmento de una crónica publicada el 31 de julio de 2012 bajo el título de Muerte de un pandillero en la sección Sala Negra de El Faro)
Héroe.
ResponderEliminarMe pregunto que sintió el policía cuando vio a estos holgazanes ahí sin trabajar, solo planeando el mal; miedo, odio? Talvez pensó en todos los seres humanos que estos malnacidos han descuartizado despiadadamente y lanzado al río Acelhuate. Son una generación inmunda y perdida. No merecen existir!!!!
ResponderEliminarno se que esperan que pasara
ResponderEliminarEn este caso, el presidente de Indonesia (Joko Widodo) en su primera elección, lanzó una Revolución Mental para hacer mejor a su pueblo. Pero lamentablemente hasta ahora la Revolución Mental de la que se hizo eco parece ser solo retórica.
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