jueves, 5 de julio de 2012

Sendero de espinas

En El Salvador, las cárceles para adultos son pan de cada día en la agenda mediática, pero no sucede lo mismo con esas otras cárceles para niños llamadas eufemísticamente centros de inserción social, las administradas por el Instituto Salvadoreño para el Desarrollo Integral de la Niñez y la Adolescencia (ISNA). Salvo motín sangriento o fuga masiva, resulta raro que los noticieros o los periódicos den espacio a los sitios en los que el Estado trata de reinsertar socialmente a los cientos de delincuentes que, antes de cumplir los 18 años, son condenados por un juez. ¿Los centros de inserción reinsertan?

En lo personal, el tema de la violencia juvenil me interesa mucho, sobre todo por la relación directa que en este país tiene con las maras, un fenómeno socio-delincuencial que se nutre de la juventud y de la niñez. Ese interés ha cristalizado en diferentes artículos periodísticos, y quizá el más representativo sea una crónica publicada en enero de 2012 bajo el título de La triste historia de un reclusorio para niños llamado Sendero de Libertad.

Este texto es el causante de que yo haya entrado en contacto con un grupo de estudiantes de psicología de la Universidad de El Salvador. Interesados en reflexionar sobre las psicopatías que afectan a los niños y adolescentes privados de libertad, su trabajo de campo se centró precisamente en el Centro de Inserción Social Sendero de Libertad, que el Estado construyó a mediados de los 90 en Ilobasco, departamento de Cabañas.

Hoy es jueves, 7 de junio, y en la tarima del auditorio de la Facultad de Ciencias y Humanidades los cinco –tres mujeres y dos hombres, elegantes como si fuera día de graduación– se esfuerzan por hacernos entender qué son las psicopatías, cómo reconocer los efectos psicosociales del encarcelamiento y cuál es el perfil de los jóvenes de Sendero de Libertad, entre otras cosas. La ponencia durará dos horas. Me invitaron a la exposición, y he logrado sentarme junto a Marcelino Díaz, el catedrático responsable.

—Los profesionales de la psicología a veces nos encontramos con que la teoría que existe no nos cubre todo lo que pasa en El Salvador –me susurra.

Díaz es también psicólogo forense en el Instituto de Medicina Legal. Para ilustrarme qué es eso de las psicopatías, me cuenta el caso que le tocó evaluar ayer mismo, el de un joven veinteañero violador en serie –no pandillero– que lograba llevarse con amenazas a sus víctimas a casa y las violaba en repetidas ocasiones, en especial por vía anal. Vivía con su padre, quien alguna vez se sumaba a las violaciones. Esporádicamente lo grababan en video. “En casos así no podemos hablar de trastornos, sino de psicopatías”, susurra.

En el tramo final de la ponencia, los cinco estudiantes enumeran las conclusiones de su investigación. Concluyen, por ejemplo, que El Salvador en general y la juventud salvadoreña en particular son terrenos fértiles para la proliferación de psicópatas. Buena parte de sus aseveraciones, sin embargo, las ubican en el ámbito personal, en lo positivo que ha resultado la experiencia de trabajar directamente con los menores. Del temor inicial pasaron al “hay que comprender sus vivencias antes de juzgarlas”, en palabras de uno de los investigadores. “Es evidente la falta de afecto que tienen”, dice una investigadora. “El trabajo con jóvenes privados de libertad sensibilizada hasta al más duro”, enfatiza otro. El concepto más repetido: los jóvenes encerrados en Sendero de Libertad son seres humanos, con sentimientos, con necesidades.

En el turno de preguntas me animo con una para los cinco. Esta: tras su experiencia, ¿creen que los centros de inserción reinsertan?

Carlos Morales: “Los mismos empleados nos decían que los jóvenes gobiernan de los portones para adentro, ellos establecen sus reglas y sus normas. ¿Que si el centro está cumpliendo la función de reinsertar? Definitivamente no. Las personas que están ahí hacen lo que pueden, pero existen demasiadas carencias”.

Jennifer Bernal: “No se puede dar la reinserción cuando existen carencias de recursos y de personal. Es muy difícil cuando las normas las ponen los mismos internos”.

Tatiana Solís: “Lamentablemente, el joven sí pasa por un proceso de inserción cuando llega al centro, pero no positivo, no proactivo para la sociedad”.

Lennin Valle: “No va a haber una reinserción adecuada mientras las personas mayores, de 22 o 23 años, dominen a los que llegan con 15 o 16 años”.

Liseth Rivas: “Hay jóvenes que sí se podrían reinsertar, pero al llegar a Sendero de Libertad ya no lo hacen”.

Preocupante unanimidad, pienso. Preocupante.

(San Salvador, El Salvador. Junio de 2012)

Fotografía: Roberto Valencia


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(Este relato fue publicado el 3 de julio de 2012 en la sección Bitácora del proyecto de cobertura periodística de la violencia Sala Negra, de elfaro.net)

3 comentarios:

  1. Ángela Umanzor Pacieco5 de julio de 2012, 15:48

    Desde nuestra trinchera queda mucho por hacer... me encanta esta crónica y es triste y es contradictorio y es frustrante, porque el material que la motiva no debería ser jamás!!!

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  2. ''Hay jóvenes que sí se podrían reinsertar, pero al llegar a Sendero de Libertad ya no lo hacen''.....demasiado trabajo psiquiátrico se necesita para separar a los que padecen de psicopatías de los que tienen trastornos tratables...porque las psicopatías no tienen remedio, y eso es así, un psicópata nació psicopata y morirá psicópata...es desalentador...una persona ''salvable'' conviviendo con otra con psicopatía...osea, es poner la mecha a la par de un encendedor. creo que no nos imaginamos el enorme iceberg que tenemos debajo...y va creciendo, y todos nos hacemos a los disimulados.

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  3. no saben nada de lok hablan

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