—Yo antes vendía casetes, como 12 años estuve vendiendo casetes yo. A las fábricas iba, al Plan de la Laguna sobre todo, con mi ataché, mi maletín, y a 15 colones los daba… pero cuando empezó el cidí, el casete pronto lo botaron. Y en el 98 empecé con esto otro…
—¿Y no le entró a los cidís usted?
—No, empecé con esto otro…
Esto otro es el pequeño y destartalado carrito con el que en los últimos 14 años don Jesús se ha ganado la vida. Tiene un letrero harto explícito: Hot Chili Dogs. Cada día, me dice, vende unos setenta u ochenta de sus peculiares hot-dog, una parte aquí, en el dizque centro comercial, y la otra frente a una escuela, en la tarde.
—Rico, ¿va? –me pregunta cuando me entrega el segundo que le compro.
—Umm –asiento y sonrío, pura educación–. Y usted, cuando empezó con esto, también los vendía en colones, ¿no?
—Sí, a tres colones colones los vendía, pero fueron subiendo.
No tanto para haber 14 años y una dolarización de por medio. El principal –el único– atractivo de los hot-dog de don Jesús hoy es su precio: cincuenta centavos de dólar cada uno, cuatro colones y fichas. El pero es que no tienen salchicha. Son solo el pan francés largo y estrecho, relleno con abundante curtido y chile al gusto, y recubierto con salsas de colores varios. Suficiente para matar el hambre.
Fotografía: internet |
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