“Necesito por algun medio denunciar la golpiza que le dieron a mi sobrino unos policias que sin motivo lo bajaron del transporte publico y lo golpearon hasta dejarlo moribundo esta grave con sondas orinando y echando sangre hasta por los oidos, el no es un delincuente el trabaja en un salon de belleza y estos culeros policias chingan a kien no deben y a los que si son mareros de verdad les tienen miedo, mi familia ya fue a poner la denuncia a la fiscalia y ahorita esta en el hospital de las margaritas creo y estoy esperando que me manden las fotos de como lo dajaron de moustro yo te las mando despues, ¿que puede mi familia hacer para que no quede impune y darle seguimiento a estas injusticias? por lo que yo se no este no es un caso aislado, que estan haciendo esto a muchos jovenes inocentes amparados en que nadie puede contra ellos y por rabia y frustacion y miedo a los verdaderos pandilleros y delincuentes. Porfa espero tu respuesta, ya los pandilleros me mataron a una sobrina y ahora los policias casi me matan a su hermano. En kien podemos confiar Dios mio.”Hasta hace unos días, la carta formaba parte de la crónica; era, valga la paradoja, un epílogo bautizado como Génesis, que en algún momento creí que funcionaría para ilustrar al lector cuál puede ser el punto de partida de una crónica en un tema tan complejo como son las expresiones de la violencia que afectan a El Salvador. Al final, y después de hablarlo con uno de los editores del texto, decidimos no incluirla en el relato; pesó más el convencimiento de que la escena fuera del edificio de Medicina Legal tenía más sabor a final. Aunque… no sé, si les estoy compartiendo estos pensamientos quizá sea porque no estoy del todo convencido de las bondades de la decisión tomada. En fin…
La crónica entera pueden leerla pulsando aquí: Yo torturado.
Y el joven que aparece en la fotografía es Dani, su protagonista.
Me encanta tu blog. Me gusta mucho la veracidad que puedo leer en cada post y la entrega con que escribis.
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