En la inauguración, realizada bajo dos canopis colocados en el parqueo de la institución, hay unas 60 personas; la mayoría, empleados de Medicina Legal. Muy pocos medios de comunicación se han interesado en el evento, como si en verdad existiera una alergia gremial a las convocatorias que incluyen buenas noticias. De entre todos los discursos –cuatro en total– destacan en mi libreta, por su sinceridad, las palabras de Rosa María Fortín, presidenta de la Sala de lo Penal de la Corte Suprema de Justicia. Las víctimas de violaciones, dice, “se ven obligadas a enfrentar el sistema de Justicia, que en la mayoría de los casos los trata no solo de manera descortés, sino de manera infame”.
Al finalizar, reconozco entre los asistentes a Marcelino Díaz, un sicólogo forense al que he entrevistado en alguna ocasión. Nos saludamos, me presenta a dos colegas. Su oficio les exige, entre otras cosas, tratar tanto con las víctimas de una violación como con los mismos violadores. A la pregunta sobre si lo que hoy se inaugura es un paso en la dirección correcta, la respuesta es unánime: sí. “Es muy importante, sobre todo por los niños”, dice uno de ellos.
La plática deriva de inmediato hacia una realidad menos esperanzadora, más salvadoreña. Acá atenderán nomás a las víctimas de la capital y del área metropolitana, que representan solo un tercio de todas las violaciones registradas en El Salvador. Más preocupante resulta saber que los casos que se judicializan son, en palabras de uno de los tres sicólogos, la punta del iceberg de los que en verdad ocurren. Esa puntita supuso el año pasado casi 3,400 agresiones sexuales, un promedio de 9 diarias, según cifras de Medicina Legal. Si esa es la punta, no suena muy aventurado aseverar que en el seno de la sociedad salvadoreña ocurren cada día entre 30 y 40 violaciones, de las que más del 90% son a mujeres y sobre todo a niñas.
—El abuso sexual infantil es un flagelo de la sociedad salvadoreña –dice uno de los sicólogos forenses.
—La mayoría de los casos se dan dentro de las casas –complementa su colega–: el padre con la hija, el padrastro con la hijastra, el tío con la sobrina… Pero pocos de esos casos se denuncian.
—Yo acabo de evaluar un caso de unos pandilleros que secuestraron por un mes entero a una pobre muchacha –se anima el tercero–. La tuvieron secuestrada y hasta la trasladaban de un lugar a otro.
—¿Y ella está viva? –pregunto.
—Sí, ella sobrevivió. Eran dos sujetos; uno la violaba un día, y el otro, al siguiente. La tenían en una casa, y ella nomás era como el objeto.
La conversación no se extiende en esta ocasión mucho, para poder conocer la oficina recién inaugurada. Se trata de dos cubículos pintados con colores cálidos y ambientados con música suave. Hay un televisor con DVD, un sofá que se ve confortable, un baño con ducha y un amplio espacio con juguetes y pinturas para que los niños y niñas jueguen y pinten. Tres sicólogas se turnarán durante las 24 horas para ayudar a las víctimas a afrontar los exámenes médicos que exige la Justicia. También les darán un “kit de dignidad” que incluye objetos básicos de higiene personal.
La mejora es evidente pero, si esto se está inaugurando con tanta pompa aquí y ahora, supone que a las mujeres, los niños y las niñas violadas en San Miguel, en Santa Ana o en cualquier otra zona del interior del país, el Estado no les brinda ayuda psicológica especializada ni un cuarto en el que ducharse ni siquiera un calzón para cambiarse. Tampoco invita al optimismo comprobar que entre el equipamiento de la nueva oficina haya una cuna para recién nacidos, edad que duele relacionar con las palabras “agresión sexual”, pero que hoy por hoy, en esta sociedad de violencia infinita que hemos construido los salvadoreños, parece ser algo imprescindible en una oficina de atención a personas violadas.
(San Salvador, El Salvador. Julio de 2011)
Fotografía: Roberto Valencia |
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(Esta crónica fue publicada el 1 de agosto de 2011 en la sección Bitácora del proyecto de cobertura periodística de la violencia Sala Negra, de elfaro.net)
Es espantoso que sea una buena noticia que las 30 salvadoreñas violadas diariamente ahora ya tendrán dónde atenderse dignamente. Y sin embargo lo es.
ResponderEliminarEn qué mundo vivimos.