Entrar al recinto dentro del carro de Luis Amado Peña -el sacerdote encargado de la pastoral penitenciaria- resultó tan sencillo como ingresar a una residencial privada junto al presidente de la junta directiva. Pero ahora, al salir, el funcionario de turno –pantalón verde planchado y una camisa blanca impecable– abandona la sombra de la caseta y, después de saludar respetuoso y de intercambiar unas palabras, gira alrededor del pick up mientras se encorva ligeramente para mirar en los bajos del vehículo.
—Desde hace unas semanas están revisando más –dice el padre Peña–. Es por esa fuga que te conté el otro día.
El pasado 18 de febrero un joven llamado Álvaro Valverde se fugó de Tipitapa. Se cree que lo hizo asido al chasis de un autobús. Cuando el bus se alejó lo suficiente, el joven se descolgó, paró un taxi que iba en sentido contrario y desapareció. Tres días permaneció prófugo, pero al cuarto Valverde regresó arrepentido a Tipitapa acompañado por su padre y su abogado. Desde entonces los controles son más estrictos.
—Ay –se queja el padre Peña–, pero los problemas son para resolverlos, no para cerrar las cosas.
Fotografía: internet |
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(Esta es la entrada de un reportaje titulado ¿Cuál es el secreto de las cárceles nicaragüenses?, publicado el 4 de abril de 2011 en la sección Sala negra del periódico digital El Faro).
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