—Querido Mauro –dijo Pablo VI en italiano–, tú eres el símbolo, pequeño cordero, de la bondad inocente, y tu gesto se eleva como ejemplo para todos, invitando al heroísmo del sacrificio de sí en favor del hermano que sufre.
El caso de Mauro, un niño de un pequeño pueblo llamado Olbia, en la isla italiana de Cerdeña, había conmocionado al país entero. Cuando a finales de abril los secuestradores llegaron a la casa, se quisieron llevar al hermano mayor, Enrico, pero Mauro les hizo saber que él estaba enfermo y se ofreció a cambio.
—Nosotros invocamos a la Virgen –agregó el Papa–, la compasiva por sublime excelencia, para que venga desde el cielo en tu socorro y en el nuestro.
Monseñor Romero escuchó las palabras de Pablo VI con atención, las rumió en silencio, y concluyó que el mensaje iba de alguna manera dirigido a él. Fiel a su parquedad, no comentó nada a sus acompañantes: Arturo Rivera Damas, el obispo de Santiago de María; y Ricardo Urioste, el vicario general de la arquidiócesis.
—Era muy perspicaz, se fijaba en todo –responde Urioste cuando le pregunto tres décadas después por esta anécdota.
Cuando estuvo a solas, Monseñor Romero se desahogó ante la grabadora en la que registraba su diario. Narró con detalle lo ocurrido aquella mañana, y finalizó con un paralelismo entre su admirado Pablo VI –quien fallecería seis semanas después– y su labor como arzobispo de San Salvador: “Me llenó de satisfacción esta denuncia del Papa, porquemi modo de predicar coincide con este gesto de comprensión con el sufrimiento humano. Le doy gracias a Dios de encontrar aquí una nueva motivación para seguir adelante en mi trabajo pastoral”.
Y Monseñor Romero siguió adelante.
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(Esta escena forma parte de "Hablan de Monseñor Romero", un libro editado en San Salvador que recopila testimonios de personas muy allegadas al obispo mártir, y que será presentado el próximo 21 de marzo de 2011 en la cripta de Catedral metropolitana.)
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