Ella creía que nunca llegaría un día como hoy. María Elsy Dubón había contado la historia de su niñez rota en más de una ocasión pero, siendo el propio Estado el que la arrancó de su familia hace tres décadas, creía que nunca lo haría ante una Primera Dama, ante un canciller, ante una presidenta del Consejo Nacional de Seguridad Pública. Elsy –35 años, fornida, piel clara, ojos oscuros– es uno de los primeros rencuentros exitosos que logró Asociación Pro-Búsqueda, la ong que, recién terminada la Guerra Civil, fundó el jesuita vasco-salvadoreño Jon Cortina con la idea de reunificar familias quebradas. Hoy se conmemora el Día de la Niñez Desaparecida.
Elsy ha dormido bien. Se ha despertado a las 6 de la mañana, como de costumbre, ha desayunado, se ha duchado, se ha enfundado unos jeans y una camiseta con el logo de la ong, y se ha venido para el parque Cuscatlán a las 7. Hasta que han comenzado a llegar las autoridades, a eso de las 9 y media, ha ayudado a inflar globos y a instalar sillas y pancartas.
Ya son las 10 y media pasadas cuando llaman a Elsy a la tarima. A sus espaldas, decenas de retratos de niños de los que aún se desconoce su paradero. Delante, por primera vez, una digna representación del Estado. No trae nada anotado. Todo lo lleva en la cabeza porque cuando se habla con el corazón, dice, nada malo puede suceder. Cree con firmeza en unas palabras que en más de una ocasión les dijo el padre Jon: “Cuando muera, instalaré mi oficina en el cielo y desde allá los ayudaré”. Se para firme frente al micrófon, el orgullo en la mirada, como si en verdad el padre Jon la observara.
—Lo que les voy a contar es la página la más triste de mi vida; 28 años han pasado desde aquel día de angustia y dolor…
Corría 1982 cuando el Ejército organizó un operativo en el caserío Cerrón Grande de Chalatenango. Tenía 7 años. La familia –padre, madre, hermanos– huyó a refugiarse a los bosques, como casi todas, pero cayeron en una emboscada que fragmentó el grupo. A Elsy la cargaba su padre en brazos, y en la confusión terminaron separados del grupo. Caminaron hasta que dieron con un par de viviendas abandonadas. El padre la dejó en el suelo, se adelantó un poco, y de una de la casa le dispararon. Herido pero aún con vida, fue torturado delante de ella antes de terminar con la cabeza clavada en una estaca. A Elsy le dieron una pastilla y se la llevaron. Entre 1982 y 1994 estuvo en calidad de huérfana en la sede de Aldeas SOS Santa Tecla. Le inventaron una identidad, le pusieron más edad, le cambiaron los nombres de los padres. Pero ella tenía 7 años cuando la arrancaron de su familia y recuerdos suficientes para contárselos a los colaboradores de Pro-Búsqueda cuando le preguntaron por su historia al final de la guerra.
—Esta es la primera vez que el Gobierno se suma a la conciencia de que se violaron nuestros derechos y que hace énfasis en que se va a reparar el daño que nos hicieron –dice Elsy, firme pero nerviosa por los sentimientos encontrados.
Entre el público, la madre de la que estuvo separada 12 años, una anciana canosa, delgada y vestida de celeste. Cuando Elsy termine de hablar y baje de la tarima, cuando los aplausos callen, las dos se fundirán en un abrazo anónimo.
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Esta es una versión de la crónica publicada el 28 de marzo de 2010 en www.elmundo.es.
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