lunes, 30 de abril de 2012

La carta de Sarai

La carta dice así:
“Seño Iris aquí le mando este papel porque usted me dijo que cuando algo me pasara le dijera.
Hahora en la mañana mi mami me pego con un palo me dejo rojo el brazo y inchado me pego porque me dijo que le sacara una sombrilla en la noche y seme olvido en la mañana me dijo buscamela y la empese a buscar pero no la encontre se enojo y me pego con un palo y me dijo que si en la tarde no la encontraba me iva volver a pegar y no quiero tengo miedo decirle porque otra vez que me pego y yo le grite que le iva a decir a usted me dijo que me iva reventar la boca
Gracia por oirme
Sarai”
Sarai es una niña de 11 años, de extracción muy humilde. Vive con sus hermanitos y su madre en un cuarto de un mesón ubicado en Mejicanos. Cursa sexto grado. Cuando termina las clases, le gusta ir a hacer sus tareas en las instalaciones de una modesta oenegé que destina buena parte de sus esfuerzos a mejorar las condiciones de la niñez.

La “Seño Iris” es una trabajadora social. Es de esas personas que se apasiona con lo que hace, demasiado quizá. No tolera el dolor ajeno, y a pesar de ello trabaja, por decisión propia, en uno de los incontables epicemtros del sufrimiento de la sociedad salvadoreña.

La carta, de alguna manera, representa el día a día para un amplio segmento de la niñez en El Salvador, un país violento como pocos.

Apenas unos días antes de que Sarai escribiera la carta-desahogo para Iris, el representante de Unicef en El Salvador, había dicho esto en una entrevista: “La sociedad salvadoreña debería tener en mayor consideración el impacto que la violencia tiene sobre los niños, porque es muy baja la priorización social que en la actualidad se le da a la niñez en El Salvador”.

Mañana será otro día. Y seguirá habiendo más cartas, aunque nadie las escriba.

(Mejicanos, El Salvador. Abril de 2012)


----------------------------------------------------------------

(Este relato fue publicado el 27 de abril de 2012 en la sección Bitácora del proyecto de cobertura periodística de la violencia Sala Negra, de elfaro.net)

viernes, 27 de abril de 2012

Héctor Dada Hirezi


Héctor Miguel Antonio Dada Hirezi nació el 12 de abril de 1938 al interior de la vivienda familiar, ubicada muy cerca del Campo de Marte, en el Centro Histórico de San Salvador. Sus apellidos son de origen árabe. Los dos abuelos nacieron en Palestina, y ambos llegaron a El Salvador después de pasar unos años en Nueva York, pero por caminos separados. Su padre, Cristo Miguel Dada, era un médico formado en Francia, cristiano ortodoxo, creyente en Dios pero poco amigo de los templos. Su madre, Graciela Hirezi, nació y se crió en Zacatecoluca, donde la familia era propietaria del principal almacén de la ciudad; era católica y religiosa en el sentido más tradicional de la palabra.

—Pero mi formación católica se la debo a los jesuitas –dice.

En una época en la que aprender a leer y a escribir estaba al alcance de pocos, Héctor estudió en la institución de educación secundaria más prestigiosa del país: el Externado de San José, administrado por la Compañía de Jesús. Los Dada Hirezi no eran oligarquía ni mucho menos, pero vivían con holgura.

—Puedo decir que tuve una infancia muy feliz, con mucho cariño en mi casa.

Los estudios superiores los realizó en la Universidad de El Salvador, Ingeniería civil, y fue en esos años, en la segunda mitad de la década de los 50, cuando comenzó a coquetear con la política. Se convirtió en dirigente estudiantil –llegó incluso a presidir la ACUS, Acción Católica Universitaria Salvadoreña–, y participó en la fundación del Partido Demócrata Cristiano (PDC). No aparece en el listado de fundadores tan solo porque estaba fuera del país el día de la inscripción en el tribunal electoral. En 1966, con apenas 28 años, ocupó una curul en la Asamblea Legislativa.

A finales de los 60 decidió estudiar Economía. Serias discrepancias con la dirigencia del partido por la guerra contra Honduras lo convencieron de hacerlo en el extranjero, y en 1970 se instaló en Bélgica. Para entonces estaba ya casado con Gloria Sánchez Chévez, la madre de sus cuatro hijos: Héctor, Rodrigo, Carlos y Gloria. De Europa se regresó definitivamente a inicios de 1977, conoció desde las entrañas –participó en la primera y en la segunda Junta Revolucionaria de Gobierno– la efervescencia política y sus consecuencias, y tres años después tuvo que irse de nuevo, esta vez a México y amenazado de muerte. Durante la guerra civil hizo consultorías y trabajó para institutos de investigación y para Naciones Unidas, y cumplió a rajatabla su decisión de no involucrarse con ninguna de las partes en conflicto.

—Me lo pidieron varios amigos –recuerda–, pero no me metí al FDR (Frente Democrático Revolucionario) porque nunca he creído en la lucha armada como medio de hacer política.

Tras la firma de los Acuerdos de Paz, los Dada-Sánchez regresaron a El Salvador. La política pronto llamó a la puerta de Héctor: concejal en San Salvador, regreso a la Asamblea como diputado, ministro… Su rostro es hoy por hoy uno de los más conocidos de la política salvadoreña, y quizá uno de los más respetados.

—Pero El Salvador aún está como está, don Héctor. ¿Cómo duerme después de haberle entregado tanto al país?

—El mundo no es perfecto, y este país es más imperfecto que lo que debería ser. Yo aprendí hace tiempo que uno tiene que hacer todo lo que pueda para cambiar las cosas en la dirección que uno cree que es la correcta, pero Roberto, también aprendí que uno no tiene toda la responsabilidad.


Fotografía: MINEC

(Este relato forma parte del perfil de Héctor Dada Hirezi incluido en el libro Hablan de Monseñor Romero, editado en San Salvador en marzo de 2011)


domingo, 22 de abril de 2012

A los policías guanacos se le va la mano

El Salvador es un país con 6.2 millones de habitantes y en el que en 2011 hubo en promedio doce asesinatos diarios. La tasa de homicidios por cada cien mil habitantes fue 70, el doble que Guatemala, cuatro veces la de México. La salvadoreña es una sociedad violenta, ultraviolenta, y los policías salvadoreños son parte de esa sociedad.

En la República de El Salvador el mandato constitucional de velar por el respeto y la garantía a los derechos humanos recae en la sigla PDDH, la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos. Es una institución joven, un logro de los Acuerdos de Paz que en 1992 pusieron fin a doce años de guerra civil. En dos décadas, la PDDH ha demostrado que opera con relativa independencia, pero carga el lastre de que sus resoluciones no son vinculantes. En la práctica, la institución es poco más que una caja de resonancia que acumula denuncias, que media en conflictos y que emite cientos de informes y pronunciamientos públicos.

A finales de cada año, la PDDH acostumbra a elaborar una especie de memoria de labores. La presentada en diciembre de 2011 señaló a por enésima vez la Policía Nacional Civil (PNC) como la institución pública más denunciada por violar los derechos humanos. De enero a noviembre acumuló un promedio diario de cinco denuncias –digo: cinco denuncias contra la PNC todos y cada uno de los días–, para un total de 1 mil 710. Las violaciones al derecho a la integridad física fueron, siempre según los datos oficiales, las más habituales.

Son miles pues los salvadoreños que en su diario vivir han tenido experiencias tan negativas con los policías que hasta se han atrevido a denunciarlo.

—¿Qué tipo de denuncias reciben contra la Policía? –le pregunté un día al procurador, Óscar Humberto Luna.

—Por uso excesivo de la fuerza. O sea, a la gente la siguen maltratando, golpeando… y son denuncias que llegan permanentemente. Los policías escogen a un joven, lo golpean, lo ponen en libertad… El problema es que el tema de la seguridad no puede enfrentarse solo con represión.

Las cinco denuncias diarias en la PDDH, sin embargo, no parecen quitar el sueño al ministro de Justicia y Seguridad Pública, el responsable político de la PNC. Luego verán. Y eso que las denuncias son apenas una fracción de lo que en verdad está ocurriendo en las colonias y comunidades de El Salvador. Luego verán también.

Fotografía: Roberto Valencia
------------------------------------------------------
(Este es un fragmento de una crónica titulada "Yo torturado", publicada el 9 de abril de 2012 en Sala Negra de El Faro).


lunes, 16 de abril de 2012

El Trece

La historia del Trece era fascinante mucho antes del pacto de no agresión entre la Mara Salvatrucha (MS-13) y el Barrio 18 auspiciado por el Gobierno. Hace un año, el compañero Daniel Valencia propuso reconstruirla como tema de largo aliento para la Sala Negra, y recuerdo también que hace unos tres o cuatro meses el editor de El Faro, Saúl Vaquerano, nos sugirió que mantuviéramos siempre en el radar a este personaje.

El Trece es un pandillero, un marero, un homicida, uno de los lideres con más respeto en la MS-13 en El Salvador, si no el que más. Su nombre “real” en unas ocasiones es Saúl Antonio Turcios Ángel, en otras es Hugo Ernesto Márquez Montoya, y en otras es Omar Alexander Márquez. La mara sabe cuidar a sus líderes y con dinero no es difícil conseguir documentación falsa tan bien hecha y respaldada que hasta el Estado termine dudando de cuál es la verdadera identidad.

Según su expediente en el Sistema Informático Penitenciario –el número 20,572–, nació en Zaragoza (La Libertad) y hasta el día de su detención vivía en Santa Tecla, estudió hasta cuarto grado y en mayo de 2012 cumplirá 33 años. En la frente tiene tatuada –entre otras cosas– un gran 13, y pertenece a los Teclas Locos Salvatruchos (TLS), una de las piezas de ese rompecabezas llamado MS-13 más influyentes, respetadas y de mayor crecimiento, al punto que el Trece ha logrado fundar clicas de la TLS en Estados Unidos.

Desde mediados de la década pasada, la Policía Nacional Civil salvadoreña considera al Trece uno de los principales cabecillas de la Mara Salvatrucha. Su nombre –sus nombres– aparece en expedientes judiciales que lo presentan prácticamente como el “tesorero” de la pandilla y también como el responsable directo del Programa de La Libertad, con cerca de 40 clicas bajo su mando, incluidas las ubicadas en el triángulo Quezaltpeque-Colón-San Juan Opico, una de las zonas de mayor actividad pandilleril. Del Trece se dijo que fue enviado a campos de entrenamiento de Los Zetas en Guatemala, pero su boom mediático fue, sin duda, la fuga de las bartolinas del Centro Judicial Isidro Menéndez que protagonizó en diciembre de 2008, lo que deja entrever la cantidad de dinero e influencias que maneja. Fue recapturado nueve meses después en el municipio de Chichigalpa (Nicaragua), muy cerca de un circo ambulante, y se dice que ofreció una gran suma de dinero a los agentes que lo atraparon. Antes incluso de ser deportado desde Managua, el propio presidente de la República, Mauricio Funes, se jactó de la importancia de su detención: “Nos acabamos de enterar de que en Nicaragua fue capturado un delincuente de altos kilates, que se había fugado y que había ordenado una serie de crímenes y asesinatos en serie (…); es un regocijo porque, con la captura de este delincuente, autodenominado el Trece, estamos dando un duro golpe al crimen organizado”.

En verdad la del Trece es una historia fascinante, como la de tantos delincuentes.

En lo personal, la última vez que tuve oportunidad de conocer información de primera mano sobre él fue a finales de 2011, cuando el reporteo para una crónica me llevó en repetidas ocasiones al Centro de Inserción de Menores Sendero de Libertad. Allí entablé cierto grado de confianza con un ex de la Quezaltecos Locos Salvatruchos, una de las clicas que respondían al Trece y que, de hecho, lo acogieron en los días posteriores a la fuga. Es cierto que no todos los soldados tienen por qué conocer al detalle el organigrama de las pandillas, pero este joven fue contundente al ubicarme al Trece en la cima de la MS-13.

—Ahorita lleva todo El Salvador y a nivel de Los Ángeles –me dijo en septiembre–. O sea, si de Los Ángeles llega una orden, no se cumple sin el aval del Trece.

El Trece acumula 89 años de condena –repito: 89 años de condena– por tres procesos distintos. El 5 de febrero de 2008 lo condenaron a 46 años por homicidio agravado y agrupaciones ilícitas. Siguió delinquiendo desde el centro penal de máxima seguridad de Zacatecoluca (Zacatraz) y el 27 de mayo de 2010 le cayeron otros 40 años, también por homicidio agravado y agrupaciones ilícitas. El 18 de octubre de 2010 le sumaron tres años más por la fuga. El Trece llegó a Zacatraz el 10 de octubre de 2006, y hasta mediados de 2016 no cumpliría en ese centro penal el 10% de su condena, la excusa que el Gobierno se inventó para justificar el grueso de los traslados. Tampoco tiene problemas de salud, por lo que su inclusión en la treintena de pandilleros movidos a cárceles más benévolas es un tácito reconocimiento gubernamental del Trece como uno de los principales cabecillas de la MS-13.

La situación es tan kafkiana –y deja tan mal parada la versión oficial– que en Zacatraz continúan encerrados varios emeeses que hace años cumplieron el 10% de su condena en el centro de máxima seguridad, pero que no se han beneficiado del “humanismo” que supuestamente ahora rige la política seguridad pública. Un ejemplo: Manuel de Jesús Alemán Ayala, alias Chacua, pandillero activo de la MS-13 condenado a 12 años por homicidio simple y que ha pasado más del 30% de ese tiempo en Zacatraz. Otro ejemplo, más descarado si cabe: Óscar Omar Escobar Castillo, alias Chucho, pandillero también de la misma pandilla que el Trece pero condenado a 6 años por Agrupaciones ilícitas, y que ha pasado casi el 60% de ese tiempo en Zacatraz.

Ni el Chacua ni el Chucho son cabecillas. El Trece sí. Por cierto: ni siquiera el tan renombrado Sirra, al que la propia pandilla ha dado la vocería ante los medios de comunicación, tiene en realidad mucho peso. La MS-13 así es. Prefiere tapar sus gallos.

¿A dónde quiero llegar en esta bitácora? Pues a que basta tener unos conocimientos mínimos sobre las pandillas y aplicar el sentido común para concluir inexorablemente que el Gobierno no nos está contando toda la verdad. Y eso debería preocupar. Resulta ofensivo escuchar las cantinflescas explicaciones oficiales con las que han justificado el traslado de los líderes primero, o el retiro de la Fuerza Armada de las cárceles después. La consecuencia de esas concesiones es que hoy el Trece, el Diablito de la Hollywood o la Rata de la Leeward son hoy más poderosos en la MS-13 que lo que lo eran hace seis meses. Y con el Barrio 18 es aún más acentuado el efecto centralizador que está teniendo la tregua, al punto que ya se habla de la reunificación de sus dos facciones: Sureños y Revolucionarios.

Si no fuera este un tema tan serio, en el que los salvadoreños tenemos tanto en juego, quizá hasta resultaría gracioso.

Pero lo peor es que, al margen de los discursitos oficiales, cuando uno escucha lo que ya se está diciendo en las calles, en las comunidades, entre las gente más conocedora y cercana al submundo de las pandillas –pero sin agenda política o personal–, todo indica que esto va a reventar por el lado más feo. Consciente o inconscientemente, el Gobierno ha centralizado y fortalecido la estructura de mando de las dos pandillas, y no deja de ser preocupante pensar que los mismos que activaron esta bomba sean los que a la postre tendrán que desactivarla.

Por de pronto, ya parece haber comenzado la campaña para presentar como saboteadores del proceso a quienes simplemente desconfiamos de la versión oficial.

(San Salvador, El Salvador. Abril de 2012)

Fotografía: Cortesía CSJ
----------------------------------------------------------------
(Esta reflexión fue publicada el 13 de abril  de 2012 en la sección Bitácora del proyecto de cobertura periodística de la violencia Sala Negra, de elfaro.net)


miércoles, 11 de abril de 2012

Efectiva ley antimaras (11-04-2004)

Esta columna de opinión se publicó hoy hace ocho años (el 11 de abril de 2004), en la contraportada de Enfoques, el suplemento de investigación del diario salvadoreño La Prensa Gráfica, bajo el titular “Efectiva ley antimaras”. Revisando archivo di con ella por casualidad hace algunas semanas, y he de reconocer que me sorprendió gratamente comprobar lo claro que tenía el panorama incluso en los albores del torpe manodurismo impulsado por ARENA. Valoren.
Su fecha de caducidad estaba fijada para el miércoles 7 de abril, pero los fabricantes de leyes le añadieron suficiente conservante como para que su vida se prolongue tres meses más. La Ley para el Combate de las Actividades Delincuenciales de Grupos o Asociaciones Ilícitas Especiales, conocida como ley antimaras, sigue siendo el arma con la que el Ejecutivo, sin importar que la Corte Suprema de Justicia la haya declarado inconstitucional, pretende que el país no muera ahogado en sus alarmantes tasas de criminalidad. Poco o nada falta por decir sobre esta normativa, por lo que estas líneas se limitarán a ser una pequeña reflexión sobre su efectividad.

Punto uno. Esta ley ha conseguido enturbiar las relaciones entre los tres poderes del Estado hasta niveles que pocas veces se habían alcanzado en la historia democrática de El Salvador. Los 56 vetos presidenciales dan fe de que la confrontación entre el Ejecutivo y el Legislativo es su estado natural, pero la normativa logró empañar las relaciones con el Judicial, algo mucho menos habitual.

Punto dos. Estos desajustes institucionales quedarían en un segundo plano si se hubiera logrado el objetivo que se presentó como único de la ley: “Liberarnos del flagelo de las maras”, según auguró Francisco Flores en la presentación estelar del plan Mano Dura, realizada el 23 de julio en la colonia Dina de San Salvador. Pero con la polémica ley en vigencia, la PNC reportó 381 personas asesinadas en los meses de enero y febrero de este año. El promedio supera los seis muertos diarios, cifra que nos aleja del sueño de tener un país seguro.

Seis meses de ley antimaras, por lo tanto, no han hecho que se reduzca de forma sustancial la criminalidad y, además, han generado un ambiente de crispación entre los tres poderes estatales.

A pesar de estas realidades tan concluyentes, estoy seguro de que sus promotores no dudan de la efectividad de la normativa. Garantizar “un país seguro” fue uno de los pilares de la exitosa campaña electoral de ARENA y de Elías Antonio Saca, y entre buena parte de la población aún existe la creencia de que con la ley se logrará.

Mareros había en las calles y, después de seis meses, sigue habiéndolos; sin embargo, las cabezas pensantes del partido oficial supieron jugar mejor que sus adversarios con el temor de la ciudadanía. La ley que promovió el Ejecutivo ha cumplido su objetivo, y cinco años de gobierno son una muy buena recompensa.
Un pensamiento en voz alta: ¿vieron el dato de los 6 muertos diarios? Era lo que El Salvador promediaba antes del manodurismo, exactamente la misma cifra de asesinatos que se registra desde que la Mara Salvatrucha y el Barrio 18 acordaron una tregua acuerpada por el Gobierno. Lo que hace ocho años nos parecía una crisis de convivencia que ameritaba mano dura hoy supone un motivo de satisfacción porque hasta ayer teníamos 14 muertos diarios.

Y lo peor es que quienes tomaron aquellas decisiones que han generado tanto dolor, incluso quienes se han lucrado del escenario de terror diseñado, siguen tan campantes, la sangre de sus manos limpiada con telas importadas.


lunes, 9 de abril de 2012

Génesis de Yo torturado

El 3 de febrero de 2012 llegó a la cuenta de Gmail un correo de una humilde salvadoreña residente en Estados Unidos cuya historia me resultó tan interesante que logró que dejara a un lado todo lo que tenía entre manos y me centrara en su caso, hasta lograr cristalizarlo en una crónica titulada Yo torturado, publicada este lunes 9 de abril en la Sala Negra de El Faro. El correo decía así:
“Necesito por algun medio denunciar la golpiza que le dieron a mi sobrino unos policias que sin motivo lo bajaron del transporte publico y lo golpearon hasta dejarlo moribundo esta grave con sondas orinando y echando sangre hasta por los oidos, el no es un delincuente el trabaja en un salon de belleza y estos culeros policias chingan a kien no deben y a los que si son mareros de verdad les tienen miedo, mi familia ya fue a poner la denuncia a la fiscalia y ahorita esta en el hospital de las margaritas creo y estoy esperando que me manden las fotos de como lo dajaron de moustro yo te las mando despues, ¿que puede mi familia hacer para que no quede impune y darle seguimiento a estas injusticias? por lo que yo se no este no es un caso aislado, que estan haciendo esto a muchos jovenes inocentes amparados en que nadie puede contra ellos y por rabia y frustacion y miedo a los verdaderos pandilleros y delincuentes. Porfa espero tu respuesta, ya los pandilleros me mataron a una sobrina y ahora los policias casi me matan a su hermano. En kien podemos confiar Dios mio.”
Hasta hace unos días, la carta formaba parte de la crónica; era, valga la paradoja, un epílogo bautizado como Génesis, que en algún momento creí que funcionaría para ilustrar al lector cuál puede ser el punto de partida de una crónica en un tema tan complejo como son las expresiones de la violencia que afectan a El Salvador. Al final, y después de hablarlo con uno de los editores del texto, decidimos no incluirla en el relato; pesó más el convencimiento de que la escena fuera del edificio de Medicina Legal tenía más sabor a final. Aunque… no sé, si les estoy compartiendo estos pensamientos quizá sea porque no estoy del todo convencido de las bondades de la decisión tomada. En fin…

La crónica entera pueden leerla pulsando aquí: Yo torturado.

Y el joven que aparece en la fotografía es Dani, su protagonista.



jueves, 5 de abril de 2012

Yo pago, vos embolsás

Un payaso que grita ronco y demasiado ofrece pintar la cara del niño si la madre o el padre compran el dentífrico Aquafresh.

Hoy es 15 de octubre, aniversario de un día importante en la historia de este país, pero aquí eso a nadie le importa nada. Esto es un supermercado, la Despensa de Don Juan de Ayutuxtepeque, el ubicado donde comienza la colonia Scandia. Quizá sea por ser día de pago, quizá por la hora –doce y cinco del mediodía–, pero las cajas están abarrotadas. Tengo cinco o seis delante, y eso que en teoría esta es la caja rápida. Toca esperar y, lo peor, corroerme por dentro ante la contemplación obligada de uno de los comportamientos sociales que más me hierve la sangre.

Pasa primero un hombre con su pachita de guaro y su montón de monedas, y lo hace. Luego la señora con ropa deportiva y panza que abarca todo el pasillo, y lo hace. Pasa más luego el hombre setentón paraguas bajo el brazo, y lo hace. También el treintañero con su bolsón de Huggies, y lo hace también. Pasan madre e hija –o tía y sobrina, quién sabe– con tres pollos preparados y envasados, y lo hacen. Lo hacen, lo hacen, lo hacen.

El payaso ronco no pinta nada.

Lo hacen. Todos lo hacen. Cuando el cliente llega frente a la cajera, quizá saluda, y cuando ella pasa los productos por el lector y los deja caer a su izquierda, el cliente se queda quieto, brazos cruzados incluso, hasta que alguien se los embolsa. Otros días hay viejitos a los que se les dan unas monedas, pero ahora no, y ni por esas la gente pide una bolsa y embolsa él mismo su compra. Es como si el precio incluyera una dosis de humillación hacia las personas que se pasan ocho horas diarias amarradas a una caja registradora.

Esto no es hoy ni ahorita ni la Despensa de Don Juan ni las cajas rápidas ni los tuxteños. Esto es pan de cada día. Así somos. Raro es el que escapa a esta arraigada costumbre de sentirse 
patrón siquiera por unos instantes. Yo pago, vos embolsás. Y ya.

Fotografía. internet

Related Posts with Thumbnails