—Da mucha pena ver eso, da lástima… –me dice Esmeralda con un gesto de dolor que obliga a creer en las sinceridad de sus palabras.
—Pues ahora se está diciendo –comento– que la llamada a los Bomberos desde el penal la hicieron como 45 minutos después.
—Sí, da lástima. Yo oía los comentarios de las mujeres en la entrada al hospital, que algunas sí decían: ay, pobrecitos. Pero otras señoras, bien fuerte, dijeron: allí estaban los que quemaron el microbús de Mejicanos; estos han sentido lo que sintieron los otros.
—No, Esmeralda, pero no había ninguno de los del microbús.
—Ah, pero así se escucha, que en ese penal estaban los de Mejicanos.
—Pero no, Esmeralda. En Ilobasco están los que cuando hacen la maldad son menores pero cumplen los 18 durante su condena. Es decir, es gente que llevaba condenada su tiempito ya.
—Sí, alguien dijo ahí que muchos ya habían purgado su pena…
—Quizá estaban por cosas peores, yo no sé, pero no eran los del microbús de Mejicanos.
—La gente… También dijeron que estaba ese que mató a un muchacho del Inframen.
—También eso es mentira.
—Pero uno dice… Es que la muerte que tuvieron… Si alguien tuvo que ver con eso… va a entregar cuentas… porque también nosotros no podemos tomarnos la justicia… Pobrecitos los muchachos… Ya estaban pagando su, su, su… su condena, pues. Estaban dormidos, tranquilos ahí… ¡Y la muerte que tuvieron! La palabra de Dios ya lo dice, en el Nuevo Testamento: deja, la venganza es mía. Nosotros no podemos tomar venganza de casos así.
—¿Y ni siquiera alegrase puede uno, Esmeralda?
—No, no podemos alegrarnos del mal ajeno… Solo Dios para juzgar… Nadie en este mundo es santo, todos cometemos errores.
Cometemos errores todos, dice Esmeralda. Sobre todo en El Salvador. Pero aquí a Magdalena le habría caído una lluvia de pedradas.
Fotografía: elsalvador.com |
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