Los días que voy al trabajo en bus lo hago en la 101-D, la ruta que une el centro de San Salvador con el poniente de Santa Tecla. Las oficinas de El Faro están en Antiguo Cuscatlán, a una cuadra de la municipalidad. Me bajo en la parada del centro comercial Multiplaza y, sí o sí, toca caminar poco más de 800 metros. No hay problema en la caminata; al contrario, desde siempre me ha gustado recorrer las calles. Si les cuento esto es porque este paseo en particular, la frecuencia con la que lo doy, me reafirma en la idea de que quienes planifican, autorizan y construyen nuestras ciudades lo hacen sin pensar en los peatones.
Desde la parada de buses camino hasta el redondel Naciones Unidas. Ahí tomo la amplia calle que está entre Multiplaza y Las Cascadas, me echo a la carretera, camino el viaducto que permite sortear la Panamericana, y caigo sobre el bulevar Deininger, justo frente a la alcaldía. Un trayecto sin aceras, sin arcenes, junto a carros que te pasan a dos metros a 60 por hora.
Sería deshonesto y exagerado decir que siento peligrar mi vida, pero que cientos de salvadoreños –¿miles?– tengamos que hacer cada día ese mismo recorrido creo que sirve para ilustrar lo hostiles que son nuestras ciudades con sus ciudadanos.
La construcción de esos centros comerciales y de sus calles de acceso es reciente: la ‘pasarela para carros’ se inauguró en septiembre de 2005. Ni siquiera tienen la excusa de que se planificaron hace medio siglo, cuando las consideraciones para con el peatón eran menores. Subrayo también que se trata de ‘malls’, espacios concebidos para atraer a gente, con lo que haber craneado sistemas de acceso hostiles al viandante podría interpretarse, sin forzarlo demasiado, como que solo son bienvenidos aquellos que llegan motorizados.
En esa misma área se inauguró hace pocos meses el llamado Paso Multinivel del redondel Naciones Unidas, un millonario complemento para facilitar los accesos a Multiplaza, Las Cascadas y La Gran Vía. El referido redondel terminó convertido en un bonito parque, con bancas, jardines floridos y hasta una fuente de piedra. Pero ‘olvidaron’ un pequeño detalle: no se puede acceder a pie, salvo que uno se la juegue corriendo entre los carros.
Escribí hace cinco post sobre las trabazones infernales en el área metropolitana, certificadas por la aplicación Waze, y advertí de que lo peor está por venir. El clasemediero que no concibe movilizarse por la ciudad sin carro propio se escuda en la delincuencia para no tomar un bus o para no caminar. Sin negar que el temor a ser asaltado es un desincentivo en algunas rutas y sectores del Gran San Salvador, yo creo que la hostilidad hacia el peatón con la que hemos permitido que se construyan nuestras ciudades es el principal lastre, y creo también que es algo que nos acompañará por décadas, porque los sectores más influyentes de la sociedad ni siquiera se han percatado de este problema. Por acción o por omisión, los políticos, los constructores, los líderes de opinión y en general los que tenemos el privilegio de disponer de un carro nos hemos comportado –nos seguimos comportando– como si por nuestras venas circulara gasolina en vez de sangre.
La adecuación de los espacios es vital. Parece que El Salvador se ha construído sobre urgencias. A veces me he echado ese tramo en bici, o cuando salgo a correr y lo agridulce que me ha resultado, es que me he adaptado a ello.
ResponderEliminarGracias por tu excelente trabajo y aporte.