Lo primero, los datos duros, que trataré de exponer de manera aséptica.
Uno. La Policía Nacional Civil (PNC) registró en el municipio de San Salvador 323 asesinatos desde el 1 de enero hasta el 31 de agosto de 2016. En idéntico período de 2015 se cometieron 339 homicidios. En 2014, 216. Y en 2013, el año más intenso de la Tregua, 125 en esos mismos ocho meses. En términos porcentuales, el municipio de San Salvador presenta este año un descenso del 5 % respecto a 2015, que resultó el más violento del siglo XXI. Pero comparado con 2014 y 2013, los asesinatos en la capital han aumentado un 50 % y un 158 % respectivamente.
Dos. Si el corte lo hacemos desde el 1º de abril, cuando el Gobierno de la República comenzó a implementar las medidas excepcionales y las tres pandillas anunciaron un cese unilateral de la violencia, San Salvador –la ciudad; no el departamento, no el área metropolitana– ha pasado de promediar 51 homicidios cada mes, a 34. El descenso es del 33 %, una cifra importante e incluso esperanzadora, pero que palidece si se tiene en cuenta que a escala nacional, en el mismo intervalo, la reducción ha sido del 46 %.
Tres. Si nos remitimos al indicador de referencia en todo el mundo, la tasa de homicidios por cada 100,000 habitantes, San Salvador está repitiendo como la cabecera departamental más violenta de El Salvador. Proyectados los datos hasta el 31 de agosto para todo 2016, la tasa es de 195 asesinatos por cada 100,000 capitalinos. Le siguen San Miguel, con 107; y Usulután, con 97. Entre las menos violentas, Chalatenango, con 24 homicidios por cada 100,000 habitantes; y Santa Tecla, con 40.
Cuatro. El ‘Listado de las 50 ciudades más violentas del mundo en 2015’ lo elabora una oenegé mexicana llamada Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal. Como ya detallé en esta entrada publicada a finales de enero, el estudio presenta serias carencias metodológicas, pero, para el caso que nos ocupa, dos son las características que conviene tener presentes: una, que el nuevo listado se dará a conocer en enero, por lo que nadie en octubre puede aseverar qué ciudades estarán entre las diez más violentas, las que entrarán o las que saldrán; y dos, que la oenegé mexicana no toma la ciudad de San Salvador como parámetro, sino que establece las 14 ciudades del Área Metropolitana de San Salvador como una entidad, por lo que el puesto que ocupe ‘San Salvador’ dependerá no solo de lo que ocurre en el Centro Histórico, sino del comportamiento de los homicidios en el resto de la capital, y en Santa Tecla, y en Soyapango, Ilopango, Nejapa, Mejicanos, Antiguo Cuscatlán…
Punto y aparte.
Aportados estos datos sobre las verdaderas cifras de asesinatos que se cometen en la capital y sobre cómo se elabora el ránking de las ciudades las violentas del mundo, agrego unas reflexiones personales sobre lo que se está publicando en torno a la inseguridad en San Salvador, y sobre el manejo malicioso y/o ignorante que se está haciendo de la información.
Uno. En los ocho primeros meses de 2016, los asesinatos en la ciudad de San Salvador han descendido, sí, pero en una proporción muy inferior al resto del país. Si me permiten la comparación, e imaginamos un aula en la que los alumnos avanzan y aprenden a ritmos diferentes, la ciudad que gobierna Nayib Bukele sería, en materia de seguridad pública, uno de los estudiantes con peores resultados.
Dos. Desde antes incluso de que se implementaran las medidas extraordinarias, el Distrito Centro Histórico está siendo objeto de una agresiva militarización vía PNC y Fuerza Armada. Este parece ser el detonante principal del descenso de los homicidios, más significativo en ese pequeño sector de la ciudad. Pero es un grave error extrapolar los datos parciales de la subdelegación Centro de la PNC a todo el municipio –hay subdelegaciones policiales en el barrio San Jacinto y en las colonias Miramonte y Escalón–, y mucho más grave aún realizar inferencias para todo el área metropolitana con datos extraídos del Distrito Centro Histórico.
Tres. No es lo deseable, pero uno puede llegar a entender que el poderoso entramado propagandístico y de culto en torno a la figura del alcalde (pagado en parte con nuestras tasas e impuestos) trate de magnificar supuestos logros propios o datos y hechos que de alguna manera favorecen o enaltecen la gestión. Lo que como periodista me cuesta digerir más es que haya reporteros, editores y medios –que se definen como tales– que no sean capaces de separar el trigo de la paja, de contrastar la información que airea una u otra fuente, o de hacer análisis básicos que evidencian que los titulares del tipo ‘San Salvador sale de la lista de las 10 ciudades más violentas del mundo’ son pura ciencia ficción, invenciones sin sustento alguno.
Y cuatro. Vivo en San Salvador. Mis hijas viven en San Salvador, estudian en San Salvador. Mi esposa ídem. Viajo en bus por San Salvador. Camino seguido por San Salvador, también por el Centro Histórico. Almuerzo con regularidad en el mercado Central, voy al Estadio Cuscatlán, visito la cripta de Romero… Ojalá fuera cierto lo que en la tarde del 10 de octubre tuiteó el alcalde Nayib Bukele: “¡Una baja del 70% en homicidios en toda la ciudad!”, atribuido sin matices “al reordenamiento, los planes de reconstrucción del tejido social, los planes de inclusión, la iluminación de todo San Salvador y el inicio de la revitalización del Centro Histórico”. Ojalá fuera cierto, lo digo de corazón, pero no lo es.
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