Foto: Roberto Valencia |
Subieron a los pandilleros esposados en el vehículo y los llevaron al pasaje de siempre, cerca de la terminal de buses. El interrogatorio fue más violento
que de costumbre: puñetazos, pechadas, halones de cabello, codazos, patadas patadas patadas. De los dos policías, el agente Lemus era el que llevaba la
batuta. La experiencia acumulada en situaciones similares pronto le hizo ver que no le dirían el nombre que buscaba, pero eso no hizo sino agigantar su
furia. La excusa para continuar la tortura fue que quería que los pandilleros renegaran de la Mara Salvatrucha, que dijeran que su pandilla era basura. No
lo consiguió. Se dio por vencido cuando a uno de ellos –esposado, magullado, arrodillado, indefenso– le dio tal patada en la boca que les sacó tres dientes
en una bocanada de sangre. El joven quedó inerte en el suelo.
El agente Lemus sintió como estrenadas las botas nuevas que la Policía Nacional Civil le había entregado aquella misma semana.
Ocurrió en la ciudad de San Miguel algún día de 1998. Lemus, un agente asignado al Servicio de Emergencias 121, no se esforzó por memorizarlo. Nadie
memoriza las fechas de la rutina.
(San Miguel, El Salvador. 1998)
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(Este relato se incluyó con idéntico título en una serie de microrrelatos titulados 'Cuentos para leer en Navidad', que se publicaron el 15 de diciembre de 2013 como bitácora de la Sala Negra de El Faro)
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