No deseo a nadie que tenga un hijo así, como el mío. No es fácil vivir con esto. A veces quisiera ser una hada y cambiarlo todo, a él, pero lastimosamente no se puede. A veces hubiera preferido que fuera ladrón o afeminado. En la cárcel lo tengo ahorita. Si está ahí es porque algo debe, usted sabe, y si va a salir a las mismas… Puede sonar injusto que una mamá hable así, porque casi todas las mamás quieren que sus hijos salgan, que salgan así deban cinco o diez muertos. Mi forma no es así. Eso de que uno va a estar haciendo daño a otras personas y riéndose de la vida… no. Pero a él no se lo digo como se lo estoy diciendo a usted. Eso me lo guardo. Al principio caía como en depresión. Bien feo me agarraba. Pero si me derribo, ¿quién va a criar a mis otros hijos? Pasé otro tiempo que sentía que me disparaban por la espalda. Otras veces pienso que me van a parar y me van a decir: esta es la mamá de fulano. Es como una sicosis, como que yo anduviera los tatuajes en la frente. Porque hay resentimientos, y si le quieren dar donde más duele… Yo así le digo: tus hermanitos van a pagar el pato… y yo, ¿creés que no? Y por ahí lo voy amortiguando, aconsejando. Le digo: mirá, Dios te tiene aquí con un propósito, que cambiés. Yo sé, mamá, me dice. ¿Qué más puedo hacer? Es mi hijo… Sí, hay madres que se alejan de sus hijos, pero eso no cabe en mi corazón.
Fotografía: Roberto Valencia |
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(Este es la entrada de una larga crónica publicada el 17 de junio de 2013 en la Sala Negra de El Faro, bajo el título de 'Yo madre')
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