domingo, 14 de febrero de 2010
Fanfarria
—¡Fanfaaaaaaaarria!
Grita Guillermo Reales. Pero su voz, áspera y envejecida, apenas se alza sobre el murmullo que hay en este chupadero. Guillermo Reales es Fanfarria. Así lo llaman, dice con orgullo, porque es pura alegría, porque sabe reírse de sí mismo y de la vida miserable que le ha tocado vivir.
Fanfarria entró hace unos minutos y va de mesa en mesa a ver qué caza. Tiene la piel tostada, una nariz poderosa, los ojos pequeños y una verruga que separa sus dos cejas, pobladas y encanecidas como también lo están su cabello y su barba. Se trae un aire a Bin Laden, un Bin Laden que viste a lo John Travolta en Saturday night fever. Zapatos blancos y limpios, pantalón beige, camisa estampada imitación a seda, chaleco abotonado y una boina de cuadros en su cabeza. Carga un pequeño maletín de madera y una mochila negra. La combinación es calle pero elegante. Es un dandy del bajo mundo, un veterano dandy del bajo mundo. En julio se cumplirán 59 años desde que Fanfarria nació en la calle San Sebastián de Ciudad Delgado.
—¿Y aún vives en Ciudad Delgado?
—No, ahora mi techo es el cielo –dice, satisfecho de su ocurrencia.
Es media tarde, y esto es la Bazooka –o bazuca, o bazuka, quién sabe–, un chupadero del Centro Histórico de San Salvador. Mesas y bancas de madera, ventiladores, una rocola y meseras jóvenes que miran con desprecio a los clientes que las miran con deseo. Fanfarria vuelve a gritar.
—¡Fanfaaaaaaaarria!
Quiere llamar la atención. Es su estrategia. Cuando algún grupo le ríe la gracia, como nosotros ahora, se acerca. De la mochila negra saca un vaso de plástico y lo coloca sobre la mesa a la espera de que se lo llenen de cerveza. Platica y bebe, bebe y platica, y cuando el vaso se vacía, ensaya otras formas para mantener la atención y obtener su premio. A veces canta, a veces saca una caja de cerillos y se esfuerza por encender un cigarrillo haciendo una pirueta con su mano, que de repente aparece extendida y con el fósforo erguido y en llamas sobre su dedo índice.
Los fósforos los trae en su mochila negra, donde también le caben unos papeles, un plato, dos cucharas y un tenedor. Todo lo que ha podido juntar en una vida. Fanfarria vive en la calle y va a chupaderos como la Bazooka a llamar la atención para alimentar su alcoholismo. Parece un buen tipo, pero tener que rellenar su vaso cada vez que lo vacía termina hostigando. Para merecerlo, Fanfarria eleva la espectacularidad de sus números hasta la repulsión.
Agarra la cabuya del cigarrillo aún encendido y se la restriega en la lengua sin inmutarse. Y grita.
—¡Fanfaaaaaaaarria! ¡Viva yo y todos usteeeeeeeedes!
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Te felicito Roberto, muy buena crónica.
ResponderEliminarJa, no me había fijado en la parte dedicada a las reacciones. Le hubieras puesto un último: Blaahhhh
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