El microbús lo abordaron en Apopa, a la salida del Pericentro. El viaje por la Troncal de Norte, otras veces interminable y tedioso, en esta ocasión duró poco más que un chasquido. Aunque la misión era de las rutinarias, recoger la renta en el punto de buses de la Ruta 4, seis largos años en las calles habían enseñado a Poison a no confiarse nunca. Lo acompañaba el Colocho, un niño de 12 o 13 años que apenas comenzaba a caminar con la pandilla. Poison tenía 15 años recién cumplidos, y era de largo el veterano.
En el trayecto fueron sentados a la par, pero apenas intercambiaron palabra. Al llegar al retorno del kilómetro 5½, bajaron del micro y cruzaron la calle tan rápido como el tráfico se lo permitió; la parada estaba en la entrada a la colonia Montecarlo, cancha del Barrio 18, y no cargaban arma alguna; así lo había decidido Charlie, el palabrero.
Poison –metro y medio escaso de altura, ojos grandes y sonrisa generosa, cara de niño bien portado– era el segundo de seis hermanos. Nacido en un hogar
deshecho, él se había tirado a la calle a los 9, y estuvo años vagando antes de que la Mara Salvatrucha-13 y sus encantos se cruzaran en su camino. Tras un chequeo corto –menos de seis meses– en los que demostró disciplina, iniciativa y sangre fría para matar, lo brincaron en la primera
semana de abril. De hecho, cuando la noche anterior el palabrero le pidió ir a cobrar la renta, le vino el impulso de decir que mejor
fuera otro, que él estaba para pegadas mayores, pero prefirió mostrarse respetuoso y sumiso.
La avenida Paleca estaba vacía cuando la embocaron. Tal y como les habían advertido, justo después de Clásico Neon Signs vieron el montón de unidades de la
Ruta 4, algunas parqueadas. Poison repitió al Colocho en voz baja las instrucciones: preguntar por Alfredo, recibir el pisto, contarlo y desandar el
camino. También le pidió que caminara delante.
―¿Los manda Charlie? ¿Vienen por esto? –el hombre elevó la voz cuando estaban a medio camino, mientras con una mano agitaba un sobre doblado.
A unos diez metros, Poison vio la cara del tal Alfredo, su juventud y sobre todo sus maneras, y sintió que era una encerrona. Es la jura, pensó. Dejó que el Colocho fuera hacia el sobre, pero Poison giró y comenzó a caminar deprisa para alejarse. Fue en vano. Dos policías vestidos de civil salieron de entre dos unidades sobre su improvisada ruta de huída. Ni siquiera hizo el amago de correr.
Dos meses y medio después, en julio de 2009, el Juzgado Primero de Menores de San Salvador impuso a Poison una medida de cinco años de internamiento, que había comenzado a cumplir en el Centro de Inserción Social Tonacatepeque, donde le esperaban más de 300 homies de la Mara Salvatrucha-13, la que él ya consideraba su única familia. De alguna manera terminar allí para él era un orgullo.
(Delgado, San Salvador, El Salvador. Abril de 2009.)
Foto: Google maps |
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(Este relato se incluyó con idéntico título en una serie de microrrelatos titulados 'Cuentos para leer en Navidad', que se publicaron el 15 de diciembre de 2013 como
bitácora de la Sala Negra de El Faro)
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