jueves, 10 de octubre de 2013

Palabra de cronista: Los cínicos no sirven para este oficio


De Los cínicos no sirven para este oficio, del periodista polaco Ryszard Kapuściński

Más o menos a la mitad del bloque titulado Ismael sigue caminando:
Nuestra profesión necesita continuos reajustes, modificaciones, mejoras. Claro está, debemos atenernos a ciertas reglas generales. Ser éticamente correctos, por ejemplo, es una de las principales responsabilidades que tenemos. Pero, por lo demás, nuestro objeto está en continuo movimiento. Yo, por ejemplo, me he especializado en los países del Tercer Mundo ‒África, Asia y América Latina‒, a los cuales he dedicado casi toda mi vida profesional. Mi primer viaje largo fue a la India, Pakistán y Afganistán, en 1956. Por tanto, hace más de cuarenta años que viajo a los países del Tercer Mundo. He vivido en ellos permanentemente durante más de veinte años, porque intentar conocer otras civilizaciones y culturas con una visita de tres días o de una semana no sirve para nada.
Cuando empecé a escribir sobre estos países, donde la mayoría de la población vive en la pobreza, me di cuenta de que aquél era el tema al que quería dedicarme. Escribía, por otro lado, también por algunas razones éticas: sobre todo porque los pobres suelen ser silenciosos. La pobreza no llora, la pobreza no tiene voz. La pobreza sufre, pero sufre en silencio. La pobreza no se rebela. Encontraréis situaciones de rebeldía sólo cuando la gente pobre alberga alguna esperanza. Entonces se rebela, porque espera mejorar algo. En la mayor parte de los casos, se equivoca; pero el componente de la esperanza es fundamental para que la gente reaccione. En las situaciones de pobreza perenne, la característica principal es la falta de esperanza. Si eres un pobre agricultor en un pueblo perdido de la India, para ti no hay esperanza. La gente lo sabe perfectamente. Lo sabe desde tiempos inmemoriales.
Esta gente no se rebelará nunca. Así que necesita que alguien hable por ellos. Ésta es una de las obligaciones morales que tenemos cuando escribimos sobre esta parte infeliz de la familia humana. Porque todos ellos son nuestros hermanos y hermanas pobres. Que no tienen voz.
Mi intención, sin embargo, es más ambiciosa. No pretendo limitarme a escribir sobre pobres o ricos, porque esto es competencia principalmente de una serie de organizaciones, desde las iglesias a las Naciones Unidas. Mi intención es sobre todo la de mostrar a todos nosotros, los europeos ‒que tenemos una mentalidad muy eurocéntrica‒, que Europa, o, mejor dicho, una parte de la misma, no es lo único que existe en el mundo.
Que Europa está rodeada por un inmenso y creciente número de culturas, sociedades, religiones y civilizaciones diferentes. Vivir en un planeta que cada vez está más interconectado significa tener en cuenta esto, y adaptarnos a una situación global radicalmente nueva.
Antes era posible vivir separados, sin conocer nada los unos de los otros, ni de un país a otro. Pero en el siglo XXI ya no lo será. Por tamo, lentamente ‒o mejor, rápidamente‒ tenemos que adaptar nuestro imaginario, nuestro tradicional modo de pensar, a esta situación. Algo que, obviamente, es muy difícil. En muchos casos, es casi imposible a corto plazo.

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