martes, 27 de diciembre de 2011

Hasta el rey de España...

Hasta el rey de España ha oído hablar del nuevo puente de Cacaopera.

No es una exageración literaria. A Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, a Juan Carlos I, alguien le contó que un majestuoso puente comunica dos recónditos caseríos de Cacaopera. Desde hace seis meses, el río Torola ya no es obstáculo para los escasos –escasos– vecinos de esa zona. Quizá por eso, el rey sintió la necesidad de felicitarlos.

—Quiero expresar mi calurosa enhorabuena a las comunidades salvadoreñas del departamento de Morazán, cuyas comunicaciones, economía agrícola, desarrollo turístico y bienestar social se verán multiplicados por la construcción del puente.

La felicitación la oyeron las 300 personas que el 16 de enero en la mañana estaban en el Teatro Real de Madrid. Ramiro Cortez, Ramiro, la escuchó recostado en una silla de plástico negro y aluminio. Viajó desde Morazán hasta España, y lo sentaron a tres metros del rey. Como le habían sugerido-ordenado días atrás, iba vestido para la ocasión. Llevaba un saco azul marino, zapatos bien lustrados, una camisa blanca abotonada hasta el cuello y corbata a rayas.

—El rey es grande, pero... será que yo no estoy acostumbrado a estar con personalidades así, yo lo miraba como que éramos iguales... en la sociedad. Le saludé, le di la mano, y hablamos un poquito.

Fue muy poco lo que hablaron. No hubo tiempo para los detalles ni para la polémica. No hubo tiempo para contar la historia que hay detrás del puente de Cacaopera.

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(Esta es la entrada de un amplio relato titulado "Un puente a ninguna parte", publicado el 25 de mayo de 2008 en Enfoques, la extinta revista dominical del diario salvadoreño La Prensa Gráfica) 

Fotografía: Roberto Valencia

martes, 20 de diciembre de 2011

Veintisiete cuentos peregrinos

Esta mañana he dado por terminada mi lectura de Doce cuentos peregrinos, una de las obras más redondas de Gabriel García Márquez, que no es decir poco. La ruptura tenía que ser así: una decisión firme, tajante, porque he de admitir que no veía otra forma de escaparme del libro.

Me explico: Doce cuentos peregrinos lo compré a finales de 2008 en una espaciosa y muy recomendable librería del centro de San José. Creo recordar que para mi regreso a San Salvador ya le había entrado a La luz es como el agua, una historia tan increíble que cuesta no creerla. Los tres años entre este libro y yo, hasta esta ventosa mañana de diciembre, han sido como la relación de dos amantes de ciudades lejanas: se han alternado días de tórrida pasión con temporadas de silencios imperdonables. Yo tengo un defecto-virtud con la literatura. Salvo las excepciones que a uno lo marcan de por vida, las escenas y los personajes de cuanto leo se borran con rapidez de mi memoria. Me sucede lo mismo con el cine. La consecuencia de esta realidad es que puedo releer un libro –o ver una película– a los pocos meses de haberlo disfrutado, y casi con total seguridad volverá a cautivarme y a sorprenderme. Por eso los 12 cuentos de Gabo se han convertido en 23, en 27, en 31, ¿quién sabe ya? Podría, de hecho, seguir releyéndolos, porque el maestro tiene la virtud de la metáfora idónea, del adjetivo perfecto, y eso nunca cansa, pero esta mañana he decidido dar por terminado este romance tras la segunda o tercera relectura de Buen viaje, señor presidente.

Un cuento como La santa debería ser materia obligada en todo taller o curso de periodismo narrativo. ¿Un cuento de ficción para mejorar el periodismo? Pues sí.

El breve prólogo de la obra, escrito por el propio Gabo y fechado en abril de 1992 en Cartagena, es una pieza digna de ser leída y releída hasta el cansancio. Me quedo y les comparto ahora con una reflexión recogida en el último párrafo:
Siempre he creído que toda versión de un cuento es mejor que la anterior. ¿Cómo saber entonces cuál deber ser la última? Es un secreto del oficio que no obedece a las leyes de la inteligencia sino a la magia de los instintos, como sabe la cocinera cuándo está la sopa.
Con la crónica periodística de largo aliento –me atrevo a apostillar al gran maestro– sucede algo parecido. Lástima que en estos tiempos lo que más abunda en los diarios y en las revistas sean las Maruchán.
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P.D. Creo que ya va siendo hora de releer Cien años de soledad. Ya ha llovido demasiado desde mi primer año en la universidad. Macondo se llamaba el pueblo, ¿no?


Fotografía. Roberto Valencia

martes, 13 de diciembre de 2011

Pláticas con pandilleros (I)


  • Temas generales de la conversación: organización interna y evolución de las pandillas
  •  Fecha de la plática: 27 de junio de 2009
  •  Estatus del pandillero: un calmado de la Mara Salvatrucha (MS-13) que al momento de la entrevista trabaja para una oenegé
  •  Otros datos relevantes: fue brincado en la MS-13 en 1997; antes caminaba con la Mao Mao, una de las maras más influyentes en la primera mitad de la década de los noventa


La conversación está ya madura, atrás quedan casi tres cuartos de hora. En los últimos minutos el entrevistado ha repasado los orígenes de la MS-13 en El Salvador y ha recorrido su evolución –a grandes brochazos, obvio–, centrada sobre todo en los noventa, la década clave en el desparrame del fenómeno de las maras. Lo último de los que hemos estado hablando es de la terminología que usan los pandilleros para referirse a las personas de su entorno… 

—Una sola clica –pregunto–, ¿cuánta gente puede llegar a tener?
—Un chingo, hasta 40.
—Ahí estás contando a hainas (novias civiles, tienen prohibido llegar a las casas), a mascotas (niños de entre 8 y 11 años que apoyan de una u otra forma) y a aspirantes (los que llevan un tiempo caminando con pandilleros, ya les hacen paros, pero aún no han sido brincados)…
—No, esos 40 son solo los que pueden votar en el mitin.
—Hay mitin de clica y mítines generales, ¿no? ¿A esos llegan todos los miembros de todas las clicas?
—Casi todos. Fácil pueden juntarse 200 gentes.
—¿Todos votan?
—Sí, pero primero se discute, como cuando se prohibió hueler pega.
—Eso se prohibió y ¿sigue prohibido?
—Sigue.
—¿Qué pasa con las otras drogas?
—La piedra está prohibida, porque la mara mucho se prende. Lo que pasa es que la Mara se deforma, y ya pasó que un vergo de homies de la MS terminaron tirados en la calle, de piperos.
—¿Cuándo ocurrió eso?
—Al principio, como en el 91 o en el 92, pero también después, como en el 98. Y por eso está prohibido.
—Marihuana sí se permite…
—Hay mara que fuma, pero no se permite que se prendan así nomás. Con todas esas reglas se busca que la logística sea como en Estados Unidos. Allá de siempre han estado más organizados, con más orden. Acá el plan Mano dura (se lanzó en septiembre de 2003 por el ex presidente Francisco Flores) también inclinó a buscar esa forma.
—¿Antes no era tan necesario estar tan organizados?
—No.
—¿Qué cambió en concreto el plan Mano dura?
—Puta, después de eso fue que se puso renta a medio mundo. Antes era a puro robo.
—¿Ahora se roba menos?
—Ahora casi todo es renta y se cobra parejo.


Fotografía. internet

domingo, 11 de diciembre de 2011

El legado de Moncada

Prostaciclina, ácido acetilsalicílico y óxido nítrico. Son esos tres los campos en los que más frutos ha cosechado el científico salvadoreño Salvador Moncada en su larga carrera profesional. Tiene ya unos bien llevados 63 años. Para el profano, esos nombres resultan casi un trabalenguas, pero basta interesarse un poco para averiguar el calado y la utilidad de sus aportes. El óxido nítrico, por ejemplo, es un elemento tóxico al que se le relaciona con la lluvia ácida. Pero saber que el cuerpo humano lo produce sirvió para explicar, entre otras cosas, los efectos de una medicina como el viagra.

Resultó difícil que fuera aceptado. Cuando se hizo la primera publicación sobre el óxido nítrico como una sustancia producida por células de mamífero, la reacción internacional fue de incredulidad. Fue de preguntarse cómo el cuerpo humano iba a estar formándolo. Tengo muchas cartas de gente que me escribió diciéndome: “Mire, muy bonito el artículo, pero usted está loco”. Lo que fue impresionante y quiebra con una sonrisa su rostro serio es que yo haya recibido todas esas cartas, y después se haya adjudicado a otra gente el descubrimiento.
Pero, a ver, se puede afirmar que, hasta que usted lo dijo, nadie en este mundo sabía que los mamíferos producían óxido nítrico.
Exacto.

Mientras habla, Moncada sostiene sus lentes entre sus manos, con las que gesticula de manera ostensible. En otra ocasión será un lapicero o una hoja de papel doblada. Parece como si se sintiera incómodo sin algo que manosear.

Además del óxido nítrico, usted antes había trabajado con la prostaciclina y con la aspirina (ácido acetilsalicílico).
Así es.Para esta entrevista, hablé con un compañero que toma la famosa aspirinita. Que se esté recetando en todo el mundo...
... es parte del trabajo nuestro. En 1976 descubrimos que una dosis pequeña de aspirina afecta a las plaquetas, que son las que producen los infartos, y que una dosis grande afecta a las plaquetas y a la pared vascular, de tal manera que protege más una dosis pequeña, y eso llevó a la idea de que había que recetar dosis pequeñas. Al principio tampoco nadie lo creyó, y ahora es aceptado que si se toma una aspirina pequeña todos los días, se gana protección cardiovascular.
Digamos que su trabajo está salvando vidas.
Bueno, la prostaciclina se usa en este momento para mujeres que necesitan un trasplante de pulmón, y que no pueden vivir si no tienen una infusión de prostaciclina.
¿Y cuál es la relación de sus investigaciones con el viagra?
Pues el óxido nítrico es el determinante fundamental de la erección del pene en el hombre. Y el viagra lo que hace es aumentar el efecto del óxido nítrico.
Pero ese medicamento es de otro laboratorio.
El viagra es de Pfizer, que estaba haciendo una investigación sobre un medicamento vasodilatador. Encontró en sus estudios clínicos que los pacientes, incluso los viejos, las enfermeras los encontraban con erecciones, y reportaron eso. Y empezaron a ver que la dilatación en la erección estaba relacionada con el hecho de que estaban aumentando el efecto del óxido nítrico, que nosotros acabábamos de descubrir. Es decir a Moncada le gustan estas dos palabras y las usa con asiduidad, nosotros no hicimos el trabajo del viagra.
Pero sin las publicaciones de ustedes...
Pues no hubiera habido explicación, porque fuimos los que descubrimos que en todo el cuerpo hay nervios que liberan óxido nítrico.
Entonces, hoy en el mundo le tienen qué agradecer muchas personas mayores...
...y menores, porque ahora se usa con fines recreativos.

Durante su carrera profesional ha tenido suerte. Al menos así lo cree él. Dice que el trabajo que hizo tiene valor. En el campo del óxido nítrico, y en el de ciencia en general, es uno de los científicos más citados del mundo. Y dice que está completamente satisfecho por eso. Lo dice a pesar de no haber sido incluido entre los ganadores del Premio Nobel cuando en 1982 se reconocieron los estudios sobre prostaciclina y ácido acetilsalicílico; ni en 1998, cuando se premiaron los descubrimientos sobre óxido nítrico.

Esa exclusión no es, asegura, algo que le quite el sueño. Le preocupa más comprobar que los recursos aumentan en el mundo, pero no baja la injusticia: “La relación entre el que tiene y el que no tiene es mucho mayor ahora que antes, y eso hace la evidencia más dolorosa”.
Desde su juventud, tiene una de esas evidencias de la pobreza grabada en su mente.

Cuando era médico de emergencias en el Hospital Bloom, llegaban los niños y había tan pocos recursos que los poníamos en tres filas: los que tienen fiebre, los que tienen diarrea y los otros. Y a los médicos nos tomaba dos minutos examinar y recetar algo, sabiendo que se cometían errores, y que a uno se le podía escapar cualquier cosa, pero no había más. De hecho, hubo niños que fueron atendidos, a los que se les dio medicina, pero regresaron a morir al día siguiente.

Esto ocurrió en los sesenta, durante sus años en la Universidad de El Salvador (UES). Su etapa de universitario.


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Este es un fragmento de un perfil sobre Salvador Moncada titulado Una vida útil, publicado el 30 de diciembre de 2007 en la revista Enfoques de La Prensa Gráfica.
Fotografía: Nubia Rivas

viernes, 9 de diciembre de 2011

El ladrón se acercó por detrás a Esmeralda

El ladrón se acercó por detrás, con tanto sigilo que no pudo sentirlo. La bulla y el vaivén de la Terminal de Oriente a las ocho y media de la mañana tampoco ayudaron; de hecho, Esmeralda García, abuela ya, siempre se ha sentido de alguna manera protegida por el bullicio, siempre ha preferido una calle llena a una vacía. Pero estamos en diciembre…

El ladrón se acercó por detrás, le agarró los aretes dorados, uno con cada mano, y tiró con tanta fuerza que poco faltó para que Esmeralda –repito: abuela ya– cayera de espaldas. Cuando se repuso solo alcanzó a ver una camisola negra enfundada por un joven de unos 16 años que se alejaba corriendo, y un hombre mayor que en vano trató de zancadillearlo. Al instante sintió la sangre correr por su lóbulo derecho. La oreja izquierda sufrió igual castigo pero corrió mejor suerte. Resignada, tomó el bus de la ruta 52 y se dirigió a su trabajo, a lavar ropa ajena. Los aretes dorados no costaban mucho, pero tenían un significado especial porque su hija mayor se los compró, con su primer salario, un ya lejano Día de la Madre.

―Hoy me dieron un buen susto –fue lo primero que me dijo cuando nos encontramos.


Fotografía: internet

miércoles, 7 de diciembre de 2011

¿Tiene solución El Salvador?

Un amigo llamado Héctor, periodista también, vino desde Managua hoy hace cuatro días. Iba rumbo a Guatemala, pero como el viaje en Ticabús obliga a pasar la noche en San Salvador, lo fui a buscar en la parada de la colonia San Benito, pasamos por mi casa para deshacernos de la pequeña mochila que cargaba, y subimos ya noche a comer pupusas a los Planes de Renderos, que ese domingo estaba especialmente fresco y lleno de policías, turistas efímeros y músicas estridentes.

El tema de la violencia que afecta a El Salvador pronto se adueñó de la conversación. Héctor vive en Nicaragua, y Nicaragua es Centroamérica, sí, pero es otra cosa. Unos minutos de plática condujeron a un lógico cuestionamiento de su parte: ¿cuál es la solución al problema de la violencia en general, y de las maras en particular? Desde que formo parte de Sala Negra de El Faro, la pregunta se ha vuelto más recurrente, y de un tiempo a esta parte la respuesta que doy es siempre la misma: que no tengo ni idea de cuál puede ser la solución a una situación tan compleja y tan enraizada, y que desconfíe de quienes se jactan de conocerla, en especial cuando se trata de académicos trasnochados, de expertos que teorizan sin haber puesto nunca un pie en una comunidad, de articulistas de busto marmóreo, de los políticos en general, de periodistas que solo reportean en despachos con aire acondicionado y de oenegeros cuyo salario está amarrado a que sus financiadores crean que los pandilleros son solo víctimas y no victimarios.

La admisión de mi ignorancia la suelo complementar con una convicción. Si con un chasquido de dedos se pudiera extraer a las decenas de miles de pandilleros salvadoreños, incluidos los encarcelados, y soltar a todos en Madrid, Montevideo o Londres, estoy convencido de que en esas ciudades habría un repunte en los números que miden la seguridad pública, pero desaparecería en semanas, meses lo más, porque esas sociedades están armadas, tanto en el plano institucional como en el comunitario, para evitar que cuaje el fenómeno de las maras. Sin embargo, en una sociedad tan descompuesta y desequilibrada como la salvadoreña –si bien aplica también para la hondureña y en menor medida para la guatemalteca–, el vacío de pandilleros fruto de ese mismo chasquido sería rápidamente llenado por otros grupos, quién sabe si más violentos.

Aquella plática con Héctor en los Planes de Renderos fue hace cuatro días. Pero este jueves ha vuelto a detenerse por unas horas en San Salvador en su viaje de regreso a Managua y, apelando a que una imagen vale más que mil palabras, me he propuesto mostrarle mis palabras del pasado domingo. Desde la colonia San Benito hemos ido al centro de San Salvador, rutas 30-B y 7-C. Desde el parque Centenario por la 10a. Norte hasta el mercado Excuartel, una parada para almorzar unas tortas por 2 dólares –soda incluida– en los puestos junto al predio Exbiblioteca, visitas a las plazas Morazán y Gerardo Barrios, paseo hasta la hermosa basílica del Sagrado Corazón, en la calle Arce, y regreso para conocer la catedral y la cripta de monseñor Romero. Todo a pie, claro.

El corazón de la capital salvadoreña –de la sociedad salvadoreña– habla por sí solo. No necesita guías. Es un gigantesco y por tramos pestilente mercado, con basura en todas las calles, aceras desechas, tráfico imposible, llena de hacelotodo, vendelotodo, comelotodo, donde te encontrás a un anciano tumbado junto a sus heces bajo la escalinata de la catedral, indiferencia, mil jóvenes maquilladas que te agarran del brazo para que te fijés en su venta, hostilidad a pesar de los mil y un policías y agentes de seguridad privados, bares llenos de cervezas heladas y prostitutas caducadas, locos de sonrisa cholca y eterna que te reclaman una moneda, tullidos de piernas inertes y retorcidas que se arrastran entre la indiferencia, tacones y maquillaje, alguna que otra corbata, ladrones, jornaleros de honradez inquebrantable, gritos, música y alabanzas a más no poder, letreros ciclópeos y a la vez invisibles, gente que va y viene, que viene y va, indiferencia, más indiferencia… Es el corazón de la sociedad salvadoreña. Para mí, el lugar más entrañable y representativo del país, la salvadoreñidad encapsulada.

—El otro día me preguntabas por las maras –le he dicho a Héctor en algún momento del paseo–… Es algo importado desde Los Ángeles, pero los mismos números y las mismas letras son otra cosa allá, nada que ver con la evolución que tuvieron en sociedades como esta.

A la radiografía que nos sugiere el Centro Histórico, obvio, le falta el otro lado de la moneda, tan responsable o más de la sociedad que tenemos. Ese otro lado es la aberrante desigualdad social cristalizada en sitios como Torre Futura, adonde quiero llevar a Héctor esta noche. Torre Futura es un centro comercial ofensivamente bello, de fuentes simétricas y cristaleras hermosas, de restaurantes primermundistas con precios inalcanzables para la mayoría de los salvadoreños, monumento vivo a la opulencia, donde por un café se paga más que por los almuerzos en el Centro Histórico, una infinita pasarela de modas, un ir y venir de cuerpos esculpidos en gimnasios o con el bisturí. Todo eso, le pienso decir esta noche a Héctor, toda esa obscena desigualdad y clasismo, todo ese otro país que vive de espaldas al que ha conocido esta mañana, también explica mucho de la expansión de las maras.

Ni idea de cuál puede ser la solución a una violencia tan compleja y tan enraizada, respondí a Héctor hace cuatro días en los Planes de Renderos. Cuando mañana temprano él aborde el Ticabús rumbo a Nicaragua se irá sin la repuesta, pero quizá de algo le haya servido este tímido acercamiento a esta sociedad, a estas dos sociedades superpuestas como agua y aceite, y corresponsables de lo que somos como país, de los 12 asesinatos diarios.

(San Salvador, El Salvador. Diciembre de 2011)

Fotografía: internet
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(Esta crónica fue publicada el 5 de diciembre de 2011 en la sección Bitácora del proyecto de cobertura periodística de la violencia Sala Negra, de elfaro.net)
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