jueves, 10 de marzo de 2011

¿El amigo de Christian Poveda?

Hasta hace unos minutos esta amplia habitación, la Sala 4-B del Centro Judicial Isidro Menéndez de San Salvador, estaba llena. Esposadas de pies y manos había nada menos que 31 personas procesadas por el llamado Caso Poveda, abierto por la Fiscalía con la idea de determinar quién, cómo y por qué fue asesinado el fotoperiodista y documentalista franco-español Christian Poveda el 2 de septiembre de 2009. Muchos recordarán el caso. Durante más de un año a caballo entre 2006 y 2007, Poveda se mimetizó con la clica de la pandilla Barrio 18 que operaba en el reparto La Campanera, en Soyapango. Las miles de horas de grabación -los pandilleros llegaron a conocerlo como el Amigo- cristalizaron en un documental llamado La vica loca. Desde su muerte, sin embargo, la principal hipótesis de las autoridades –Policía Nacional Civil y Fiscalía– fue que el Barrio 18 lo ejecutó por incumplimiento de algunos puntos pactados sobre el contenido y la distribución del documental, aunado a la sospecha de que se había convertido en informante de la Policía.

Decía que la Sala 4-B estaba llena: 31 procesados, una veintena de policías y custodios judiciales armados hasta los dientes, media docena de abogados defensores… Pero eso era hasta hace unos minutos, cuando sacaron a 30 de los procesados para tomar declaración a solas al más tatuado de todos los presentes. Es un tipo que en abril cumplirá 27 años, delgado, abajo del 1.70 de altura, ligeramente bizco y que cumple a cabalidad el estereotipo de pandillero, al punto que sería la delicia de los periodistas europeos o estadounidenses que con frecuencia llegan a El Salvador a pretender empaparse en una semana de un complejo fenómeno social como es el de las maras. Todo su cuerpo, que hoy cubre con unos jeans, una camisola deportiva desteñida y unos relucientes tenis Nike Cortez, es un lienzo. Tan solo en su rostro hay tatuajes que van desde un Game Over sobre sus párpados, a un gran 666 (tres números que suman 18) grabado en su frente, incluido el nombre de su pequeña hija en la oreja derecha. Lo suben al estrado y lo sientan delante del ejército de abogados defensores.

—Por favor, deme su nombre –le dice el juez.  
—Mi nombre es Nelson Lazo Rivera.  
—Para identificar a su persona, ¿tiene usted algún sobrenombre con el cual lo identifican o algún diminutivo de nombre?  
—Sí tengo un sobrenombre.
—Menciónelo.
—Casper.

Casper, dice. Quizá ahora también lo conozcan así, pero Lazo Rivera está en los archivos policiales con otros dos sobrenombres: Molleja y Fantasma. Se le atribuye ser el encargado de tribu para el amplio e influyente sector de Soyapango-Ilopango-Tonacatepeque, uno de los reductos donde el Barrio 18 tiene mayor presencia. Poveda y Lazo Rivera se conocían muy bien. Lo fotografió en un sinfín de ocasiones desde mucho antes de iniciar la filmación, pasaron tiempo juntos, y no resulta aventurado suponer que Lazo Rivera fue uno de los negociadores para que Poveda pudiera meter sus cámaras en La Campanera. Un detalle más: cuando lo asesinaron, el fotoperiodista tenía en su perfil de Facebook una foto del rostro de Lazo Rivera en el lugar en el que debería estar su propia fotografía.

Encarcelado desde mediados de 2008 y condenado por agrupaciones ilícitas a cinco años, la Policía primero y la Fiscalía después presentaron a Lazo Rivera como uno de los principales implicados en el crimen, lo llamaron incluso autor intelectual. Quizá por eso mi sorpresa ante el dócil interrogatorio que el fiscal está realizando ahora, transcurrido ya año y medio desde el asesinato destinados en teoría a fortalecer la acusación.

—Señor Lazo Rivera, ¿podría decirnos desde cuándo usted está detenido?
—No recuerdo.
—¿En qué año? –repregunta el fiscal.
—Tampoco recuerdo.
—Bueno, si usted no recuerda, ¿podría decirnos en qué centros penales ha estado usted recluido?
—¿Por cuál delito?
—Dígame, señor, entonces. La primera vez que estuvo detenido, ¿en qué penal fue?
—¡Objeción, señoría! –alza la voz el abogado defensor–. Está sugiriendo respuesta.
—No ha lugar. Continúe.

Quizá Hollywood nos haya jugado una mala pasada, y la espectacularidad y sonoridad de los alegatos en los juicios que recrean las películas vayan en contra de fiscales y jueces reales como estos, pero Lazo Rivera va a pasar casi 19 minutos en el estrado respondiendo preguntas sin relación aparente con el hecho juzgado.

—Aparte de hojalatero, ¿a qué otra actividad se ha dedicado? –pregunta el juez.
—Solamente.

En todo ese tiempo no se pronuncia ni una sola vez –ni una sola vez– el nombre de Christian Poveda, y no se plantea ni una sola pregunta directa sobre lo ocurrido el 2 de septiembre de 2009. Es más, el abogado defensor logra que la conversación derive hacia una revisión del caso por el que Lazo Rivera fue condenado en 2008.

—¿Cuál es en sí la petición que usted le hace al señor juez en esta audiencia? –pregunta el abogado a su defendido después de haber sugerido la revisión de la sentencia.
—¡Objeción, señoría! –acota el fiscal–, esa no es una pregunta para el imputado. Él tendrá su derecho en la última palabra.
—Ha lugar con la objeción, que el testigo manifieste eso en su oportunidad.
—No más preguntas, señoría –concluye la defensa.

Y así finaliza el interrogatorio. Sin más. Lazo Rivera ha estado expuesto durante casi 20 minutos al escrutinio del Estado salvadoreño, y el que en su día fue presentado como uno de los principales maquinadores del asesinato de Christian Poveda regresa a su asiento tranquilo, sonriente incluso. Mañana en la tarde se leerá el veredicto, y Lazo Rivera estará entre los 20 procesados a los que el juez absolverá. En 2013 será un hombre libre, quizá antes.

Fotografía: Roberto Valencia

1 comentario:

  1. El caso de Poveda solo me recuerda a ese dicho que dice:

    "Mal paga el diablo a quien bien le sirve"

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