domingo, 27 de octubre de 2013

“Ojalá El Salvador no se convierta en otra España”


Leída en las Españas, la frase del titular puede resultar desconcertante, provocativa incluso. Espero que no se me ofenda nadie, pero el español promedio tiene cierto aire de superioridad moral sobre los pueblos latinoamericanos, como si en verdad fuera la madrepatria, y me late que puede chocar tantito que España sea un ejemplo a evitar para El Salvador, un país que ese español promedio difícilmente podría ubicar en un mapamundi, pero que, eso sí, le sonará a tercermundismo puro y duro. 

“Ojalá El Salvador no se convierta en otra España”. Esa frase se la escuché al cronista estadounidense Jon Lee Anderson a mediados de 2012, en una charla magistral que impartió en San Salvador, en la clausura del Foro Centroamericano de Periodismo organizado por El Faro, y en la que en principio iba a hablar sobre sus experiencias como reportero en los albores de la Guerra civil salvadoreña (1980-1992), y sobre el país que había rencontrado tres décadas después de su última visita. Pero habló y habló sobre España, casi más que sobre El Salvador. 

—La Guerra civil española –dijo Jon Lee Anderon– ocurrió 50 años antes que la Guerra civil salvadoreña. Durante tres años, del verano del 36 al 39, el pueblo español se desgarró. Murieron alrededor de 600,000 personas. Esa guerra civil, como sabemos, la ganó el hombre que la comenzó, el general Francisco Franco, que se había aliado con Hitler y Mussolini. Tuvo el respaldo de estos señores, de estos dictadores, para librar la guerra contra la República. 

Quizá convenga matizar que si me he acordado ahora de lo que Jon Lee Anderson dijo hace casi año y medio es por lo sucedido en las últimas semanas. A la jueza argentina María Servini se le ha ocurrido abrir causas penales por crímenes cometidos en los años finales del franquismo, crímenes de lesa humanidad convenientemente ocultados durante la Transición bajo esa alfombra de la vergüenza llamada ley de amnistía. Al calor del señalamiento, incluso Naciones Unidas se ha pronunciado contra la política española de silencio y encubrimiento, pero el tema ha sido tratado con un bajísimo perfil en los medios de comunicación más fieles al establishment, que son la inmensa mayoría. ¿Un paisucho como Argentina dando clases de democracia e institucionalidad a la magnánima España? Algo así se preguntaba, visiblemente molesta, una tertuliana hace algunos días en un debate televisivo. 

—Franco siguió gobernando España durante otros treinta años –dijo Jon Lee Anderson–, y en especial los primeros años de la dictadura fueron muy cruentos, tan cruentos que incluso los alemanes y los italianos lo amonestaron por ser demasiado draconiano con los republicanos, a los que metía en campos de concentración y los ejecutaba, a mansalva, durante años. Los últimos reductos de republicanos guerrilleros en España fueron vencidos allá por los años cincuenta, aunque de hecho actuaban ya más como bandidos que como soldados. Todos fueron aniquilados, y tuvimos Franco hasta los años setenta. 

Aquel discurso lo grabé, lo he vuelto a escuchar y lo he transcrito. Las palabras atribuidas al cronista de The New Yorker son, pues, literales. 

—Cuando murió Franco, se abrió una negociación entre sus sucesores y los que querían entrar en la política por primera vez. El temor todavía a una represalia por parte de los militares era muy fuerte. Y entonces, los nuevos demócratas pactaron con sus antiguos represores una transición democrática, y lo llamaron el Pact of Forgetting, un pacto de olvido... Ya saben por dónde voy, ¿no? Ese pacto de olvido en España fue clave, porque permitió que los socialistas y los demás partidos entraran al poder; es más, permitió que asumieran el poder y recibieran las prebendas del poder, de la democracia española... a cambio de nunca... nunca... pero jamás... mirar al pasado. Nunca... nunca... pensar en juzgar algún crimen cometido en esos tres años de gran terror, de mucha muerte, ni en los cuarenta años de dictadura posterior, en la cual también murió mucha gente. 

No creo que este post sea el lugar idóneo para extenderme, pero la razón de hablar tanto sobre España en San Salvador era precisamente el paralelismo que Jon Lee Anderson establece con el proceso de paz salvadoreño. El mismo guión: represión y guerra cruenta, reforma del Estado pactada entre las partes beligerantes, ley de amnistía. Y hoy, décadas después, las voces de los que beneficiaron del perdón y olvido –no de las víctimas, a ellas nunca nadie les consultó– diciendo una y otra vez que al país no le conviene reabrir heridas del pasado. 

—¿Cómo puede un país construir una democracia si la base es la injusticia? –se preguntó Jon Lee Anderson–. Yo creo que no es posible. Setenta años después del fin de la Guerra Civil en España, ese país y esa famosa democracia en la que todo el mundo va a la playa... En Granada, esa ciudad emblemática, la de la Reconquista, la de tantas cosas... y también del verano del 36, cuando se levantaron los militares y durante todo un verano, de forma sistemática, comenzaron a matar a gente; llevarlos al cementerio y matarlos, decenas, todos los días. Los mataron, los mataron, los mataron... fosas comunes por todos lados. Y entre ellos, el escritor más grande de España en esa época, el poeta Federico García Lorca. A ese hombre, a ese hijo de su ciudad, lo mataron delante... bueno no, a espaldas de todo el mundo, pero todos sabían que lo habían asesinado. Setenta años después no hay una sola placa en esa ciudad que explique lo que pasó. Los turistas van a la Alhambra, que es muy bonita, pero no hay ni un museo dedicado a lo que pasó en el verano del 36 y a lo que significó eso para España primero y para el mundo después, porque España fue la antesala de lo que luego hicieron Hitler y Mussolini en la II Guerra Mundial. La casa en la que estaba refugiado, escondido, aterrorizado porque lo iban a matar, García Lorca, la casa de unos amigos de la que lo sacaron para matarlo es hoy un restaurante que se llama El Rincón de Lorca, donde puedes pedir chuleta con patatas fritas ahí. A lo que voy es esto: un pueblo que no tiene historia no tiene moral, y una sociedad en la que los crímenes quedan impunes es sociópata después. Sociópata es una sociedad en la que tú puedes convertir un lugar que fue la casa de la que te sacaron al hijo más preciado para matarlo, y la conviertes luego en un restaurante. Entonces... ojalá El Salvador, que tiene todavía tiempo, no se convierta en otra España, vacía de su historia, que ha defenestrado al famoso juez Baltasar Garzón (…) ¿Y cuál fue su crimen? Tratar de abrir las fosas, tratar de encontrar la tumba de Lorca, pero le dijeron: eso no lo vas a hacer... ¡y no lo han hecho! Todavía no hay una tumba de Lorca, pero en España lo que sí hay una especie de panteón nacional que, ¿saben lo que es? Es una cruz erigida por Franco, una cosa gigante, increíble, que la construyeron los prisioneros de guerra, y en la base de la cruz está la tumba de él. Yo lo visité hace un par de años, ¿y saben lo que encontré? Hombres haciendo saludos fascistas. Aquello sigue siendo una especie de reducto, de último reducto en Europa de las ideas más tétricas y rancias del totalitarismo de derechas del siglo pasado. Ese es el panteón nacional español. Ese es el lugar supuestamente de la reconciliación de ese país. Setenta años después de la guerra, treinta y cinco años después del franquismo, no hay ni siquiera un movimiento para erigir un panteón en el que todos los españoles puedan tomarse de la mano y decir: ya pasamos eso y ya estamos unidos. No. No están unidos porque lo que tuvieron fue la paz de los vencedores, y ahora esperan hasta que se muera el último de esa última generación y llegar a la amnesia total... aunque nunca hay una amnesia total. Esa amnesia termina siendo una toxina que entra en el ADN y contamina la sociedad. 

Al conversatorio le siguió una ronda de preguntas que duró casi una hora entera. Hubo cuestionamientos de todo tipo y, casi al final, una joven española que se presentó como una politóloga, gallega, nieta de republicanos e hija de demócratas, que dijo llevar ya dos años en El Salvador, se atrevió a cuestionar la teoría de Jon Lee Anderson. 

—Yo creo que en El Salvador, para esta democracia, aún no es el momento para pedir cuentas... que eso tendrá que pasar dentro de dos o tres generaciones, cuando la democracia sea estable –dijo. 

Y Jon Lee Anderson se molestó. Mucho. 

Fotografía: internet
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(Este texto se publicó primero el 13 de octubre de 2013 en Bajomundo, mi blog de la revista Frontera D, bajo el título “Ojalá El Salvador no se convierta en otra España”)

sábado, 19 de octubre de 2013

El otro Mijango


Resumo en un párrafo un conflicto del que se podría escribir un libro entero.

En noviembre de 1998 hubo que vaciar el Centro de Reeducación de Menores Tonacatepeque porque era una pocilga y había que remodelarlo por completo. El Gobierno de la posguerra, ante el déficit de instalaciones para albergar a menores infractores, improvisó llevar a sus 230 inquilinos al viejo cuartel del Destacamento Militar #4, en pleno centro de San Francisco Gotera. Sería por ocho meses máximo, dijeron. MS-13 y Barrio 18 ya dominaban el panorama pandilleril en 1998, pero aquellas pandillas poco –muy poco, casi nada– tienen que ver con las de hoy en día; basta señalar que en Tonacatepeque dormían bajo el mismo techo en relativa armonía homies de todas gangas, también de otras menores como la Mao-Mao o la 42, o que los menores infractores con un proceso de reinserción más avanzado salían a estudiar a las escuelas públicas mezclados entre los jóvenes del pueblo. Aun así, azuzados por políticos de todo el arco ideológico, los goterenses se opusieron al traslado de esos pandilleros con uñas y dientes. Hubo dos frentes: uno, en la calle, con violentas protestas, cortes de calles, bloques de carreteras y boicot; el otro, el jurídico-institucional. Ni uno ni otro logró revertir la decisión gubernamental, seguramente porque no había alternativa. Pero aquellos sucesos de noviembre de 1998 sí evidenciaron el rechazo y el prejuicio de la sociedad salvadoreña a una parte de sí misma. Un párrafo de una nota publicada en El Diario de Hoy el 25 de noviembre decía así: “Por su parte, varios menores en proceso de readaptación dijeron sentirse incómodos por la situación que se ha creado alrededor de su llegada a Gotera, pero lo peor, agregan, es que se está demostrando el desinterés de la sociedad salvadoreña en aceptarlos”.

¿Y por qué recordar en 2013 algo ocurrido hace tres lustros ya? Pues por una curiosa curiosidad. En el referido frente jurídico-institucional, y ante el creciente rechazo en San Francisco Gotera, el tema llegó a la Asamblea Legislativa. Dos semanas antes del traslado, los padres de la patria aprobaron un recomendable dirigido al ministro de Justicia para que se buscara una alternativa. 

¿Y quién era uno de los diputados que con su firmó avaló la populista moción para que aquellos pandilleros de 1998, menores de edad, nunca llegaran a San Francisco Gotera? Pues un tal Raúl Mijango, quien evidentemente tiene hoy una actitud mucho más incluyente y tolerante hacia las pandillas de 2013. 

Foto EFE

jueves, 10 de octubre de 2013

Palabra de cronista: Los cínicos no sirven para este oficio


De Los cínicos no sirven para este oficio, del periodista polaco Ryszard Kapuściński

Más o menos a la mitad del bloque titulado Ismael sigue caminando:
Nuestra profesión necesita continuos reajustes, modificaciones, mejoras. Claro está, debemos atenernos a ciertas reglas generales. Ser éticamente correctos, por ejemplo, es una de las principales responsabilidades que tenemos. Pero, por lo demás, nuestro objeto está en continuo movimiento. Yo, por ejemplo, me he especializado en los países del Tercer Mundo ‒África, Asia y América Latina‒, a los cuales he dedicado casi toda mi vida profesional. Mi primer viaje largo fue a la India, Pakistán y Afganistán, en 1956. Por tanto, hace más de cuarenta años que viajo a los países del Tercer Mundo. He vivido en ellos permanentemente durante más de veinte años, porque intentar conocer otras civilizaciones y culturas con una visita de tres días o de una semana no sirve para nada.
Cuando empecé a escribir sobre estos países, donde la mayoría de la población vive en la pobreza, me di cuenta de que aquél era el tema al que quería dedicarme. Escribía, por otro lado, también por algunas razones éticas: sobre todo porque los pobres suelen ser silenciosos. La pobreza no llora, la pobreza no tiene voz. La pobreza sufre, pero sufre en silencio. La pobreza no se rebela. Encontraréis situaciones de rebeldía sólo cuando la gente pobre alberga alguna esperanza. Entonces se rebela, porque espera mejorar algo. En la mayor parte de los casos, se equivoca; pero el componente de la esperanza es fundamental para que la gente reaccione. En las situaciones de pobreza perenne, la característica principal es la falta de esperanza. Si eres un pobre agricultor en un pueblo perdido de la India, para ti no hay esperanza. La gente lo sabe perfectamente. Lo sabe desde tiempos inmemoriales.
Esta gente no se rebelará nunca. Así que necesita que alguien hable por ellos. Ésta es una de las obligaciones morales que tenemos cuando escribimos sobre esta parte infeliz de la familia humana. Porque todos ellos son nuestros hermanos y hermanas pobres. Que no tienen voz.
Mi intención, sin embargo, es más ambiciosa. No pretendo limitarme a escribir sobre pobres o ricos, porque esto es competencia principalmente de una serie de organizaciones, desde las iglesias a las Naciones Unidas. Mi intención es sobre todo la de mostrar a todos nosotros, los europeos ‒que tenemos una mentalidad muy eurocéntrica‒, que Europa, o, mejor dicho, una parte de la misma, no es lo único que existe en el mundo.
Que Europa está rodeada por un inmenso y creciente número de culturas, sociedades, religiones y civilizaciones diferentes. Vivir en un planeta que cada vez está más interconectado significa tener en cuenta esto, y adaptarnos a una situación global radicalmente nueva.
Antes era posible vivir separados, sin conocer nada los unos de los otros, ni de un país a otro. Pero en el siglo XXI ya no lo será. Por tamo, lentamente ‒o mejor, rápidamente‒ tenemos que adaptar nuestro imaginario, nuestro tradicional modo de pensar, a esta situación. Algo que, obviamente, es muy difícil. En muchos casos, es casi imposible a corto plazo.

lunes, 7 de octubre de 2013

Palabra de cronista: Noticia de un secuestro (I)


De Noticia de un secuestro, del inmenso cronista colombiano Gabriel García Márquez. Así arranca el capítulo 4: 

De modo que el secuestro de los periodistas fue una reacción a la idea que atormentaba al presidente César Gaviria desde que era ministro de Gobierno de Virgilio Barco: cómo crear una alternativa jurídica a la guerra contra el terrorismo. Había sido un tema central de su campaña para la presidencia. Lo había recalcado en su discurso de posesión, con la distinción importante de que el terrorismo de los traficantes era un problema nacional, y podía tener una solución nacional, mientras que el narcotráfico era internacional y sólo podía tener soluciones internacionales. La prioridad era contra el narcoterrorismo, pues con las primeras bombas la opinión pública pedía la cárcel para los narcoterroristas, con las siguientes pedía la extradición, pero a partir de la cuarta bomba empezaba a pedir que los indultaran. También en ese sentido la extradición debía ser un instrumento de emergencia para presionar la entrega de los delincuentes, y Gaviria estaba dispuesto a aplicarla sin contemplaciones.

martes, 1 de octubre de 2013

Socorro Jurídico del Arzobispado


Este es un fragmento del perfil sobre el exdirector de Socorro Jurídico del Arzobispado, Roberto Cuéllar Martínez (Beto Cuéllar), incluido en mi libro 'Hablan de Monseñor Romero' (Fundación Monseñor Romero, San Salvador, 2011). Lo comparto ahora por la pertinencia: ayer se supo que el actual arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, decidió dar carpetazo a Tutela Legal del Arzobispado, una institución sin la que cuesta entender la historia reciente de El Salvador. Aquí el fragmento. 

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Socorro Jurídico Cristiano nació en agosto de 1975 como una iniciativa adscrita al Externado de San José y bajo la coordinación del sacerdote jesuita Segundo Montes. El planteamiento inicial era simple: prestar asistencia legal gratuita a personas que no tenían cómo pagar un abogado y lograr al mismo tiempo que los jóvenes estudiantes de clases acomodadas se empaparan de la realidad. Trabajaron bajo ese lineamiento durante un año y medio, pero el asesinato del padre Rutilio Grande lo alteró todo. Solo Socorro Jurídico se atrevió a representar a la Iglesia católica y, tras superar sus recelos iniciales ante la inexperiencia de la mayoría de sus integrantes, Monseñor Romero terminó no solo aceptando el ofrecimiento, sino que vio tanto potencial en la oficina que a los pocos meses Socorro Jurídico Cristiano se convirtió en Socorro Jurídico del Arzobispado. 
 
No fue un simple cambio nominal: el bufete para pobres mutó en un centro de promoción y defensa de los derechos humanos, tanto individuales como colectivos. Beto Cuéllar no tardó en asumir la dirección. Al año, entre las muchas y variadas labores de la oficina, estaba la elaboración semanal de un informe que recopilaba las violaciones e injusticias cometidas por el Estado y también por los grupos armados de todo signo político; ese informe era el insumo principal para el apartado de Hechos de la semana de sus homilías. Instituciones de reconocido prestigio internacional como la Federación Internacional de Derechos Humanos, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el Consejo Mundial de Iglesias, la Comisión Internacional de Juristas o Amnistía Internacional certificaron la labor de Socorro Jurídico. 
 
Es simple –dice Beto Cuéllar–. Romero tuvo en el respeto a la persona humana y en la protección legal de su pueblo dos de sus principales líneas de trabajo y, se lo digo sin jactancia, nosotros le hicimos el trabajo difícil, para que nunca jamás le pudieran reclamar que sus denuncias eran inventos. Él siempre nos decía: identifiquen a los fallecidos con datos precisos, con que haya un solo muerto el caso es contundente. 
 
El asesinato de Monseñor Romero frenó el empuje, pero la semilla estaba sembrada. En 1982 surgió Tutela Legal del Arzobispado, y en 1985 se creó el Instituto de Derechos Humanos de la UCA. Beto Cuéllar está convencido de que en materia de derechos humanos Monseñor Romero fue un visionario, un pionero, un profeta. Lo reconoce como el primer procurador para la defensa de los Derechos Humanos que tuvo El Salvador… tres lustros antes de que naciera la institución. 
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Puede leer y/o descargarse el libro 'Hablan de Monseñor Romero' (que incluye el perfil completo sobre Roberto Cuéllar) pulsando aquí


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