martes, 5 de febrero de 2013

La ley de los niños


Este centro, bautizado con el ambicioso nombre de Sendero de Libertad, recibió en los primeros días de abril de 2011 a un menor de edad llamado Alexander. Condenado por tráfico de drogas, el juez ordenó su encierro después de saltarse las condiciones de su libertad condicional. Sus dos primeras noches Alexander las pasó, el procedimiento habitual con los nuevos, en uno de los módulos tercermundistas que hay junto al portón principal.

El reclusorio lo controlan pandilleros que se autodenominan retirados, que odian a muerte a los pandilleros activos, que a su vez odian a muerte a los retirados. Se respira demasiado odio en Sendero de Libertad. Por eso, antes de asignar sector a un recién llegado, las autoridades lo aíslan hasta que se convencen de que no es miembro activo ni a la Mara Salvatrucha (MS-13) ni al Barrio 18. Es cierto que la piel de Alexander estaba limpia de tatuajes como la de un adolescente ejemplar de una colonia bien, pero también lo es que hace años en El Salvador eso dejó de ser garantía de nada.

Tras las dos noches de aislamiento, avalaron su traslado al Sector 1. Allí lo esperaban ciento veinte jóvenes con el verdadero examen de admisión. Un ex de la MS-13 que en la libre vivía en la misma colonia lo reconoció de inmediato y lo presentó como primo de un pandillero activo. Suficiente para dar por finalizado el interrogatorio. En ese momento Alexander debió sentir como si un bus se le viniera encima. Uno, diez, treinta puños pies antebrazos cabezas codos lo golpearon una y otra y otra vez. No tardó en caer al suelo reseco. Al principio trató de cubrirse. Lo pisotearon arrastraron patearon. Al poco ya no pudo. Lo patearon en la cara brazos nalgas piernas espalda pecho boca… Lo patearon.

Del personal del centro nadie intervino.

Cuando Alexander recobró el sentido, la turba lo tenía amarrado de pies y manos, y un niño se esmeraba en tatuarle una sentencia de muerte en el pecho: una M y una S del tamaño de dos manos, y tachadas por sendas cruces. Un tatuaje así te convierte en objetivo prioritario para la MS-13, sin importar las razones, muerte segura, y para nada te aparta del punto de mira del Barrio 18.

—¿Y qué iba a hacer ? Yo me vine a despertar con el ruidito de la máquina –me dice cuando lo entrevisto ocho meses después del ataque.

La máquina es un motorcito de un transistor ensamblado a una varilla metálica y a una aguja, un artilugio con el que los tatuadores artesanales inyectan bajo la piel –a falta de tinta– el espeso hollín que sale de los vasos plásticos blancos cuando arden. Suena horrible, pero Alexander sabe que tuvo suerte.

—Tuve suerte –dice–, gracias a Dios, porque a otros los han marcado a pura Gillette.
—¿Y los orientadores? ¿Y los custodios? ¿Nadie te ayudó?
—Y ellos qué iban a hacer…


La respuesta de Alexander tiene su lógica. Después entenderán.

Al día siguiente, desfigurado por el linchamiento y con su sentencia de muerte tatuada en el pecho, llegó al despacho del director y le contó lo ocurrido. Lo aislaron de nuevo, y aislado lleva hasta esta mañana de diciembre. El Estado salvadoreño que lo encerró para procurar su reinserción lo ha incluido en un programa de remoción de tatuajes que en tres o cuatro sesiones eliminará lo negro, pero que dejará siempre un delator surco de carne abultada.
Alexander y su pecho esperan volver a las calles este año.


Fotografía: Roberto Valencia
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(Esta es la entrada de una crónica de largo aliento publicada el 23 de enero de 2012 en Sala Negra de El Faro, bajo el título de La triste historia de un reclusorio para niños llamado Sendero de Libertad)

1 comentario:

  1. Cada vez que leo historias como ésta en tu blog o en el faro, me quedo sin aliento. Me indigno. Es una realidad que no podemos ignorar y da coraje que hay quienes se nieguen a verla y más aún, se nieguen a intervenir cuando tienen el poder para hacerlo. Como bien sabés, soy educador, me dedico desde mi trinchera a tratar de emparejar ambientes y acciones que eviten la muerte y el dolor, pero es difícil, a veces uno se queda corto porque una institución tan fundamental como la familia está en ruinas. Por trabajos como el tuyo te deberían bautizar como Pepe Grillo. Sos esa vocecita que nos recuerda en qué clase de país vivimos. Saludos.

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