martes, 26 de febrero de 2013

El Salvador bajo nieve


Nieva sobre Vitoria-Gasteiz desde hace tres días. Justo ahora lo hace con inusitada fuerza. Basta girar la cabeza a la derecha, mirar por la ventana y ver los copos, ver el manto blanco que cubre carros, aceras, sombrillas, almas.

La cabeza –la mirada– regresa al frente, y veo junto a la pantalla mi banderita de El Salvador, veo mis apuntes, guacho mi Facebook que supura salvadoreñidad, igual me duele cuando pienso en la bazofia de candidatos presidenciales, chateo o skypeo y el acento salvadoreño sigue estando presente, oigo las mil y una entrevistas que para mi libro pacientemente levanto con pandilleros, comisionados, madres, jueces… guanacos todos pues.

—¿Te sientes en casa o lejos de tu hogar? –me preguntaba hace unos minutos una compañera de mis años universitarios, vasca ella (vasca por ser oriunda del País Vasco, no por lo otro).
—Como sigo trabajando sobre allá –he improvisado–, aún no he tenido tiempo de echar de menos aquello.

Son seis semanas ya lejos de El Salvador, pero aún no te echo en falta como creía, quizá porque nunca te has ido.

Giro de nuevo la cabeza y miro por la ventana. Sigue nevando afuera. 

Fotografía: Roberto Valencia

lunes, 25 de febrero de 2013

Pláticas con pandilleros (VIII)

  • Temas generales de la conversación: Negociaciones entre el gobierno salvadoreño y los pandilleros.   
  • Fecha de la plática : 14 de abril de 2011.
  • Estatus de los pandilleros: El pandillero que más habla es Hugo Armando Quinteros Mineros, (a) El Flaco, un activo de la Francis Locos Salvatruchos, una de las clicas más raigambre de la Mara Salvatrucha-13 (MS-13). En la plática estaba otro pandillero al que llamaremos Shadow, también palabrero de la referida pandilla.
  • Otros datos relevantes: Esta conversación tuvo lugar 11 meses antes de que El Faro revelara las negociaciones entre el actual gobierno y las estructuras de mando de la MS-13 y el Barrio 18. 
Faltan tres días para el Domingo de Ramos de 2011 y estamos en el Centro Penal de Ciudad Barrios. La entrevista con voceros de la MS-13 esta vez será en la sala que por lo general se utiliza para que los reos hablen con sus abogados. El cuarto es pequeño, dos por dos, y cuatro personas lo llenamos: dos pandilleros y dos periodistas. La plática será larga, interesante, pero de esas que no termina publicada.

Falta un año para que los medios tradicionales se convezcan de que entrevistar a los pandilleros –guste o no lo que digan– tiene una función social, y nombres como Borromeo Henríquez no significan absolutamente nada para el periodista salvadoreño promedio, ni siquiera para los que trabajan en las secciones de sucesos o judiciales. En esta plática ese es de los primeros nombres que se ponen sobre la mesa, aunque es el aka es que se menciona: Diablito de la Hollywood.

Sin que fuera ese el motivo principal de nuestra presencia en Ciudad Barrios, por el que solicitamos la entrevista, los dos palabreros comienzan a hablar de la ocasión en la que el gobierno estuvo negociando con ellos a partir de 2003, pero sobre todo en 2004. El principal interlocutor en aquella ocasión fue Óscar Bonilla, nombrado presidente del Consejo Nacional de Seguridad Pública durante la gestión del expresidente Antonio Saca.

―Bonilla –dice El Flaco–. Él llegó varias veces allá, a Apanteos…
—¿Óscar Bonilla, el del Consejo Nacional de Seguridad Pública? –pregunto.
—Ajá…
—Falleció hace un par meses, ya sabrán…

En realidad no fue hace dos meses, sino hace casi cuatro, el 28 de diciembre de 2010. No lo sabían.

—¿Murió? ¡Qué buena noticia! –dice El Flaco, con sonrisa sonora.
—Muerte natural –acoto.
—Pues gracias a Dios que se lo llevó. Es una muy buena noticia porque esta persona llegó allá…
—¿Adónde allá? ¿A Apanteos?
—Sí, Apanteos, y te estoy hablando como en el 2004, en el 2003… antes del desvergue. Si por allí estuve yo, en todos esos desvergues hemos estado.
—En 2003 –interviene Shadow– fue que comenzaron a llegar por allá, y llegaron con una promoción de querernos ayudar, ¿va? Nos llevaron unos marcos para jugar futbol, nos llevaron camisas, nos llevaron camisetas de basket…
—Suena bien, ¿no? –pregunto.
—Sí, nos lo presentaron todo bien bonito –retoma la palabra El Flaco–, pero de repente todo cambió, y empezaron a sacarnos a compañeros, diciendo que los líderes eran los que habían hablado con Bonilla. Los tildaron de líderes, y de ahí fue que trasladaron a la mayoría de ellos a Zacatecoluca. Y no es que sean los líderes, sino que los tildaron así.
—Y uno de ellos era Borromeo...
—Uno de ellos era él, cabal. 

Fotografía: EDH
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jueves, 21 de febrero de 2013

Usted, europeo, es un privilegiado (y yo también)


Creo que no haré muchos amigos con este artículo, pero quizá de eso se trata. 

Esta semana cayó sobre Vitoria-Gasteiz, la capital del País Vasco, una nevada como Dios manda, diría un creyente. Han pasado cinco días ya, y aún se ven montículos blancos desperdigados en las aceras, en los parques. Esta es la ciudad en la que nací, pero los últimos 11 años los he vivido en El Salvador, donde la nieve es quimera, y he de confesar que esta nevada me excitó. La disfruté tanto, entre otras cosas, porque veía cuajar la nieve desde la ventana de la vivienda de mi madre, una gran mujer que vive con una pensión de viudedad de 600 euros mensuales, unos 800 dólares. Me acordé de San Salvador, donde raro es que el termómetro baje de los 18ºC en cualquier época del año, y divagué sobre el desastre humanitario que supondría que nevara en Centroamérica, una de las regiones más pobres, desiguales y violentas del mundo. Un lugar en el que la miseria te entra por los ojos y por las narices.

Comparto estos pensamientos como preámbulo para hablar tantito sobre la pobreza, una palabra densa, pero que me late y que es de esas que, de tanto mangonearse, se ha devaluado, ha terminado por no decir nada, o muy poco. ¿Qué es ser pobre? De lo escrito en el párrafo anterior un lector madrileño habrá pensado que mi pobre madre las pasará canutas con la pensión mínima; y un lector salvadoreño promedio habrá creído que qué afortunada por el simple hecho de tener pensión y por ganar, sin mover un dedo, lo mismo que ganan cuatro obreras de una fábrica textil en El Salvador.

Por más que se hable de umbrales y de líneas de pobreza, la pobreza es ofensivamente relativa.

Desde la última vez que estuve a este lado del Atlántico, hace más de dos años, se ha generalizado el uso de palabras como desahucio, exclusión, desigualdad, recortes, pobreza. Nadie va a discutir que hay más personas en paro o que se ha reducido el poder adquisitivo, pero de ahí a querer venderse como un pueblo que está sufriendo un genocidio financiero –como claman algunos, sin percatarse de la estupidez– hay un trecho.

Son tiempos de crisis, sí, pero resulta incómodo escuchar algunos lamentos interminables de españoles-vascos-catalanes, no por faltos de razón, sino por desubicados y hasta ofensivos si se toma como marco la humanidad en su conjunto. No callar ante los recortes o ante los banqueros políticos oligarcas está bien, siempre lo estará, pero creo que la mayoría se queja desde la ignorancia. A veces suena como si los europeos –y los gringos, los primermundistas en general, también los primermundistas que viven en los países tercermundistas– fueran merecedores de una versión de la Declaración Universal de los Derechos Humanos con más derechos.

La doble vara de medir, que toleremos distintos grados de pobreza en función del pasaporte, está incluso institucionalizada. Para Europa hay pobres europeos y pobres de verdad. Con la que está cayendo más allá del Mediterráneo, con cientos de millones de personas que literalmente no tienen garantizados el agua potable o los tres tiempos de comida, Bruselas tiene su propia escala para medir la pobreza, en la que no tener carro o lavadora, o no poder pagarse al menos una semana de vacaciones al año son ítems que indican Privación Material Severa (PMV). Así, claro, surgen pobres hasta de debajo de las piedras.

Esto es una generalización –y una provocación–: en las Españas, por fortuna, no se conoce la pobreza, la Pobreza de verdad, la míseramiseria, por más que algunos se esfuercen por identificarla en cada esquina. Y doy un paso más: las personas y familias que sí conocen la Pobreza, que seguro que las hay, son aquellas cuyos lamentos menos se escuchan.

Quizá por eso, cuando uno ha visto y olido la míseramiseria, la de verdad, la de allá abajo, resulta incómodo escuchar que son inaceptables menos de €30.000 anuales si se tienen doscarrerastresmaster. Resulta incómodo oír día y noche pestes sobre unos sistemas públicos de salud y educación que son más dignos que el sistema privado salvadoreño. Resulta incómodo leer a una colega desahuciada que ejemplifica el súmmun de la pobreza con no tener para pagar el recibo del gas un mes. Resulta incómodo que las discusiones sobre lo mal que estamos se den mientras se brinda con cubatas a 7 euros. Y, quizá lo más desconcertante de todo, resulta incómodo saberse parte de toda esa vorágine, aquí y allá.

Porque el vivir desubicado no es un cuestión de pasaportes. Y va otra generalización: en El Salvador hay también un sector de la sociedad –los que convivimos con facebook, pizzahut, stabucks, ronzacapas, americanairlines– al que poco o nada nos importan los que sufren la míseramiseria, con el agravante de que vivimos rodeados por ella. La podemos oler.

En cierta medida creo que me resulta incómodo saberme parte de los privilegiados, y solo me consuela parcialmente la idea de que este oficio me ha permitido estar consciente. Porque cuando uno habla hoy día con españoles-vascos-catalanes sobre la crisis primermundista que atraviesa el país, rápido se da cuenta de que son pocos los que siquiera sospechan lo que pasa ahí abajo.

¿Y este estúpido qué dice? ¿Y este de qué va?, estará pensando ya más de uno. Lo que quiere es legitimar el desmantelamiento del Estado de bienestar… Este está dando la razón al bancomundial efeemeí políticosdemierda banquerosdemierda, a los que provocaron esta crisis…

Nada que ver, al contrario, pero si usted piensa eso, es absurdo que trate de convercerle. De hecho, no estoy tratando de convencer a nadie de nada. Estos párrafos tediosos son poco más que un desahogo, un intento por explicitar una obviedad: que usted y yo, por el simple hecho de estar interactuando a través de una computadora, estamos en el bando de los privilegiados de la humanidad. Y si usted cree que está mal, solo intente imaginar cómo estarán los que realmente lo están. 

Imagen: internet

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(Este texto se publicó primero en Bajomundo, mi blog de la revista Frontera D, también bajo el título "Usted es un privilegiado")

miércoles, 13 de febrero de 2013

Alejandra, la edodita


En estos días de febrero estoy lejos de San Salvador. Trabajo desde Vitoria-Gasteiz, la capital de Euskadi, con dos quehaceres básicos: adecentar y pegar cables internacionales y levantar como loco docenas de largas y profundas entrevistas para el proyecto que absorberá buena parte de este 2013. Justo acabo de subir a El Faro una nota sobre Obama, cuando mi hija Alejandra entra en la sala con su paquetito de plumones y un cuaderno, y empieza a pintar con esmero uno de los dibujos de Miquimau.

Al poco, el ratón universal luce todo garabateado.

—Qué bonito te está quedando –le digo con satisfacción al comprobar que los colores apenas se han salido del dibujo. Alejandra tiene apenas tres años y un mes.
—Sí, papi, ya soy grande. Ya soy periodista (edodita), y yo también estoy trabajando, Mirá, papi –y me muestra orgullosa el colorido Miquimau.
—¿Qué has dicho, que querés ser periodista?
—Sí, papi, cuando sea grande, yo quiero ser edodita. Y trabajar.

Me he sentido tan bien que me he levantado para dar un abrazo a Iris –que había escuchado todo desde el pasillo y me esperaba con una sonrisa cómplice–, y he tenido la necesidad imperiosa de escribir estas frases para el blog.

Fotografía: Roberto Valencia

martes, 5 de febrero de 2013

La ley de los niños


Este centro, bautizado con el ambicioso nombre de Sendero de Libertad, recibió en los primeros días de abril de 2011 a un menor de edad llamado Alexander. Condenado por tráfico de drogas, el juez ordenó su encierro después de saltarse las condiciones de su libertad condicional. Sus dos primeras noches Alexander las pasó, el procedimiento habitual con los nuevos, en uno de los módulos tercermundistas que hay junto al portón principal.

El reclusorio lo controlan pandilleros que se autodenominan retirados, que odian a muerte a los pandilleros activos, que a su vez odian a muerte a los retirados. Se respira demasiado odio en Sendero de Libertad. Por eso, antes de asignar sector a un recién llegado, las autoridades lo aíslan hasta que se convencen de que no es miembro activo ni a la Mara Salvatrucha (MS-13) ni al Barrio 18. Es cierto que la piel de Alexander estaba limpia de tatuajes como la de un adolescente ejemplar de una colonia bien, pero también lo es que hace años en El Salvador eso dejó de ser garantía de nada.

Tras las dos noches de aislamiento, avalaron su traslado al Sector 1. Allí lo esperaban ciento veinte jóvenes con el verdadero examen de admisión. Un ex de la MS-13 que en la libre vivía en la misma colonia lo reconoció de inmediato y lo presentó como primo de un pandillero activo. Suficiente para dar por finalizado el interrogatorio. En ese momento Alexander debió sentir como si un bus se le viniera encima. Uno, diez, treinta puños pies antebrazos cabezas codos lo golpearon una y otra y otra vez. No tardó en caer al suelo reseco. Al principio trató de cubrirse. Lo pisotearon arrastraron patearon. Al poco ya no pudo. Lo patearon en la cara brazos nalgas piernas espalda pecho boca… Lo patearon.

Del personal del centro nadie intervino.

Cuando Alexander recobró el sentido, la turba lo tenía amarrado de pies y manos, y un niño se esmeraba en tatuarle una sentencia de muerte en el pecho: una M y una S del tamaño de dos manos, y tachadas por sendas cruces. Un tatuaje así te convierte en objetivo prioritario para la MS-13, sin importar las razones, muerte segura, y para nada te aparta del punto de mira del Barrio 18.

—¿Y qué iba a hacer ? Yo me vine a despertar con el ruidito de la máquina –me dice cuando lo entrevisto ocho meses después del ataque.

La máquina es un motorcito de un transistor ensamblado a una varilla metálica y a una aguja, un artilugio con el que los tatuadores artesanales inyectan bajo la piel –a falta de tinta– el espeso hollín que sale de los vasos plásticos blancos cuando arden. Suena horrible, pero Alexander sabe que tuvo suerte.

—Tuve suerte –dice–, gracias a Dios, porque a otros los han marcado a pura Gillette.
—¿Y los orientadores? ¿Y los custodios? ¿Nadie te ayudó?
—Y ellos qué iban a hacer…


La respuesta de Alexander tiene su lógica. Después entenderán.

Al día siguiente, desfigurado por el linchamiento y con su sentencia de muerte tatuada en el pecho, llegó al despacho del director y le contó lo ocurrido. Lo aislaron de nuevo, y aislado lleva hasta esta mañana de diciembre. El Estado salvadoreño que lo encerró para procurar su reinserción lo ha incluido en un programa de remoción de tatuajes que en tres o cuatro sesiones eliminará lo negro, pero que dejará siempre un delator surco de carne abultada.
Alexander y su pecho esperan volver a las calles este año.


Fotografía: Roberto Valencia
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(Esta es la entrada de una crónica de largo aliento publicada el 23 de enero de 2012 en Sala Negra de El Faro, bajo el título de La triste historia de un reclusorio para niños llamado Sendero de Libertad)
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