martes, 21 de febrero de 2012

Rafael Menjívar Ochoa, un bloguero excepcional


“La camisa ya es vieja; si no me equivoco, la compré en México en 1997 o 1998. El cabello y la barba también están destiñéndose. La computadora que aparece en la foto ya estaba fallando en ese momento…  Así arranca la primera entrada de Tribulaciones y Asteriscos, el blog que Rafael Menjívar Ochoa mantuvo vivo y actualizado con sorprendente regularidad durante casi seis años y medio. No suena aventurado especular con que aquel 4 de noviembre de 2004 fue un día especial para Rafa. Cualquiera que haya abierto un blog sabe que ese primer post no es igual al número diecisiete o al treinta y nueve. Más allá de la historia que se decida contar, de las palabras que se elijan, esa primera confesión se escribe por lo general acolchada por buenas intenciones, con la íntima convicción de que será la primera de un listado infinito. Pero esos deseos casi siempre son llamarada de tuza, y en cuestión de días o semanas, meses lo más, infinidad de blogs que nacen impetuosos como caballos desbocados terminan muertos de inanición. Afortunadamente, Rafa resultó ser un bloguero excepcional. 

Rafa destacó en muchas y variadas facetas. La de escritor es con justicia la más celebrada, pero también tuvo un papel destacado como docente, como periodista, como historiador, me atrevo a suponer que como padre y compañero de vida, y, por supuesto, como bloguero. Este es el aspecto que en lo particular me gustaría subrayar, y no solo porque es el que me facilitó acercarme a él, el que me permitió conocerlo y dimensionarlo, sino porque estoy convencido de que lo que publicaba era de gran calidad, de que con una buena selección de las mejores entradas costaría poco dar forma a un libro póstumo excepcional.

Tribulaciones y Asteriscos llevaba como subtítulo un significativo Cosa personal de Rafael Menjívar Ochoa, y era un espacio en el que cabían recuerdos, ideas dispersas, críticas literarias y periodísticas, pequeñas crónicas vivenciales, reflexiones políticas, anécdotas, desahogos, halones de oreja públicos a quien se los mereciera, combates dialécticos, intimidades confesables y un largo etcétera. En seis años y cuatro meses publicó 966 entradas, a un promedio de tres por semana; se dice pronto, pero son cifras que intuyo inalcanzables para ningún otro blog de autor –repito: de autor– de los que se escriben en El Salvador. Los suyos, además, tenían la virtud de ser post sustanciosos, que invitaban al debate y a la discusión; prueba de ello es el torrente de comentarios que generaban, y que Rafa tenía la sana costumbre de responder o matizar, algunos de forma tan extensa que empequeñecían el post original.


En lo particular, y gracias a esa herramienta maravillosa llamada Google Reader –que avisa de inmediato de las actualizaciones–, me acostumbré en los últimos años a leer sus entradas apenas Rafa las subía a la red, y no pocas veces me animé a comentárselas. Recuerdo una, en febrero de 2009, en la que nos contó las vueltas que dio para comprar un carro, un minúsculo Chery QQ de fabricación china, blanco y reluciente como una refrigeradora nueva, con "tacómetro", con "vidrios mecánicos" y con un motor de apenas 800 centímetros cúbicos. Además de por el entusiasmo que logró transmitir, supongo que esa entrada me gustó sobremanera porque ese carrito era –en tamaño, forma y prestaciones– muy parecido al Daewoo Matiz de segunda mano que, a costa de endeudarme con el periódico para el que trabajaba, yo compré a los siete meses de haber llegado a El Salvador. 



Otro post entrañable es uno que tituló Por qué no me muero, que empezaba así: “Algunos de mis estúpidos favoritos (machos y hembras) me preguntan de tarde en tarde que por qué no me muero, que si ya me morí y cosas por el estilo”.

A Rafa para entonces ya lo habían operado de emergencia, operaciones que por cierto le impidieron actualizar el blog por una temporada. Los estúpidos a los que se refería eran un pequeño coro de internautas dogmáticos que lo acompañaron casi desde el nacimiento del blog, de esos que tienen a bien expresar su complejo de inferioridad mediante comentarios ofensivos y anónimos, y que Rafa ni siquiera se tomaba la molestia en censurar. “No me muero porque no me ronca la gana, así de simple. Cuando cambie de opinión lo leerán en los periódicos”, les respondió ese día.

Otro día le dio por compartirnos sus recuerdos sobre una procesión a la que involuntariamente asistió en Puebla, México, en la que una multitud paseaba las reliquias de Santa Columba. Que en los días previos hubiera ocurrido algo muy parecido en El Salvador con los restos de San Juan Bosco motivó un intercambio de pareceres.

Y así, casi mil.

Un matiz que creo necesario: mi limitada pero peculiar relación con Rafa no se limitó a Tribulaciones y Asteriscos. Supe de él y de su obra antes, prácticamente desde que llegué a El Salvador en septiembre de 2001. Lo recuerdo como una de las firmas poderosas de Vértice, el suplemento dominical de El Diario de Hoy, que por aquel entonces editaba José Luis Sanz. Bastantes años después, a inicios de 2008, con el blog ya en plena ebullición, fue precisamente Sanz quien me sugirió a Rafa como la persona ideal para escribir una página de opinión en Séptimo Sentido, la revista de La Prensa Gráfica que por aquel entonces estábamos armando. Me pareció una gran idea. Se lo propuse a Rafa y aceptó gustoso, entusiasmado diría, pero a última hora alguien en las alturas del periódico se opuso sin dar explicaciones, y los lectores de Séptimo Sentido se perdieron la oportunidad de disfrutar de un buen puñado de artículos de un gran escritor salvadoreño, uno de los mejores, ácido y propositivo como pocos. Cuando con mucha pena lo telefoneé para explicarle la absurda decisión, me dijo que no me preocupara, que se sabía alguien que creaba anticuerpos en distintas esferas. El no alineamiento político tiene un costo en El Salvador.

La última vez que platiqué con Rafa creo que fue en octubre de 2010, medio año antes de su muerte. Lo busqué porque acababa de leer su libro Tiempos de locura (Índole Editores, San Salvador, 2008) y me pareció una fuente idónea para un pequeño reportaje que debía escribir sobre el 30º aniversario de la creación del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN). Me atendió amable, como siempre, como en cada una de nuestras pláticas por teléfono o de nuestros encuentros virtuales en Tribulaciones y Asteriscos.

Pero a pesar de todos estos intercambios, no recuerdo haber estrechado nunca la mano de Rafa, ni habernos sentado a tomar un café. He de confesar que me extrañó cuando Krisma Mancía, su pareja al momento de su fallecimiento, me pidió que escribiera sobre él, habiendo tantas otras personas que mantuvieron una relación mucho más íntima y estrecha. Ella sabrá. Lo más que me animé es a juntar este puñado de párrafos sobre lo que más me unía a él: su blog.

Su lucidez se echa en falta en Internet.

La última entrada que escribió se la dedicó a sus hijos, y está fechada el 25 de febrero de 2011. Desde entonces, silencio. Quizá esa era la idea original de Rafa. De alguna manera algo dejó entrever en aquel primer post escrito el 4 de noviembre de 2004, el que comenzaba describiendo su camisa, sus canas y su vieja computadora, y que terminaba con unas palabras que hoy suenan premonitorias: “Y, en fin, la vida continúa, como ha venido continuando desde hace 45 años y como continuará durante un tiempo indeterminado, pero cierto”.

Adiós, Rafa, gracias por todo.

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(Este artículo se publicó originalmente bajo el título Un bloguero excepcional en la edición #23 de Istmo, la revista virtual de estudios literarios y culturales centroamericanos. Forma parte de un compendio de artículos  de distintos autores sobre el genial escritor salvadoreño)

1 comentario:

  1. Recuerdo especialmente un post que comentaste (corrígeme si me equivoco) sobre un apartamento que rentaba Rafael y en el cual recibía postales dirigidas a Arjona. Sin duda, Rafa supo cómo iniciar todo lo que hacía y cómo terminarlo. Incluso supo ponerle final a su blog, y, sí, se murió cuando le roncó la gana, en medio de sus familiares y amigos, en su cama.

    Si debo destacar algo en Rafa fue su modo de compartir lo que sabía, la facilidad conque te escuchaba, su capacidad de observar. Rafa deja un vacío muy grande en las letras salvadoreñas. Un espacio que, todos los que lo quisimos y conocimos, sabremos cómo llenar.

    Abrazos.

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