martes, 20 de diciembre de 2011

Veintisiete cuentos peregrinos

Esta mañana he dado por terminada mi lectura de Doce cuentos peregrinos, una de las obras más redondas de Gabriel García Márquez, que no es decir poco. La ruptura tenía que ser así: una decisión firme, tajante, porque he de admitir que no veía otra forma de escaparme del libro.

Me explico: Doce cuentos peregrinos lo compré a finales de 2008 en una espaciosa y muy recomendable librería del centro de San José. Creo recordar que para mi regreso a San Salvador ya le había entrado a La luz es como el agua, una historia tan increíble que cuesta no creerla. Los tres años entre este libro y yo, hasta esta ventosa mañana de diciembre, han sido como la relación de dos amantes de ciudades lejanas: se han alternado días de tórrida pasión con temporadas de silencios imperdonables. Yo tengo un defecto-virtud con la literatura. Salvo las excepciones que a uno lo marcan de por vida, las escenas y los personajes de cuanto leo se borran con rapidez de mi memoria. Me sucede lo mismo con el cine. La consecuencia de esta realidad es que puedo releer un libro –o ver una película– a los pocos meses de haberlo disfrutado, y casi con total seguridad volverá a cautivarme y a sorprenderme. Por eso los 12 cuentos de Gabo se han convertido en 23, en 27, en 31, ¿quién sabe ya? Podría, de hecho, seguir releyéndolos, porque el maestro tiene la virtud de la metáfora idónea, del adjetivo perfecto, y eso nunca cansa, pero esta mañana he decidido dar por terminado este romance tras la segunda o tercera relectura de Buen viaje, señor presidente.

Un cuento como La santa debería ser materia obligada en todo taller o curso de periodismo narrativo. ¿Un cuento de ficción para mejorar el periodismo? Pues sí.

El breve prólogo de la obra, escrito por el propio Gabo y fechado en abril de 1992 en Cartagena, es una pieza digna de ser leída y releída hasta el cansancio. Me quedo y les comparto ahora con una reflexión recogida en el último párrafo:
Siempre he creído que toda versión de un cuento es mejor que la anterior. ¿Cómo saber entonces cuál deber ser la última? Es un secreto del oficio que no obedece a las leyes de la inteligencia sino a la magia de los instintos, como sabe la cocinera cuándo está la sopa.
Con la crónica periodística de largo aliento –me atrevo a apostillar al gran maestro– sucede algo parecido. Lástima que en estos tiempos lo que más abunda en los diarios y en las revistas sean las Maruchán.
---
P.D. Creo que ya va siendo hora de releer Cien años de soledad. Ya ha llovido demasiado desde mi primer año en la universidad. Macondo se llamaba el pueblo, ¿no?


Fotografía. Roberto Valencia

2 comentarios:

  1. Este libro tiene una especial importancia en mi vida, te la contaré seguro un día. Gracias por darme ganas de irlo a buscar en mi librera olvidada para releerlo y retomar el romance con él

    ResponderEliminar

Related Posts with Thumbnails