miércoles, 29 de diciembre de 2010

... y cien (génesis de Crónicas guanacas)

Tengo que improvisar algo. Hace ya unos días que me comprometí con los responsables de El Faro, Jorge Simán y Carlos Dada, a enviarles un documento más formal sobre una idea que días atrás les había comentado: mi deseo de iniciar un blog que quepa en su periódico. Si tienen un proyecto estructurado, quizá alguna institución lo quiera financiar, me habían animado. Por eso ahora, 2 de octubre de 2009, me siento frente a mi vieja computadora para intentar dar forma a algo que no la tiene. Por ahora no sé en qué terminará esto, si tendrá continuidad o si será uno de esos blogs que arrancan con fuerza pero que solo tienen gasolina para unas pocas semanas. Desde que renuncié a La Prensa Gráfica, hace poco más de tres meses, la idea me ronda en la cabeza, convencido como estoy de que en El Salvador hay blogs de muchos colores y sabores, pero la inmensa mayoría son de carácter eminentemente político-partidario, se dedican a reproducir otras informaciones o tienen vocación de diario personal público. En otras palabras, demasiada opinión, pero poca información y/o interpretación.

Comienzo a escribir. 

No creo necesario tener que explicitar el papel que internet tiene ya en la sociedad mundial en general, y en la salvadoreña en particular. Pese a quien pese, esta herramienta se ha vuelto indispensable en… 
En poco más de un cuarto de hora escribo dos hojas Word con algunas pinceladas de lo que terminará llamándose Crónicas guanacas, con ideas tan generales que rozan la vaguedad. Pero hay un apartado se titula así: ¿Qué cabría en este blog?
La idea general es que los lectores tengan una manera de “vivir” situaciones y lugares en apariencia comunes pero que no todos vivimos. Sin meditarlo mucho, algunas de esas situaciones que se me ocurre que podrían convertirse en entradas del blog son una visita a un museo, un almuerzo en el centro de San Salvador, una tarde en Panchimalco, una noche en la sala de emergencias de un hospital, una conferencia de prensa del presidente, el zoológico, cualquier evento cultural, la cola para realizar un trámite burocrático, un viaje en bus, un… Son miles de escenas sobre las que se puede escribir y reflexionar, pero con una condición insalvable, y esta es que el autor presente información apegada a las estrictas reglas del periodismo, pero eso sí, desde un punto de vista muy personal y ameno. Reporteo y mirada a partes iguales. En definitiva, la idea es que el lector salvadoreño –y también el no salvadoreño– conozca mejor la idiosincrasia del país a través de este blog. 
Una vez terminado, el documento se lo enviaré hoy mismo a los responsables de El Faro, y a los días recibiré como respuesta que no es posible obtener financiamiento para un proyecto como este en esta coyuntura de crisis. Aun así, Crónicas guanacas nacerá el 5 de noviembre, pero lo hará, como dicen por ahí, por amor al arte, robándole horas al sueño. Quién sabe, quizá algún día este esfuerzo acumule 100 entradas.


viernes, 24 de diciembre de 2010

Memorables

De la Nochebuena del año pasado sé que hubo un árbol encendido y enclenque reflejado en el gran espejo de la sala, hubo el calor propio del Trópico, hubo pólvora ruidosa iluminando el cielo, hubo humo blanco sobre la ciudad, mi esposa Iris embarazada de ocho meses y medio, y mi hija Alejandra a 18 días de su nacimiento, hubo también la cena austera por principios, hubo besos, hubo pláticas transatlánticas vía Skype, hubo mil detalles, mil palabras… Sé que hubo todo eso aunque es un día que se borró de mi memoria. Todo lo que sé que hubo son nomás reconstrucciones mentales basadas en la lógica y en la matemática. Bien dicen que la memoria es selectiva, y que parece que solo selecciona lo realmente importante.

—Iris, ¿y dónde pasamos la Nochebuena pasada? –le he preguntado hace unos minutos.
—Yo creo que en la casa, los dos solos, estoy más que segura –me ha respondido después de darle no pocas vueltas.

Parece que la cena del 24 de diciembre de 2009 no fue ni más ni menos memorable que las del 12 de marzo o la del 9 de septiembre. A ver hoy.


Fotografía: www.depsicologia.com

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Carta de despedida de un marero


De un tiempo a esta parte Centroamérica en general, y El Salvador en particular, aparecen irremediablemente amarrados al fenómeno de las maras. Cuando uno viaja fuera de la región, raro es toparse con alguien que sepa qué son las pupusas o quién es Monseñor Romero, y más raro es hallar alguno que conozca la bahía de Jiquilisco o el volcán de Izalco. Pero las maras, un fenómeno importado desde Estados Unidos hace poco más de 20 años, se han convertido en la tarjeta de presentación.

Paradójicamente, sobre las maras, algo me atrevo a calificar como el principal problema de seguridad pública, se sabe muy poco en El Salvador. Se conocen, obvio, las consecuencias: los asesinatos, los descuartizamientos, las extorsiones las violaciones múltiples… Son un fenómeno mediático, pero ni las autoridades ni los académicos ni los investigadores ni mucho menos los periodistas conocen cómo son realmente las pandillas. En parte, por su constante evolución, pero también porque los acercamientos a los pandilleros son, cuando los hay, cargados de prejuicios a favor o en contra.

Esta carta de despedida escrita por un pandillero de la Mara Salvatrucha llegó a manos de las autoridades salvadoreñas hace algunos años ya. Es relativamente vieja, de julio de 2006, pero creo que ilustra el tipo de relaciones que hay al interior de esta agrupación. La transcribo literalmente.
Carta para los hommis caidos en la guerra de pandillas Tengo que partir por circunstancias de mi destino que escogí, por la verdadera inspiración, lealtad y voluntad de haber querido siempre formar parte de los ideales y la gran cultura de este Barrio Grande, el cual me enseño mucho y me dio lo que siempre quise desde niño.
El querer tener una forma controversial de vida y respeto el cual no me puedo dar Yo solo sino que hoy, lastimosamente he tenido que dejarlo Carnalitos de este mundo, llamado por siempre para mi, “La Mara Salvatrucha”, serán ustedes los que le darán el valor a mi memoria y a la de muchos que hemos tenido que viajar a la Eternidad.
Gracias por permitirme vivir y compartir dentro de este gran sistema que para mí siempre fue mi Vida…. Hoy que he tenido que tomar este viaje sin retorno les pido que: sigan con el trabajo que siempre hemos hecho de poner en alto esas dos grandes letras MS, y decirles que siempre tengan en su corazón y su mente que no importa el país de donde seamos sino lo que sentimos por este gran imperio que siempre será mas grande por que en nuestro Barrio no existen fronteras, sino igualdad en nuestra cultura y esperaremos siempre lo que el tiempo nos permita seguir haciendo sean ustedes los que hoy en día tengan que luchar por la subsistencia de esta gran Pandilla cumpliendo con su deber y obligación de todo HOMEBOY de la BIG MARA SALVATRUCHA… Por siempre…­……………
He tenido que dejarlos, por un corto tiempo, pero no quisiera ver trsitezas entre ustedes, ni que derramen lagrimas por mi, ni que abracen esta pena por muchos años; al contrario, empiecen sus vidas de nuevo, pero con valentía y con una sonrisa. Y por mi memoria y en mi nombre, vivan sus vidas y hagan todas las cosas como deben de ser. No quisieran que alimentaran esta soledad con días vacíos, sino que llenen cada hora que estén despiertos con actos útiles en bien de sus vidas. Den su mano para ayudar, consolar y animar; y yo en cambio les ayudare y estaré siempre muy cerca de ustedes. Y nunca, nunca tengan miedo de morir, pues yo estaré esperando por ustedes en el cielo.
La Mara Salvatrucha por siempre… El Salvador. (el HomeBoy de ACLS)Recuerdo de sus homeboys de la Mara Salvatrucha Ahuachapan El Salvador20 de julio de 2006.
Fanatismo, hermandad, lealtad ciega, solidaridad y apego mínimo a la vida. Un cóctel explosivo. El ejército perfecto. ¿Qué ocurriría si, como ya anuncian algunas voces, el narcotráfico absorbiera a las maras? ¿Es siquiera posible esa simbiosis?

Fotografía: Roberto Valencia

viernes, 17 de diciembre de 2010

La licenciada Girón Palma


La bachiller dejará de serlo en minutos, pasará de graduanda a graduada, de Bach. a Licda., una etiqueta que de por sí tiene una connotación especial en este país, pero que en este caso viene acentuada por la historia personal de la protagonista de este relato, porque más que licenciarse en Trabajo social, Iris Esmeralda Girón Palma recibirá hoy una licenciatura en Querer es poder.

Es viernes, 24 de septiembre de 2010, y falta poco para las 3 de la tarde. El auditorium Fepade acoge a unas pocas docenas de egresados de distintas facultades de la Universidad Doctor Andrés Bello. Casi todos han recibido ya su investidura académica, pero la bachiller Girón Palma es de la últimas y aún espera su turno al pie de las escaleras. Viste negro riguroso, como manda la tradición, con zapatos de medio tacón y vestido de dos piezas: manga corta arriba y falda hasta la rodilla. Aplaude cuando nombran por megafonía a la joven que la precede, consciente de que en poco más que un chasquido ella será la efímera protagonista del evento.

Conozco a la bachiller Girón Palma desde antes incluso de que fuera bachiller. Se cruzó en mi vida cuando tenía 18 años y repartía cervezas y sonrisas en un bar de San Salvador llamado Les 3 Diables, el mejor antro que he conocido jamás. La suya no ha sido una vida sencilla: su padre murió al poco de nacer, el pisto siempre escaseó y desde niña tuvo que compaginar trabajo y estudios. Allá por 2002 vivía en una comunidad de la colonia Zacamil de Mejicanos, un entorno que se tragó a muchos de sus compañeros en el Instituto Nacional Alberto Masferrer: maternidad precoz, maras, fracaso escolar… Pero ella siempre quiso algo más, por eso el simbolismo que siempre le dio a obtener su título, no porque lo necesite –desde hace años trabaja como trabajadora social, valga la redundancia, y lo hace muy bien–, sino por lo que representa lograr una meta trazada. Quizá alguien logre entender esto que me resulta tan difícil de expresar con palabras.

—¡Iris Esmeralda Girón Palma! –gritan por megafonía.

La bachiller sube los cinco escalones con sonrisa radiante y melena al viento, da un apretón fugaz, y desciende por el otro extremo con su gran cartón en las manos. La detienen para una fotografía y regresa a su asiento en la segunda fila, para la juramentación. Aún resuenan las palabras grandilocuentes que el rector, Tulio Magaña, ha dicho hace unos minutos: “Ustedes no van a buscar caminos, sino que van a hacer caminos” y “El país está necesitado de ustedes”, más propias para una graduación en Stanford que en la Andrés Bello. Consciente –quizá como pocos en esta sala– del país del que forma parte, a la bachiller Girón Palma no le va tanta palabrería gratuita; tampoco le entusiasmará el discurso ofensivamente religioso de la alumna con mejores calificaciones. Pero nada de eso enturbiará su satisfacción.

Ahora todos se ponen de pie.

—¿Juran blablabla…
—Sí, juramos –responden a coro.

Y hoy sí. Esa persona que sonríe igual que cuando la conocí es toda una licenciada, la licenciada Girón Palma.


Fotografía: Roberto Valencia

domingo, 12 de diciembre de 2010

Así amenazamos a Monseñor Romero (III)

Primeras semanas de 1979, días aciagos en El Salvador. La represión estatal ha alcanzado niveles nunca antes conocidos por esta generación, y la creciente organización de la izquierda revolucionaria se traduce en acciones cada vez más desestabilizadoras. Paradójicamente, mientras en el país se impone el odio, el Parlamento británico ha hecho pública en noviembre del año pasado su propuesta para que un salvadoreño, Monseñor Óscar Arnulfo Romero, reciba el Premio Nobel de la Paz.

Pero ni eso lo está librando de las amenazas de los escuadrones de la muerte, los grupos “ligados a estructuras estatales por participación activa o por tolerancia” que alcanzaron un control de tal naturaleza que sobrepasó los niveles de fenómeno aislado “para convertirse en instrumento de terror y de práctica sistemática de eliminación física de opositores políticos”, dirá el informe de la Comisión de la Verdad cuando termine la guerra. A Monseñor Romero, de hecho, lo asesinará un escuadrón de la muerte, el encabezado por Roberto d’Aubuisson, un siniestro personaje a quien tres décadas después todavía cientos de miles de salvadoreños le rendirán pleitesía con su voto. ¿Se puede idolatrar a la persona que mandó asesinar a un Nobel de la Paz en potencia? En El Salvador... (Este relato puede leerlo completo pulsando aquí)

Fotografía: Roberto Valencia

lunes, 6 de diciembre de 2010

Esmeralda y la leche materna

El mensaje ahora está impreso con letras generosas en todos los botes: “AVISO IMPORTANTE: LA LECHE MATERNA ES EL MEJOR ALIMENTO PARA EL LACTANTE. La práctica de la lactancia estimulará en su bebé el deseo de seguir siendo amamantado, siendo este el método más higiénico”. Pero no siempre fue así. Es más, al menos acá, en El Salvador, hubo un largo y no tan lejano tiempo en el que el sistema de salud público recomendaba la leche en polvo sobre la materna.

Yo me acabo de enterar. Me lo ha contado Esmeralda García, una persona sencilla pero plena de esa sabiduría que solo se adquiere en el campo. Vive en el área rural, en un cantón llamado El Espinal, municipio de San Rafael Cedros, a tres cuartos de hora de la capital. Ella lava y plancha ajeno en un par de casas un par de días por semana, y los poco más de 120 dólares mensuales que gana son el ingreso más constante del hogar. Su esposo es agricultor, pero no es propietario; siembra en tierra ajena maíz y frijol, y chilipuca y pipián cuando la humedad aguanta, pero la parcela que alquilan apenas alcanza para el consumo familiar. Esmeralda tiene 52 años y es abuela, pero el grueso de lo que sabe sobre lactantes y leches se lo ha contado su... (Este relato puede leerlo completo pulsando aquí

Fotografía: Roberto Valencia

viernes, 3 de diciembre de 2010

Testigo del rencuentro entre Boff y Sobrino

Jon Sobrino está vivo por saber hablar la lengua del imperio.

La primera ocasión que hablamos fue el 24 de marzo de 2008. Sobrino entonces ni siquiera sabía que alguien llevaba tiempo siguiéndolo para este perfil. Aquella resultó una conversación imprevista, fugaz, recelosa y a tres bandas. El tercer interlocutor era Leonardo Boff, teólogo brasileño que se encontraba de visita en el país y me había aceptado una entrevista. Él es otro referente mundial de la Teología de la Liberación, la doctrina que la jerarquía católica en general, y Ratzinger en particular, se empeñó en liquidar. Boff, franciscano hasta entonces, terminó colgando los hábitos.

Aquella mañana de marzo, aniversario del asesinato de Monseñor Romero, entrevistado y entrevistador estábamos sentados en unos sofás que hay en el hall del Hotel Beverly Hills, en Antiguo Cuscatlán. Boff me contaba el mal que el neoliberalismo hace al mundo.

—¿No bastaría con hacer reformas al sistema? –pregunté. —Si limamos los dientes del lobo, ¿desaparecerá su voracidad? No, porque el lobo es voraz por sí mismo. Lo mismo ocurre con el sistema neoliberal, que es malo para la humanidad, porque excluye a casi dos tercios del mundo...

Un taxi se paró en ese momento frente a la entrada del hotel. De él bajó Sobrino. El rencuentro lo habían fijado para después de la entrevista, pero Sobrino, fiel a sí mismo, se adelantó. Cruzó la puerta de vidrio con un portafolios de cuero marrón bajo el brazo, se acercó despacio, casi arrastrando los pies. Vestía sencillo: pantalón, una chaqueta sobre la camisa y zapatos negros. Apenas lo reconoció, Boff se levantó y salió a su encuentro.

—¡Caro Leonardo! ¡Caro Leonardo!

Los dos tienen la misma edad, estudiaron en Alemania e intimaron cuando en los ochenta participaron en un proyecto que pretendía sistematizar en 50 tomos toda la Teología de la Liberación. La iniciativa no se pudo finalizar por las trabas que puso el Vaticano. Pero además les une un vínculo especial. Cuando en la madrugada del 16 de noviembre de 1989 ocurrió la masacre de seis jesuitas en la Universidad Centroamericana (UCA) a manos del Ejército salvadoreño, Sobrino estaba fuera del país. Eso le salvó. La orden que tenían los militares era no dejar testigos. Uno de los cadáveres, el del padre Juan Ramón Moreno, apareció en la habitación de Sobrino. Pero él estaba en Tailandia. Lo habían invitado para impartir un curso sobre Cristología en inglés, la lengua de lo que él llama el imperio. Ese curso lo iba a dar Boff, pero tuvo que rechazarlo. “En la invitación pedían inglés, yo no lo podía bien, y les dije a los organizadores que invitaran a Jon Sobrino, que acababa de escribir un libro muy bueno”.

El rencuentro entre los dos teólogos fue cordial. Sonrisas y abrazo. Intercambiaron unas pocas palabras inaudibles.

—Te veo, te veo, te veo –elevó el tono Sobrino, mirando con descaro la panza de Boff– Los ojos, eso no has cambiado. La vivacidad... y estás aquí.
—Termino aquí –dijo, señalándome–, porque quiero hablar mucho contigo, Jon... Ah, Jon, este periodista me ha dicho que va a tu misa.
—¿Perdón?
—Que él va a tu misa.
—Yo llego a la iglesia de El Carmen, padre –no era el plan original, pero tuve que intervenir.
—Ah, no me digas.
—Ayer llegué.
—¿Ayer a las 11?

Su misa había sido a las 8 de la mañana, y supuse que me estaba probando. Meses después quise saber si la suposición era acertada, pero me dijo que no recordaba haberme visto nunca. Su memoria en verdad es mala para rostros y nombres. Hablamos un poco más, apenas un par de minutos. Sobrino se retiró para poder concluir la entrevista: “Sigan, sigan...”

—¿Mucho tiempo sin verse? –pregunté a Boff.
—Sí, muchos años, más de 10.


Fotografía: Víctor Peña
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(Este relato forma parte del perfil sobre Jon Sobrino publicado en Séptimo Sentido, la revista dominical del diario salvadoreño La Prensa Gráfica, y en Revista C, la revista del diario argentino Crítica)
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