miércoles, 17 de noviembre de 2010

Anónimo

Martes 16 de noviembre, en torno a las 3:10 p.m., hora salvadoreña. Después de leer uno de mis artículos y de sentirse agredido por lo que en él se dice, Anónimo se siente mal y cree que la afrenta no puede quedar así. Piensa en cómo desquitarse. Me conoce. Anónimo y yo hemos trabajado juntos, seguramente en el diario salvadoreño La Prensa Gráfica, pero no tiene el valor suficiente para firmar lo que piensa. Herido en su orgullo, escribe un comentario, lo repasa varias veces al punto de que casi logra dejarlo sin errores de concordancia o puntuación, y a las 3:20 p.m. presiona satisfecho el botón de Enviar. 

Me causa mucha tristeza los comentarios del señor Valencia, ahora colaborador de este periódico español, proeza que logró gracias a su paso por las redacciones de los medios salvadoreños a los que ahora crítica tan férreamente. Obviamente, su nuevo trabajo lo ha logrado por la coyuntura y el lugar en el que se encuentra y no su calidad. Lamento terriblemente que haya aprendido lo que tanto crítica, a meter como lo hacemos la gran mayoría de los salvadoreños "a todos adentro del mismo saco". No todos los salvadoreños celebramos la muerte de estos jóvenes criminales y no creo que usted, quien critica tanto a los medios salvadoreños copie el mismo método de los que venden noticias basura a los canales estadounidenses a costa de lo que tanta amargura le causa. Su espejo está tan empañado en su apuesta de redentor que no ha visto que le está vendiendo la misma basura, con otra perspectiva y lenguaje a sus "colegas" españoles, ibéricos o, perdón, vascos. 

Anónimo reacciona así a un artículo titulado Un país que celebra sus tragedias, publicado tres días atrás en el blog Crónicas desde Centroamérica, albergado en la web del diario español El Mundo. El texto que originó su reacción no era más que una reflexión en voz alta sobre la violencia que carcome a la sociedad salvadoreña y sobre cómo esa violencia permea también en el comportamiento de nosotros, los periodistas, y en nuestra manera de hacer coberturas, muchas veces carente de ética. El detonante de mi reflexión fue la indisimulada satisfacción con la que, en general, el país recibió la noticia del incendio que ha costado ya la vida a 26 pandilleros en el penal de Ilobasco. A Anónimo parece que no le gustaron mis palabras, algo lógico porque para eso uno se expone en el escaparate y nadie es monedita de oro, pero me temo que lo que le movió a escribir no fue una discrepancia sana. Vamos por partes. 

Anónimo me conoce pero yo no sé quién es: sé que es alguien que trabajó cerca de mí, que se cree un buen periodista, que se las puede todas, obviamente sé también que es un cobarde, y poco más. Por esa cercanía, Anónimo sabe muy bien que mis críticas a los medios salvadoreños y mis señalamientos de las carencias que los periodistas tenemos como gremio no son algo nuevo en mi discurso, como quiere vendernos, sino que las he señalado, con mayor o menor acierto, desde que llegué a El Salvador hace ya una década y en infinidad de situaciones y lugares distintos, y que yo me sé corresponsable de esta situación. Anónimo sabe también que yo sé que no todos los salvadoreños celebraron la masacre –aparece de forma explícita en el texto: “Es una generalización y como tal siempre conlleva excepciones”–, pero sobre esa idea que él inventa apoya su teoría para presentarme como un arribista desagradecido. Anónimo, en definitiva, es alguien conocido, pero ignoro por qué razones aprovechó este artículo para vomitar sus viejos y mal disimulados resentimientos. 

Anónimo (o Anónima), si querías publicidad a tus palabras, acá la tenés, con megafonía. Y ahora que terminés de leer esto, porque sé que lo harás, solo te pido que pensés en tu vida profesional, en lo que cuando tenías 22 años aspirabas a ser y en lo que te has convertido. ¿No te apena querer dar lecciones de ética cuando ni siquiera te atrevés a firmar lo que escribís? Mirate en el espejo; lo dudo, pero quizá estés a tiempo de hacer algo en esta profesión, algo que realmente merezca la pena, de escribir un texto que algún día podás enseñar orgulloso a tus nietos, de serle útil al país y no solo a quien paga tu salario. Pensá, Anónimo, en algo más que tener un plasma o una Toyota Prado, y aprendé a encauzar bien ese resentimiento que te impide ver ojos bonitos en cara ajena, esa envidia que te carcome desde adentro; si no, vas a pasarlo mal en los próximos meses-años. Creeme, Anónimo.

Fotografía: Roberto Valencia

3 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo con usted, Roberto. De hecho, sigo su Blog por que lo conocí en la entrada "Un país que celebra sus tragedias", y me pareció muy bien abordada, lo suficientemente objetiva como para declararse una percepción personal y que, francamente, muchos compartimos. Quien haya interpretado mal el texto, pues lástima por él. Utilizar la libertad de expresión o incluso la profesión para difamar o acusar a quien no corresponde es un claro síntoma de “periodismo amarillista”. Es una pena que algunos busquen el sensacionalismo en vez de proponer un criterio beneficioso a la comunidad de lectores. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Hey, Anónimo y Roberto Valencia, hagan las paces, que sus puntos de vista son opuestos pero complementarios, adecuados para un público salvadoreño tan bipolar. Me gustan los dos y estoy en desacuerdo con los dos. A veces me sumo a Anónimo y otras veces a Valencia. Hey, ¿han pensado en que tal vez haya más de un Anónimo? Firma: Anónimo 33, pero el que ayer celebró tu punto de vista sobre la barbacoa que salió en los medios de comunicación y a la que los caníbales se apuntaron sin invitación para celebrar tan inhumanamente.

    ResponderEliminar
  3. ¡¡Toma!! Ja, ja, ja... No han nada peor que un "X" que se crea "buen periodista"... ¡Y además cobarde!
    Muy bien, Roberto.

    ResponderEliminar

Related Posts with Thumbnails