sábado, 29 de mayo de 2010

Miedo al Barrio

Hay aire acondicionado pero José Heriberto Henríquez no ha dejado de sudar desde que comenzó esta conversación. La tensión se dispara casi al final. Sucede cuando el periodista le pregunta si cree posible que podrá entrevistar también a los pandilleros que sobrevivieron al documental.

—¿Sobrevivieron? Perate, perate; explicame eso. ¿Qué sucede? ¿Están matando también a otros de la película?

José Heriberto Henríquez –42 años, fornido, bigote generoso, cabeza rapada– es Erick Boy, uno de los personajes de La vida loca, el documental sobre maras rodado en el reparto La Campanera que le costó la vida al fotoperiodista francoespañol Christian Poveda. Desde que supo del asesinato del que llama “un amigo”, teme por su propia vida y por la de su familia. Por un momento cree que están ajusticiando –esa es la palabra que utiliza– a todos los que participaron. Se tranquiliza solo cuando el periodista le explica que se refería a los pandilleros que sobrevivieron a los 16 meses de filmación, de febrero de 2006 a mayo de 2007.

Erick Boy no ha podido ver La vida loca. Está encarcelado desde hace más de tres años en un penal de máxima seguridad al que llaman Zacatraz.

—Se dice que en el Barrio 18 creyeron que estaba lucrándose a costa del Barrio.
—Sí, eso es lo que he oído yo también.
—¿Y le das credibilidad?
—Mira, es lógico que él iba a ganar por su trabajo. Todos los periodistas ganan por su trabajo, eso es normal. Ahora, ¿a qué iba enfocado su trabajo? Yo se lo planteé al Barrio como él me lo planteó a mí. Que lo que quería es ver cómo es que la pandilla vivía, cómo sobrevivían y hasta qué punto en realidad la pandilla solo era violencia.

Hasta qué punto solo era violencia, dice.



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(Este relato es una versión modificada de una parte de la entrevista con Erick Boy publicada el 29 de septiembre de 2009 en la web Soitu.es)

jueves, 27 de mayo de 2010

El cambio

Un retrato de dos metros de altura del Che Guevara frente a una puerta de vidrio.

—El mero Che Guevara –comenta al entrar en alta voz un funcionario calvo, gordo y encorbatado.
—El Che Guevara, papá –le responde el guardia de seguridad.

Es una fotografía en blanco y negro, con un Che sonriente y militar. Han pasado casi 42 años desde su muerte, y la sombra del guerrillero no ha hecho sino alargarse más y más. El Che sigue siendo un poderoso reclamo y quizá esa fue la razón que llevó a la editorial Ocean Sur a imprimir su imagen en este banner de dos metros de altura con el que quieren atraer clientela. Junto al Che, una joven coloca libros sobre una mesita de plástico cubierta con una tela verde oscura. Es colocha, delgada y alta para ser salvadoreña. Viste jeans azules y una blusa ajustada que perfila sus poderosos pechos. Llegó hace poco. Saca libros de una caja y los pone sobre la mesa con delicadeza. El Che Guevara y Fidel Castro son los que más se repiten en las portadas, entre títulos como Vidas rebeldes, El Che y la juventud salvadoreña, Che en la memoria de Fidel castro y La revolución cubana. También aparecen sonrisas de personajes de la izquierda salvadoreña como Lorena Peña y Salvador Sánchez Cerén, el actual ministro de Educación. Tras el escaneo visual, agarro Taberna y otros lugares, de Roque Dalton.

—¿Y cuánto cuesta?
—Ahí detrás lo pone.

$12.95. En estos días la militancia tiene un alto precio, pienso.

Por la puerta sigue entrando y saliendo gente, funcionarios encorbatados de camisa blanca la mayoría. Alguno que otro mira la mesa con libros, menos aún se acercan a hojearlos. A un costado, una vieja y oxidada carretilla con una pala encima espera a que alguien quiera trabajar. El retrato del Che Guevara de dos metros de altura no deja de sonreír. Y detrás suyo, la puerta de vidrio con un logo, el logo del Ministerio de Educación. Gobierno de El Salvador, dice. Y en alguno de los despachos del edificio quizá esté el ministro.

lunes, 24 de mayo de 2010

Ocho balazos para el subcomisionado

El subcomisionado Douglas Omar García Funes salió del trabajo un poco antes aquel lunes y llegó temprano a su casa de la colonia San Mateo, en San Salvador. Era el cumpleaños de su madre. Tuvo tiempo de darse una ducha antes de salir de nuevo a la calle. Se puso unos jeans y una camisa sport, agarró el paquete de Marlboro rojo y el encendedor Zippo, y comenzó a caminar hacia su camioneta. Pasaban apenas unos minutos de las 6 de la tarde y aún había claridad.

Unos pasos antes de llegar a su vehículo, donde estaba su pistola, un joven se le atravesó y comenzó a dispararle. Fueron ocho balazos calibre 40 a menos de dos metros de distancia. Dos le dieron: uno leve, en la mano izquierda; y el otro mortal, en la arteria femoral de su pierna izquierda. Se estaba literalmente desangrando cuando llegó el carro patrulla que lo trasladó hasta el Hospital Médico Quirúrgico. Por suerte, uno de los agentes había sido paramédico y le supo hacer el torniquete que le salvó la vida. Durante el traslado perdió el conocimiento.

—Siempre me han preguntado que si vi el túnel, que si vi almas, pero es mentira. Lo que pasa es que vas perdiendo fuerzas, energía, y lo que haces es dormirte.

A la mañana siguiente, a eso de las 9 y media, despertó aturdido. Allí estaba el comisionado Ramírez Medrano, quien le comenzó a hablar de otro atentado: unos aviones acababan de estrellarse contra las Torres Gemelas de Nueva York. La anestesia no le dejó digerir bien la noticia. Pronto cayó en la cuenta de que lo habían disparado y de que seguía vivo. Fue con el pasar del tiempo que supo que aquel joven que lo quiso acribillar en la San Mateo se llama Luis Alonso García, el “Rata”, y que es un pandillero de la Mara Salvatrucha.



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(Esta escena es parte de una entrevista con Douglas Omar García Funes, hoy comisionado de la Policía Nacional Civil, publicada en noviembre de 2009 en la revista Séptimo Sentido.)

jueves, 20 de mayo de 2010

Estrategias de venta (separadores)

La unidad de la ruta 41-D se detiene. Son la 4:40 de la tarde y suena a volumen infernal Ella se fue, de Segundo Rosero. Esta es una de las paradas en la urbanización Prados de Venecia, en Soyapango. Un joven se asoma, pide permiso al conductor con un gesto y salta el torno tras la aprobación. El bus se pone en marcha. Viste jersey marrón con finas rayas blancas horizontales, jeans azules y sucios, y carga al hombro un pequeño morral cuadriculado. Lo abre, saca un manojo de cartulinitas blancas y brillantes que tienen amarrada una pita amarilla. Entrega una a los que se dejan. Regresa a la parte delantera y empieza a gritar.

—Bueno miren, señores, tengan todos y cada uno de ustedes amablemente muy buenas tardes, que el Señor Dios Todopoderoso me les bendiga. Espero primeramente no incomodar a nadie, ni con mis palabras ni mucho menos con mi presencia. Dice un dicho que todo trabajo, mientras sea honrado, es bueno delante de los ojos de Dios, siendo merecedor de su salario, por muy sencillo que sea el trabajo. En esta oportunidad, pues le doy gracias a Dios, por la oportunidad que me da de poder trabajar, ganarme la vida honradamente, y hoy, pues ando de esta manera, ofreciendo este bonito separador, un separador muy bonito que le trae un texto bíblico. ¿Sabe, mi estimado, cuánto le cuesta? ¿Cuál es el precio? ¿Le ha gustado el separador que le he entregad? ¿Usted se pregunta cuánto cuesta? El costo y el valor lo pone usted, usted considera el precio, da lo que sea su voluntad, lo que más desee su corazón regalar, no importa el valor de la moneda, todo y cuando lo haga de corazón. Óigame mi estimado, de esta manera me gano la vida honradamente, si usted puede colaborar y ayudar, yo le voy a agradecer, que Dios les bendiga, que les vaya muy bien, un feliz viaje les deseo, a todos ustedes.

Un minuto y 27 segundos. El joven recorre de nuevo la unidad y se sienta al fondo. No parece muy contento.




lunes, 17 de mayo de 2010

¡Vive para contarlo!

Los estadios de fútbol son un concentradero, entre otras cosas, de anuncios publicitarios. En todo el mundo y desde tiempos casi inmemoriales, los publicistas han creído ser capaces de lograr que el espectador desvíe su atención del balón y la centre en el anuncio de la marca que les paga sus vicios. El Salvador no es excepción, y en el Estadio Cuscatlán esta tarde me están ofreciendo pan de caja Bimbo, el diario deportivo que lo hace todo por deporte, los huevos El Granjero, el diseño y la calidad que solo me ofrece la cerámica Romani, un futuro si me inscribo en la Universidad Francisco Gavidia, Telepizza, trofeos Torogoz, Gatorade y la infaltable y omnipresente cerveza Pílsener. Por cierto, dicen las malas lenguas, que casi siempre son las mejor informadas, que la espantosa combinación del amarillo y el rojo que singulariza este estadio fue una cabezonería de Pílsener.

Adidas, Nike, Microsoft o Toyota parecen no tener mucha fe en el fútbol salvadoreño como escaparate.

En la cancha se está jugando el juego de vuelta de la semifinal del Torneo Clausura 2010: Firpo contra Isidro Metapán. Salvo un pequeño sector donde está ubicada la barra brava de Firpo en Sol general –también llamado Vietnam–, el estadio luce desolado. Las entradas para el partido, que es el último antes de la final de la Primera División, costaban entre 5 y 20 dólares, y aun así no creo que haya más de 3.000 personas en un estadio en el que la empresa propietaria calcula que podrían embutirse más de 50.000.

El Salvador y su fútbol no viven un momento dulce. La selección no asiste a un Mundial desde 1982, donde cosechó ante Hungría la derrota más abultada jamás habida en una fase final; los periódicos locales se interesan más en la Liga española que en la propia; su mejor jugador –el genial Jorge “Mágico” González– es hoy más recordado por su estilo de vida bohemio que por sus goles; entre los “éxitos” más recientes de sus jugadores está que uno haya sido fichado por un equipo de Chipre; y la última, un embrollo jurídico ha hecho que la FIFA desconozca al menos por un mes todo el fútbol salvadoreño.

No creo que haya pagado mucho Huevos El Granjero por su modesto cartel en la parte más alta de los palcos privados, ni tampoco Condones Vive por alquilar la voz que se escucha por megafonía unos minutos después de cada gol. Como ahora, que Firpo acaba de marcar el empate.

—La repetición del gol es una cortesía de Condones Vive, ¡vive para contarlo!

Parafraseando la vieja frase atribuida a Hegel que asegura que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen, el fútbol salvadoreño debe tener los comerciales que se merece.


viernes, 14 de mayo de 2010

¿A usted no le han dicho que tiene sida?

El hospital donde pasó todo está muerto.

Corrían los últimos días de 1996. Triste Navidad aquella. Odir Miranda era entonces un hombre esqueleto –65 libras, 1.78 de altura, 28 años, anónimo– que se retorcía en la cama asignada por el Instituto Salvadoreño del Seguro Social en una habitación compartida de un hospital de San Salvador. Semanas atrás había comenzado a adelgazar de forma inexplicable, pero su mente se resistía a relacionar lo que le estaba viviendo con la palabra sida.

Hasta que la incertidumbre pudo más.

En uno de los cambios de turno llegó una doctora. Rutina. Vio lo que tenía que ver, dio media vuelta, y ya se iba cuando el paciente se animó a preguntarle. Después de varios días hospitalizado, quería conocer el porqué de su deplorable estado de salud. La doctora se volteó y le dijo algo que el paciente aún recuerda. A Odir le gusta recrear conversaciones pasadas.

—Mire, señor Miranda, este… ¿a usted no le han dicho que tiene sida? –dice que le dijo la doctora.
—Pero…
—Sí, usted tiene sida. Lo que vamos a hacer es dentro de unos días darle el alta, y lo vamos a referir a otro médico. Lo que sí le advierto es que el Seguro no tiene medicamentos para controlar esta enfermedad y que no tiene cura.

El jarro de agua fría lo escucharon otros médicos y enfermeras. Lo escucharon otras personas que compartían pabellón pero no patología. Y ese mismo día comenzó a sentir la discriminación y el rechazo. Le marcaron su vaso y sus cubiertos, y hubo pacientes que incluso dejaron de utilizar el baño común.

El hospital donde pasó todo en los últimos días de 1996 es el viejo Hospital de Especialidades. Hoy está muerto. Los terremotos de 2001 lo inutilizaron, y encima hubo que levantar otro; sin embargo, aquel hombre esqueleto que estuvo ingresado va camino de los 41 años y afirma con orgullo que ronda las 180 libras.


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(Este relato es un fragmento de la entrada a una entrevista-perfil con Odir Miranda, presidente de la Asociación Atlacatl Vivo Positivo. Se publicó el 30 de noviembre de 2008 en la revista Séptimo Sentido.)

lunes, 10 de mayo de 2010

Día de la Madre y de La Prensa Gráfica

Hoy es 10 de mayo, es lunes y es el Día de la Madre en Qatar, Pakistán, Malasia y Guatemala. También en El Salvador. Pero hoy es un lunes cualquiera para las progenitoras hondureñas, estadounidenses, chinas o brasileñas; los agasajos ellas los recibieron ayer, el segundo domingo del mes. En Nicaragua el Día de la Madre es el 30 de mayo; en España, el primer domingo del mismo mes; y quienes tienen que esperar hasta el último son las mamás dominicanas. Pero ahí no acaba todo. Fuera de mayo, las madres panameñas tienen su día el 8 de diciembre; las costarricenses, el 15 de agosto; y las rusas, el 8 de marzo.

¿Por qué tanto deschongue?

El pasado de 20 de febrero, sin buscarlo, me di de bruces con un porqué. Fue en el lugar menos esperado, en el Cementerio de los Ilustres de San Salvador, el rinconcito de la capital donde las familias poderosas enterraron y siguen enterrando a los suyos. Uno de los apellidos pesados del país es Dutriz. Son los propietarios, entre otras cosas, de La Prensa Gráfica, el diario más influyente en la agenda nacional, que hoy también celebra casualmente –¿casualmente?– el 95 aniversario de su fundación.

Entre tanto mausoleo, la tumba de los Dutriz se ve apocada. Es apenas una gran losa rectangular de mármol tirada en el suelo, sobre la que están tallados los nombres y las fechas de los fallecidos.

—Como ven, para tener una tumba elegante no necesariamente hay que hacer un gran edificio o un gran mural, sino que se puede tener un mausoleo bonito y sumamente sobrio –dijo megáfono en mano Benjamín Melara, el guía de la visita nocturna.

Aquel día, Melara explicó al grupo por qué en El Salvador el Día de la Madre se celebra el 10 de mayo.

—Uno de los detalles de la familia Dutriz es que la inauguración de La Prensa Gráfica y el cumpleaños de la jefa de la familia en ese entonces eran el 10 de mayo. Entonces, en El Salvador se hizo un concurso para ver qué día se nombraba el Día de la Madre, y la influencia que tuvo la familia Dutriz fue tal que, como por coincidencia, el 10 de mayo se nombró Día de la Madre para los salvadoreños, aunque en la mayoría de los países es el segundo domingo de mayo. ¡Para que vean el poder de los medios!

Todo eso lo dijo Melara aquel día de febrero.

Sea un porqué cierto o no, hoy es el día de las madres salvadoreñas. También lo dice Almacenes Simán. Felicidades a todas. Ídem para las mamás cataríes, las paquistaníes, las malasias y las guatemaltecas.


miércoles, 5 de mayo de 2010

Mágico, un saludito para mi programa

Sonará el himno nacional, anuncia la poderosa voz de la megafonía. Justo en ese momento, como si en ello le fuera la vida, un tipo alto que lleva una videocámara al hombro y un micrófono en su mano derecha se acerca por detrás al más brillante de los futbolistas que ha parido El Salvador: Jorge “Mágico” González. El tipo alto enfoca, graba, pregunta, incordia, encuadra… Lo quiere hacer todo.

—Jorge, ¿qué significa para ti participar en un programa tan importante como Fútbol Forever?
—Significa pues este… agradecimi…

Comienzan las notas del himno nacional.

—Si me disculpás, por las notas del himno... –dice Mágico, como si en realidad tuviera que justificarse.

A Jorge no le gustan los periodistas en general, mucho menos los de este país. Sus razones tendrá. Desde que colgó las botas, han sido contadas las apariciones en eventos masivos, y verlo en un set de televisión sería tan raro como que U2 ofreciera un concierto en San Salvador. Lo que está ocurriendo hoy es una excepción. Convencido por la Fundación Fútbol Forever, Jorge ha llegado al estadio que lleva su nombre. Él y el colombiano Carlos “El Pibe” Valderrama son las estrellas invitadas a un entrenamiento masivo con niños, suficiente como para que se haya formado un enjambre de periodistas, fotógrafos, camarógrafos y personas con teléfonos celulares que atosigarán toda la tarde. A pesar de la animadversión hacia el gremio, Jorge tiene la paciencia muy desarrollada y, cuando decide dejarse ver, acepta las consecuencias. Todas, incluso a los periodistas. Luce paciente como un pescador de caña. Al tipo alto de la cámara y el micro podría haberlo mandado a la mierda, pero lo despidió con amabilidad. Lo mismo hará con los demás.

—El más grande del fútbol salvadoreño, Mago. Para Buena Onda, unas palabras, por favor, Mago –le dirá un gordito micrófono en mano.

—…Y queremos un saludo para Sólo Fútbol, el programa de la afición en la televisión –le pedirá un bigote, también micrófono en mano.

Y cada uno se va con su saludo, orgulloso, como quien ha ganado un premio. Y Mágico, cumplida su cuota de sonrisas falsas y de comentarios vacíos, se recluirá de nuevo en sí mismo. “Hoy será una tarde histórico, maravillosa”, había dicho al inicio la voz de la megafonía. Exageró.



lunes, 3 de mayo de 2010

El aliado de los malos gobernantes

Este champerío es la comunidad El Jabalí-La Meca, pero por acá todos la conocen solo como La Meca. Pertenece a Quezaltepeque y está junto a la autovía que viene desde Sitio del Niño, sobre la lava que el volcán de San Salvador vomitó en 1917. El asentamiento dista no más de cinco minutos en carro del casco urbano quezalteco y un cuarto de hora de la capital del país, pero recorrer esas distancias es como atravesar un agujero en el tiempo: La Meca no tiene servicio de agua potable ni de energía eléctrica ni de recogida de desechos ni letrinas ni está adoquinada ni…

La pipa que llegó esta mañana a La Meca es propiedad de la alcaldía. El agua que dan es poca, pero es buena y es gratis. Ha pasado más de una hora, y el camión debe estar ya terminando su gira. Rosa es pequeña, compacta y tostada. Cuesta creer que tenga solo 24 años. Ha sido una de las primeras en recibir su agua, y hace unos minutos puso unos frijoles al fuego. Su nombre completo, Rosa Amelia Canales, suena a telenovela. Los de sus hijas, Reina Elizabeth y Ruth Esmeralda, a realeza, como si con ellas hubiera pretendido burlar su destino. Le gusta hablar y hablar. Su cocina, por llamarlo de alguna manera, es un barril ubicado fuera de la champa, carcomido por el óxido y abierto por un lado hasta la mitad. Ahí arden unos leños; sobre los leños, una estructura metálica; y sobre la estructura, la cazuela.

Rosa pide a Reina Elizabeth que me ofrezca un mango maduro.

—Los vamos a traer bien lejísimos –dice–, para tenerle algo a las niñas aquí.

A Rosa le gusta hablar y hablar, de cualquier cosa, y menciona a Dios una y otra vez. Dice: “Con la ayuda de Dios salimos adelante”. Dice: “A mi esposo lo tuve bien grave, pero gracias a Dios ya está más o menos”. Dice: “Aquí muere la gente solo por voluntad de Dios”. En El Salvador Dios parece ser el mejor aliado de los malos gobernantes.


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(Este relato es una versión de la crónica titulada "El agua más cara es para el que menos tiene", publicada el 3 de mayo en el periódico digital El Faro)

El agua más cara es para el que menos tiene


El agua es como la salud; solo cuando falta uno cae en la cuenta de su importancia.

El Salvador tiene un serio problema de acceso a agua potable. Lo dice la vivencia periodística y también los sesudos informes de Naciones Unidas, los de las distintas oenegés enraizadas en el país y hasta los apadrinados por el propio Gobierno. Según la gubernamental Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples presentada en junio de 2009, el 21% de los salvadoreños no tiene servicio de agua por cañería. Casi 1.3 millones de salvadoreños. Otra vez: un millón trecientos mil salvadoreños.

Las cifras macro, sin embargo, diluyen las historias micro. Así, para algunos pocos, el problema del agua se resume en no poder renovar la de la piscina con la frecuencia deseada; para algotros, supone que no salga todos los días del año líquido del chorro; para otro grupo, que las horas sin servicio sean más que las horas con; hay para quien el problema es poder cancelar la factura o que la que bebe sea realmente potable; y para los últimos de este listado, juntar unos pocos litros cada día representa una misión de vida. En esta categoría caerían los vecinos de la comunidad El Jabalí-La Meca, en Quezaltepeque.

Irónicamente en lugares como este, donde cualquier descripción de la miseria siempre se quedará corta, es donde el metro cúbico de agua se paga más caro. Salvo cuando llueve, conseguir un galón de agua es más costoso para ellos que para el que no puede llenar la piscina con la frecuencia deseada.

***

—Si quiere ir a mi casa, puede ir; aquí arribita es, para que vaya a ver cómo vivimos.

Su nombre, Rosa Amelia Canales, suena a telenovela. Los de sus hijas, Reina Elizabeth y Ruth Esmeralda, a realeza, como si con ellas hubiera pretendido burlar su destino. Rosa es pequeña, compacta y tostada. Cuesta creer que tenga solo 24 años. Le gusta hablar y hablar. Ahora está junto a un barril vacío que una pipa pronto llenará. El camión no llega hasta su vivienda, el motorista dice que lleva llanta pacha, y ella ha tenido que mover el recipiente hasta la casa de Esteban Arias, un vecino. Aún no son las 9 de la mañana, pero el cielo se está encapotando. Parece que va a llover.

Foto Roberto Valencia.

Este champerío –pedrero lo llamará después el esposo de Rosa– es la comunidad El Jabalí-La Meca, pero por acá todos la conocen solo como La Meca. Pertenece a Quezaltepeque, departamento de La Libertad, y está junto a la autovía que viene desde Sitio del Niño, sobre la lava que el volcán de San Salvador vomitó en 1917. El asentamiento dista no más de cinco minutos en carro del casco urbano quezalteco y un cuarto de hora de la capital del país, pero recorrer esas distancias es como atravesar un agujero en el tiempo: La Meca no tiene servicio de agua potable ni de energía eléctrica ni de recogida de desechos ni letrinas ni está adoquinada. Por no tener, ni siquiera han sido merecedores de la etiqueta de Asentamiento Urbano Precario (AUP) que el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) utilizó en el Mapa de Pobreza Urbana y Exclusión Social 2010. Para los autores del informe, un AUP debe estar compuesto por al menos cincuenta hogares, y en La Meca son en la actualidad treinta y nueve.

—¿Cuál es aquí el problema que más les urge?
—El agua, la luz, las casitas… –dice Rosa, ya en la puerta de su hogar, un montón de láminas ensambladas y oxidadas sobre un esqueleto de troncos, sin ventanas.
—Fíjese que aquí, si me permite explicarle un poquito –se suma Salvador Miranda, el esposo–, nosotros tenemos todos esos problemitas, pero además quisiéramos que nos brindaran la ayuda para dejarnos acá, a vivir aquí. Que nos escrituraran porque aquí…
—¿Quién es el dueño de esto?
—El Estado, el Gobierno… Y el Medio Ambiente lo tiene como una zona protegida.

La Meca se creó cuando expiraba la guerra civil. Muchas familias llevan en estos terrenos de roca oscura sobre los que cuesta caminar veinte años o más, pero esto forma parte del área natural protegida Complejo El Playón. El mismo Estado que permitió que al otro lado de la autovía se construyera un autódromo –El Jabalí– quiere echarlos de aquí. Toda una ironía. En realidad, todo el municipio de Quezaltepeque es una ironía. Tienen una de las tasas de homicidios más altas del país y se han autonombrado Cuna de la Convivencia y la Paz Social. Y lo del agua. Quezaltepeque está sobre algunos de los mantos acuíferos más productivos de El Salvador. De su subsuelo la Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados (ANDA) extrae buena parte del líquido que se consume en el Área Metropolitana de San Salvador, pero al mismo tiempo Quezaltepeque está entre los 169 municipios salvadoreños que tienen al menos el 20% de sus hogares sin siquiera un chorro.

“Nuestras comunidades están sin agua, y allá, en San Salvador, la gente regando el pasto o lavando el carro con el agua de Quezalte”, se queja Nelson Alas, jefe de Servicios Públicos de la alcaldía. De hecho, como municipalidad tuvieron que invertir en la compra de una pipa para abastecer comunidades. Es un envejecido y ruidoso Dongfeng chino de color óxido y con capacidad para transportar seis metros cúbicos de agua. Se mueve como un elefante y tiene un adhesivo que dice Soluciones de Verdad. Hace unos minutos rellenó el barril de Rosa.

El ruidoso Dongfeng es siempre bienvenido en La Meca. Llena los barriles gratis, y eso es un alivio para economías tan precarias. Rosa, Salvador y las dos hijas viven del campo: alquilan media manzana de terreno y siembran maíz y frijol. Si la cosecha es buena, garantizará comida para todo el año y podrán vender algo. Los ingresos los complementa Rosa, que sabe echar pupusas y lo hace o en Quezaltepeque o en San Juan Opico. Gana cinco dólares por una jornada que le supone salir de casa a las cuatro de la mañana y regresar a las seis y media de la tarde. Los pasajes corren por su cuenta.

—Yo trabajo pero ahorita, fíjese que, usted sabe la situación, ahorita no hay trabajo, y uno siempre necesita, ¿verdad?

Quizá por eso se agradece tanto la visita de la pipa. El problema es que a veces se pasa un mes entero sin dar señales de vida y la sed no espera tanto. Entonces, casi siempre, toca pagar. La Meca está en el radar de tres piperos distintos. En el mejor de los casos, el barril se lo venden a un dólar, pero a veces toca pagarlo a uno cincuenta. Como se necesitan cinco barriles para hacer un metro cúbico, lo están cancelando a un mínimo de cinco dólares. El pliegue tarifario de ANDA aprobado en febrero de 2010 fue criticado con dureza porque dejaba de subsidiar a los grandes consumidores. Pues bien, en la actualidad a ningún cliente de ANDA, ni a las residencias ajardinadas más exclusivas ni a las empresas más derrochadoras, paga más de dos dólares por un metro cúbico consumido. En su miseria, Rosa, Salvador y el resto de residentes en La Meca o en cualquier otra comunidad que depende de piperos lo están pagando a no menos de cinco dólares.

“Es correcto”, “tiene usted toda la razón”, responderá otro día el presidente de ANDA, Marco Antonio Fortín, cuando se le pongan los números delante.

—¿Y no le parece una ironía trágica?
—Sí, pero mire –se envalentonará–, ironía más grande es que ocurra eso mientras en la zona de viviendas más cara de San Salvador, la colonia Escalón, haya conexiones directas y paguen $2.29 al mes. ¡Esa sí es una ironía!

Los excluidos, los que menos tienen, son quienes pagan el agua a granel más cara de todo el país. Y este problema, aunque se sufre en familia y casi siempre en el anonimato, es masivo. Esas cifras de acceso al agua son uno de los termómetros que año tras año pintan El Salvador como un país tercermundista.

—Desde los diecisiete tengo yo de vivir en este pedrero –dice Salvador.

Cumplirá treinta y siete años en mayo, por lo que lleva veinte en La Meca. Es de los pioneros. Antes vivió en la comunidad Milagro de la Roca II, al otro lado de la carretera, y allí tampoco conoció ni el agua potable ni la luz domiciliar. En realidad, nunca ha vivido en una casa que tenga un chorro o paredes de bloque; quizá por eso en su orden de prioridades el primero está obtener las escrituras. La última década la ha pasado con Rosa, con quien se acompañó cuando ella tenía catorce. Pronto nacieron Reina Elizabeth y Ruth Esmeralda, de siete y de cinco años. La menor aún no ha puesto pie en una escuela.

El cielo amenaza tormenta.

—Pero enveces se va para otro lado –dice Norberto González, otro vecino, también de los pioneros, que se ha sumado a la conversación.

No disponer de agua potable domiciliar obliga a tomar medidas. La champa, no importa qué tan destartalada esté, debe contar con algún sistema para que la lluvia que cae sobre el techo termine en algún barril. La estación lluviosa es una aliada poderosa. Cada familia también se las ingenia para estirar la vida útil de la poca agua de la que disponen. Así, incluso en las épocas más desahogadas, el sobrante del aseo personal sirve para lavar los trastes; y el sobrante del lavado de los trastes, para regar las plantas. Cada gota sirve.

Todos acá saben que lavarse las manos y el aseo en general son herramientas poderosas contra la gripe o la diarrea, o que cambiar el agua de los barriles evita los criaderos de zancudos, pero todos esos buenos consejos adquieren tono de insulto cuando el Estado que los da nunca ha hecho nada por evitar que los excluidos tengan que pagar cinco dólares por metro cúbico de agua.

Una ironía más: esta situación está ocurriendo en El Salvador, un país tropical en el que llueve a mares y cuyo subsuelo tiene la capacidad de almacenarla. El promedio nacional es de unos mil ochocientos milímetros de lluvia cada año. En El Cairo, la capital egipcia, solo caen diecisiete milímetros en el mismo período. Londres, ciudad con merecida fama de estar enemistada con el sol, rara vez supera los seiscientos milímetros. Y sin irse tan lejos para las comparaciones, México D.F. apenas sobrepasa los setecientos milímetros en doce meses. En El Salvador llueve y lo hace con ganas. Que un millón trescientas mil personas no tengan cañería en su casa y que buena parte de los que la tienen convivan con racionamientos es un problema de mala gestión del recurso, no de falta de agua.

Y esto ocurre a pesar de que los dos últimos gobiernos dicen haber trabajado con sentido humano uno, y el otro, con la opción preferencial por los pobres como norte.

—¿Y el agua que les venden los piperos es buena? –pregunto.
—Pues algunos enveces no lavan la pipa, solo la llenan y se vienen –dice Norberto.
—Algunos la traen bien fea, que cuando uno la toma, sabe a lata –complementa Salvador.

La figura del pipero resulta contradictoria. En comunidades como La Meca es la persona que les hace pagar el agua más cara del país, pero al mismo tiempo es la única persona que se la trae hasta sus viviendas. El propio presidente de ANDA me admitirá que hoy por hoy los piperos resultan imprescindibles.

—¿Qué ocurriría si no existieran?
—Un caos, porque ANDA no alcanza a dar el servicio a las comunidades. Sería tremendo, se manifestaría la gente, saldría a las calles, haría desórdenes…

Quien responderá así es un pipero. Se llama Óscar Rodríguez y, con algunos intervalos, trabaja desde que tenía dieciséis años en llevar y vender agua a quien la necesita. Hoy tiene 43 y es dueño de Transportes Rodríguez, una pequeña empresa con sede en San Salvador que tiene en su haber dos pipas de ocho metros cúbicos y emplea a cuatro personas. Incluso le da para pagar un pequeño anuncio diario en la sección de Clasificados de El Diario de Hoy.

La suya es una historia de superación. Llegó al negocio del agua por necesidad. Se crió en la comunidad La Brisas de San Salvador cuando allí no había servicio. Su padre comenzó a subir barriles en el viejo pick up familiar para venderlos a vecinos, y pronto vieron el filón. Así, hasta hoy. Los números son simples pero efectivos. Rodríguez llena sus pipas en planteles que ANDA tiene en La Chacra y en Los Chorros. Él paga $11.14 y la revende a $35 cuando se la da a un único comprador, y saca hasta $40 cuando la coloca a barriladas. Lo que más le conviene, asegura, es la primera opción, es decir, trabajar con empresas o residencias que le compren la pipada entera. La entrega es rápida, y los costos de traslado son menores que ir pasaje por pasaje en comunidades perdidas.

Trabajo no le falta. La estación seca, obvio, es cuando más movimiento tiene, pero el negocio se mantiene saludable durante la estación lluviosa. Hay, sin embargo, una época que resulta especialmente beneficiosa para los piperos: los períodos de campaña electoral. “En San Marcos, por ejemplo, le dan prioridad a lo del agua solo cuando hay elecciones –dirá Rodríguez–. Ahí es seguro que me alquilan las pipas, le empiezan a poner logotipos y comienzan a regalar agua, pero solo es durante la campaña, y también les dicen que les van a introducir cañerías.” Esta práctica la realizan los principales partidos políticos sin distinción de ideologías.

Rodríguez estima que, tan solo en la capital y alrededores, trabajan unas 60 pipas privadas. Ante la incapacidad estatal, vender agua a quien más lo necesita parece ser un buen negocio.

Pero la pipa que esta mañana llegó a La Meca es la municipal. El agua que dan es poca, pero es buena y es sobretodo gratis. Ha pasado más de una hora, y el camión debe estar terminando su minigira. Rosa acaba de poner unos frijoles al fuego. Su cocina, por llamarlo de alguna manera, es un barril ubicado fuera de la champa, carcomido por el óxido y abierto por un lado hasta la mitad. Ahí arden unos leños; sobre los leños, una estructura metálica; y sobre la estructura, la cazuela. Rosa pide a su hija mayor que me ofrezca un mango maduro.

—Los vamos a traer bien lejísimos –dice–, para tenerle algo a las niñas aquí.

Rosa habla y habla, y menciona a Dios una y otra vez. Dice: “Con la ayuda de Dios salimos adelante”. Dice: “A mi esposo lo tuve bien grave, pero gracias a Dios ya está más o menos”. Dice: “Aquí muere la gente solo por voluntad de Dios”. En El Salvador, Dios parece ser el mejor aliado de los malos gobernantes.

***

El ruidoso Dongfeng está ya casi vacío. Solo le alcanza para un barril más, y será el de Benito Menjívar, un hombre de 79 años que reside en la entrada a La Meca. Pero antes de llegar se viene el mameyazo de agua. Es una tormenta corta, no más de 15 minutos, pero intensa. Afuera de la pipa, junto al tanque, viajan dos ayudantes, y el motorista decide que es mejor esperar a que escampe.

Dos señoras abren la puerta de su hogar, dan la bienvenida y ofrecen sillas. Adentro, el techo es de lámina y está lleno de agujeros. Cuesta encontrar un lugar en el que uno no se moje. Pero en La Meca han sabido hacer de la necesidad virtud. Además de la canaleta para llenar barriles, debajo de cada uno de los agujeros colocan cumbos y huacales para aprovechar el agua. Llueve y la lluvia es una buena noticia para quien menos preparado está para afrontarla. Una ironía más.

—Con este barril que les ha dado la alcaldía, no tendrán que comprárselo al pipero si llega esta tarde –me atreví a comentar a Rosa antes de despedirme.
—¡Cómo no! Si viene otro en la tarde, le compramos –respondió enérgica–, porque la que me han traído ahorita es para tomar, pero necesito agua para lavar la ropa. Ya tengo mi Rinsito y lo que me falta es el agua.

Los piperos lo saben, y a ninguno se le ocurriría ir a La Meca después de una tormenta como esta. Para los que pagan el agua más cara del país, la lluvia siempre es ahorro.
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