miércoles, 21 de abril de 2010

Sesión fotográfica en el penal

Siete pandilleros vestidos de un amarillo chillón con siete Polaroid en sus manos salen a uno de los patios de la cárcel, y lo primero que hacen es acercarse a una estatua de la Virgen María para fotografiarse a su vera. 1, 2, 3 fotografías… ¿Surrealismo? No, la enésima prueba de que la realidad es capaz de superar con creces la ficción. Hoy es viernes y es abril, falta una hora para el mediodía y esto es una prisión salvadoreña. Se llama Izalco y está situada en el municipio homónimo, a unos 60 kilómetros de la capital.


La estampa surrealista de los pandilleros fotógrafos ha sido propiciada por Klavdij Sluban, un laureado fotógrafo francés que estos días está de visita en Centroamérica. Respaldado por la Embajada de Francia, Sluban propuso a la Dirección de Centros Penales sumarse a un experimento que él había puesto ya en práctica en prisiones de Rusia, de Eslovenia, de Serbia, de Francia, de Georgia… La idea es simple: tras una pequeña charla explicativa, se entregan cámaras a un grupo de internos para que fotografíen lo que les permitan las autoridades.


Del área que acoge la estatua de la Virgen María el grupo pasa al patio central, donde está la única cancha de baloncesto. No hay mucha actividad a pesar de la hora. La mayoría de los internos están en sus celdas, desde donde se asoman para ver qué sucede. 12, 13, 14 fotografías... Salvo los descamisados, todos tienen camisetas amarillas. Tras la explicación, unos pocos posan gesticulantes para sus compañeros de pandilla.


Hoy es un día inusual en Izalco y no solo por las sesiones de fotografía. La actividad ha permitido a los siete elegidos caminar por el penal sin grilletes y ahora les hará merecedores de un regalo inesperado. Cuando los conducen al área de visitas, los guardias los suben por las rampas que usan los familiares, y desde aquí se mira más allá de los muros. Apenas se ven lomas arboladas y verdes, pero saben a libertad para los que desde hace meses o años solo han visto cemento gris. 18, 19, 20 fotografías… La agitación generada por el regalo no pasa desapercibida para Sluban.


—Las prisiones son como el cuarto de baño de los países, lo que a las visitas nadie le gusta enseñar de su casa –me dirá luego.


Está convencido de que el estado de sus cárceles muestra el nivel cultural de cada nación.


El rally fotográfico continúa hacia el área de visitas, un rectángulo amplio en el que madres, esposas, novias e hijos se pueden sentar alrededor de mesas de cemento junto a los visitados, que mantienen su riguroso amarillo. El ambiente es silencioso. 23, 24, 25 fotografías… La caja de cartón del carrete decía que eran 24, pero Sluban ya advirtió de que siempre salían más.


El Crazy es uno de los siete elegidos. Purga ocho años de condena por haber robado a un hombre dos cadenas de plata, un reloj, unos lentes de sol y cuatro dólares. Todo su cuerpo está tatuado. Su cara es un lienzo. Se acerca, me entrega la cámara y me pregunta temeroso si aún quedan fotografías. A través de un visor se ve el número 28. El rollo, en efecto, se ha terminado y con él, lo más interesante de la actividad.



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(Este relato es una versión de una crónica publicada el 18 de abril de 2010 en www.elmundo.es)

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