martes, 30 de marzo de 2010

El día de Elsy Dubón

Ella creía que nunca llegaría un día como hoy. María Elsy Dubón había contado la historia de su niñez rota en más de una ocasión pero, siendo el propio Estado el que la arrancó de su familia hace tres décadas, creía que nunca lo haría ante una Primera Dama, ante un canciller, ante una presidenta del Consejo Nacional de Seguridad Pública. Elsy –35 años, fornida, piel clara, ojos oscuros– es uno de los primeros rencuentros exitosos que logró Asociación Pro-Búsqueda, la ong que, recién terminada la Guerra Civil, fundó el jesuita vasco-salvadoreño Jon Cortina con la idea de reunificar familias quebradas. Hoy se conmemora el Día de la Niñez Desaparecida.

Elsy ha dormido bien. Se ha despertado a las 6 de la mañana, como de costumbre, ha desayunado, se ha duchado, se ha enfundado unos jeans y una camiseta con el logo de la ong, y se ha venido para el parque Cuscatlán a las 7. Hasta que han comenzado a llegar las autoridades, a eso de las 9 y media, ha ayudado a inflar globos y a instalar sillas y pancartas.

Ya son las 10 y media pasadas cuando llaman a Elsy a la tarima. A sus espaldas, decenas de retratos de niños de los que aún se desconoce su paradero. Delante, por primera vez, una digna representación del Estado. No trae nada anotado. Todo lo lleva en la cabeza porque cuando se habla con el corazón, dice, nada malo puede suceder. Cree con firmeza en unas palabras que en más de una ocasión les dijo el padre Jon: “Cuando muera, instalaré mi oficina en el cielo y desde allá los ayudaré”. Se para firme frente al micrófon, el orgullo en la mirada, como si en verdad el padre Jon la observara.

—Lo que les voy a contar es la página la más triste de mi vida; 28 años han pasado desde aquel día de angustia y dolor…

Corría 1982 cuando el Ejército organizó un operativo en el caserío Cerrón Grande de Chalatenango. Tenía 7 años. La familia –padre, madre, hermanos– huyó a refugiarse a los bosques, como casi todas, pero cayeron en una emboscada que fragmentó el grupo. A Elsy la cargaba su padre en brazos, y en la confusión terminaron separados del grupo. Caminaron hasta que dieron con un par de viviendas abandonadas. El padre la dejó en el suelo, se adelantó un poco, y de una de la casa le dispararon. Herido pero aún con vida, fue torturado delante de ella antes de terminar con la cabeza clavada en una estaca. A Elsy le dieron una pastilla y se la llevaron. Entre 1982 y 1994 estuvo en calidad de huérfana en la sede de Aldeas SOS Santa Tecla. Le inventaron una identidad, le pusieron más edad, le cambiaron los nombres de los padres. Pero ella tenía 7 años cuando la arrancaron de su familia y recuerdos suficientes para contárselos a los colaboradores de Pro-Búsqueda cuando le preguntaron por su historia al final de la guerra.

—Esta es la primera vez que el Gobierno se suma a la conciencia de que se violaron nuestros derechos y que hace énfasis en que se va a reparar el daño que nos hicieron –dice Elsy, firme pero nerviosa por los sentimientos encontrados.

Entre el público, la madre de la que estuvo separada 12 años, una anciana canosa, delgada y vestida de celeste. Cuando Elsy termine de hablar y baje de la tarima, cuando los aplausos callen, las dos se fundirán en un abrazo anónimo.



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Esta es una versión de la crónica publicada el 28 de marzo de 2010 en www.elmundo.es.

sábado, 27 de marzo de 2010

El impuntual


Hace hora y media que el evento debió haber comenzado, y aquí todo y todos están preparados: la tarima, el atril, los bomberos y los socorristas de Cruz Roja, sus diplomas, la banda de música con los instrumentos regados por el suelo, la bandera de El Salvador, las sillas de plástico azul, el camión cisterna que han puesto de telón de fondo, los invitados, las cámaras y sus periodistas y Simón, el perro rescatista.

Mauricio Funes, el presidente de la República, llega tarde una vez más.



martes, 23 de marzo de 2010

Amanecer frente a la Isla del Coco

El barco lleva 34 horas huyendo del continente. Zarpó hace 500 kilómetros, y desde que abandonó el muelle lo único que ha hecho es adentrarse en el océano. Poco antes de las 5 de la mañana, la travesía está a punto de finalizar. El sol no asoma todavía, lo hará en unos minutos, pero clarea lo suficiente. Se identifica a lo lejos el perfil de la isla. Tierra firme, al fin.

Se acerca un pájaro grande, marrón oscuro y de pecho blanco. Llegarán más, similares y diferentes. Algunos vuelan tan a ras que parece que la punta de sus alas golpeará la superficie del mar.

—¿Qué pájaro es?
—Sula leucogaster —responde Michel Montoya, consultor ambiental.

A Montoya le gusta llamar por su nombre científico a los animales. Si ha conseguido una cara de asombro, lo traduce: “Piquero pardo”. Calza cachucha, es bajito y tiene barba canosa a lo Sean Connery. Nació hace 68 años, y 25 los ha pasado de una u otra manera relacionados con la isla. En su currículum se amontonan una veintena de artículos con títulos como “Sobre la formación de una colonia de Sula dactylatra en la Isla del Coco”. Él es uno de los dos instructores contratados en calidad de experto por los organizadores del viaje que recién inicia.

Las aves son el verdadero comité de bienvenida, pero, cuando el barco entra en una bahía, una de nombre Wafer, también se acerca un poderoso motor fueraborda Honda. Dentro van un par de guardaparques del Ministerio de Medio Ambiente costarricense. Uno maneja, el otro se rasca el brazo derecho.

Para entonces el sol ha salido y buena parte del cielo está ya azul. Donde no hay azul, hay nubes. Blancas, menos blancas, grises y más grises. Debajo, la isla, una inmensa roca compacta y elevada, sin espacio para playas, y verde, insultantemente verde. El francés Jacques Cousteau (1910-1997), quizá el oceanógrafo más famoso de la historia, también llegó con su buque Calypso aquí. Y describió así lo vio: “Emerge como un verdadero paraíso en medio del océano... es la Isla del Coco la más bella del mundo de todas cuantas he visitado”.

Hoy es 28 de abril, aunque eso poco importará durante los próximos cuatro días.



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Esta es una escena de una larga crónica publicada en julio de 2008 en la revista Séptimo Sentido, del diario salvadoreño La Prensa Gráfica.

viernes, 19 de marzo de 2010

Y tan tranquilos los dos

El contexto: hace tres días que un joven de 17 años asesinó a puñaladas a otro de 18 en una pelea callejera desatada a las 5 y media de la tarde en plena colonia Escalón, la más pudiente de la capital. Segundos antes ni se conocían. Se retaron nomás por ser uno de un instituto y el otro, de otro. La muerte habría sido una más entre las 12 que ocurren cada día en este paisito, ni siquiera una de las que se realizan con más saña. Pero por la misma calle y a la misma hora pasaba un fotoperiodista de La Prensa Gráfica, registró con profesionalismo lo sucedido, y esas imágenes convirtieron el asesinato en acontecimiento nacional. Desde entonces noticieros y periódicos han reservado sus mejores espacios para mostrar la secuencia fotográfica una y otra y otra y otra vez, para debatir sobre las condenas de los menores infractores, y para cuestionar la aparente pasividad con la que la sociedad y los periodistas asumen estos hechos.

La escena: ahora es mañana de domingo, y la plaza Gerardo Barrios de San Salvador acoge la presentación pública de la promoción número 99 de los alumnos de la Academia Nacional de Seguridad Pública. Ha llegado Manuel Melgar, el ministro de Seguridad del país más inseguro del continente. Los periodistas se arremolinan a su alrededor para volverle a preguntar por el asesinato de hace tres días. Los 36 que las matemáticas dicen que han ocurrido en medio parecen no importar.

La pregunta del periodista:
—Pero por la frialdad con la que el joven asesina al otro muchacho da a entender de que no es la primera vez que ha asesinado…
—Habría que ver –responde el ministro Melgar– si tiene o no antecedentes delincuenciales. Eso yo no me atrevo a decir, porque hay que esperar las investigaciones.

Y tan tranquilos los dos.




miércoles, 17 de marzo de 2010

El asesino enclenque

Mañana Marlon será condenado por cuatro homicidios agravados. El juez se convencerá de que es el responsable de cuatro asesinatos ocurridos entre marzo y mayo de 2009: a un joven lo disparó por no querer levantarse la camisa; a otro, por ser de la Mara Salvatrucha; y a dos jovencitas que caminaban con él y sus homeboys las mató porque creyó que eran unas soplonas. Además de un asesino, Marlon es pandillero, del Barrio 18. Marlon tiene 17 años.

La condena será mañana jueves, cuando concluya la vista de causa. Ahora aún es miércoles y es marzo, y el juicio va a comenzar. Marlon ingresa esposado y acompañado por dos custodios. Tiene cara de ratón y el pelo húmedo y repeinado hacia atrás. Apenas supera el metro cincuenta y se ve enclenque. Podría protagonizar un spot de desnutrición. Solo los tatuajes que asoman en sus muñecas amortiguan la sensación de lástima.

—Tiene cara de sinvergüenza –me dice el empleado del área de comunicaciones de la Corte Suprema de Justicia que me acompaña.

Hasta cuando fue detenido en agosto de 2009, Marlon vivía en la colonia Madre Tierra II de Apopa. Junto a él cayeron 11 pandilleros más, todos menores, pero solo lo procesaron a él y a otros dos más: uno se fugó apenas el sistema lo liberó con medidas y el otro, aquí presente, el juez le dictará mañana libertad asistida.

El caso de Marlon, que haría correr ríos de tinta en otras latitudes, pasará inadvertido en El Salvador. Ningún periodista estará presente en la sala ni hoy ni mañana, y la sentencia será ignorada por los diarios y los noticieros locales. Por la frecuencia con la que ocurren cosas así, hace tiempo que dejó de marcar agenda informativa un juicio de niños, pandilleros y asesinos.

El juez impondrá a Marlon la pena máxima: siete años en un centro de resguardo de menores. En El Salvador, cada pandilla tiene asignado sus centros, con la idea utópica de evitar enfrentamientos. Marlon será enviado a uno llamado El Espino, en Ahuachapán. De allí lo han traído hoy esposado. Seguirá en compañía de más pandilleros del Barrio 18, muchos de ellos condenados por asesinato.

Recuperará su libertad cuando tenga 26 años. Quizá antes.




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(Esta es una versión modificada de una crónica publicada en elmundo.es el 13 de marzo de 2010)

jueves, 11 de marzo de 2010

El canciller y los retrasados

La conferencia de prensa estaba pautada para las 9:30 de la mañana, pero el canciller aparece ahora, cuando pasan unos minutos de las 10. Llega trajeado pero informal, con saco pero sin corbata, con camisa de cuello pero desabotonada. Al final dirá que ha dormido poco y pedirá disculpas por los lapsus. “Escucharemos al señor ministro de Relaciones Exteriores, ingeniero Hugo Martínez”, dice la voz metálica que hace las veces de maestro de ceremonias ante el reducido número de periodistas que ha llegado a cubrir el evento. ¡Pssst! Comienza la conferencia…

—Muy buenos días, es un gusto saludarles. Disculpen esta convocatoria en día domingo, pero…

La sala de prensa de Cancillería es pequeña, y todos nos oiríamos sin necesidad de micrófonos y altavoces, pero los hay. El canciller Hugo Martínez le habla al único micro que tiene sobre la mesa que preside. Entre sus manos, un legajo de hojas en donde tiene detallada la agenda del viaje oficial que el presidente Mauricio Funes iniciará mañana a Estados Unidos. Y a su derecha, la funda de los lentes.

—La comitiva oficial, obviamente, es encabezada por el presidente Funes; acompaña la primera Vanda… perdón, la Primera Dama, Vanda Pignato… –dice casi al inicio.

—Como saben, en el caso de México siempre ha sido y será Hugo Barrera nuestro embajador. Perdón… Hugo, Hugo, Hugo Carrillo, perdón, será nuestro embajador… –dice casi al final.

Para el segundo de los errores del canciller Hugo Martínez el murmullo es más sonoro. También porque durante la media hora que ha transcurrido desde que arrancó esto no han dejado de ingresar en la sala periodistas, fotógrafos y camarógrafos retrasados. Termina la conferencia. La voz metálica retoma la palabra: “Para los medios que recién nos acompañan, si hay alguna pregunta puntual sobre la gira del señor presidente de la República…”

—Señor canciller –alza la voz uno de los retrasados–, como usted ha podido comprobar, hubo varios periodistas que no logramos llegar a tiempo, y quisiéramos saber cuáles son los preparativos…

A pesar de la desvelada, el canciller Hugo Martínez permanece sentado sobre su silla, comprensivo, como si repetir dos veces la misma conferencia fuera lo más normal del mundo.

—Vaya, me avisan cuando estén listos los de la segunda ronda.
—Ya estamos –se oye a coro.
—Okey, vamos a la segunda ronda. Bueno, como les anunciaba, partimos el día de hoy con la comitiva oficial para la reunión con el presidente Obama. La comitiva está integrada por…


sábado, 6 de marzo de 2010

Fumata blanca por el dengue

El dengue regresó a El Salvador. Aunque lo correcto sería decir que nunca se fue, porque la enfermedad es endémica en este país diminuto, tropical y superpoblado. Regresó hace unas semanas a las estadísticas oficiales, regresó hace unos días a los titulares de los medios de comunicación, y regresó hoy a esta comunidad ubicada en San Salvador llamada La Pedrera I en forma de una humareda espesa y blanca.

La Pedrera I es un parche de marginalidad en medio de la exclusiva colonia Escalón. Poco más de 150 casas a menos de un kilómetro de la Torre Futura, el edificio más moderno de la ciudad. Tienen luz y agua potable, y las casas son en su mayoría de bloque con techos de lámina. Pero en esencia es una comunidad como casi todas: laberíntica y con pasajes estrechos llenos de desechos.

Hoy es 2 de marzo, pero en La Pedrera I parece agosto. No lo digo por las lluvias –desde hace meses no cae una gota–, sino por las fumatas que salen de las casas y de los pasajes. Están fumigando en plena estación seca. Francisco Esquivel es el síndico de la asociación comunal, y se está encargando de guiar a los empleados de la alcaldía que llevan los termonebulizadores, las bombas que producen la fumata blanca en cada casa que permite el ingreso a los extraños, que no son todas. La humareda no es más que diésel mezclado con insectizada. El olor es fuerte, pero dicen que no representa peligro alguno para el ser humano.

―Yo tengo una perra y un perro, y la perrita tuvo hijos –me responde Alejandra sin haberle preguntado.

Alejandra tiene 7 años y pocos dientes, y es la menor de las tres amigas que desde el inicio de la fumigación siguen a la ruidosa comitiva por el laberinto. Al poco, las tres corren y desaparecen.


Fumigar es una medida que está en las antípodas de la prevención. Cuando se fumiga, si se hace bien, se logra matar a los zancudos. Las larvas no mueren, y en 15 días, si no se eliminan los criaderos –el agua estancada en las canaletas, las llantas o las macetas–, el área fumigada volverá a estar llena de zancudos. Esta es la primera crisis sanitaria que afronta el Gobierno de Mauricio Funes, y le ha apostado a la espectacularidad que garantizan las campañas de fumigación.

Los termonebulizadores continúan en La Pedrera I vomitando ruidosamente el veneno dentro de las casas, y la humareda escapa blanca y espesa por las ventanas y la puerta antes de desvanecerse para siempre en el aire. Tras más de una hora, llegan a la casa 44. Aquí vive Alejandra. Está arrodillada a unos metros de la fumata que sale de su vivienda y tiene delante una caja de plástico translúcido cubierta por un trapo verde. Adentro hay tres cachorros minúsculos, la descendencia de Mariposa y Roco. Nacieron cuatro hace diez días, pero uno murió.

―Están tiernitos –dice Alejandra.

Mariposa, una perra de pelaje ondulado y blanco con grandes manchas negras, me ladra y trata de morderme. Protege lo suyo. Alejandra ríe. Se levanta con la caja en brazos y se aleja.


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(Esta es una versión modificada de una crónica publicada en elmundo.es el 3 de marzo de 2010)

La primera vez es la que más se recuerda

Fue el primer jefe de delegación que aterrizó en Ciudad de Guatemala, como un novio impaciente, como si quisiera evitar cualquier inconveniente de última hora. Hoy era el día de Porfirio Lobo Sosa, que este 5 de marzo dormirá un poco más presidente que lo que lo era ayer. Amaneció otoñal en el país de la eterna primavera. Cielo gris encapotado y una brisa que hacía ondear con fuerza la gigantesca bandera guatemalteca que singulariza la Plaza de la Constitución, una especie de Zócalo a escala reducida, lleno de palomas, de indigentes y de indígenas, y hoy también de soldados armados con fusiles M-16.

Justo enfrente del mástil, el Palacio Nacional de la Cultura; y en las puertas del palacio, un Lobo encorbatado y sonriente cuando bajó del Toyota Prado metalizado que lo trajo desde el aeropuerto. Las mismas escaleras las subió minutos después Hillary Clinton, la secretaria de Estado estadounidense. Y también cuatro jefes de Estado: los de Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Belice. Un minicumbre, pero cumbre al fin y al cabo. El bautismo de Lobo es estas lides tras el portazo que hace dos semanas le dieron en la reunión del Grupo de Río celebrada en Cancún, México.

Porfirio Lobo Sosa es presidente desde el 27 de enero. Lo es tras unas elecciones que se desarrollaron cinco meses después de un golpe de Estado y sin el visto bueno de la comunidad internacional. Pero lo ocurrido hoy vino a alterar esta realidad, aunque sea de manera parcial. Quizá por eso Lobo ensayó su mejor sonrisa y la adornó con una fina corbata de rayas amarillas y azules.

Estaba dentro del guión que la diplomacia estadounidense le diera la bendición, como lo hizo Hillary Clinton, pero no tanto que, con la excepción de la Nicaragua bolivariana, lo hiciera en bloque una Centroamérica que hoy por hoy está virada políticamente hacia la izquierda. El caso más paradigmático es sin duda el de El Salvador. El presidente Mauricio Funes llegó al Gobierno en junio pasado de la mano de la ex guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), partido que sigue a pies juntillas las directrices emanadas desde Caracas; entre ellas, el rechazo al sucesor de Micheletti. Funes ha pasado de ser una de las voces más críticas del golpe a convertirse en uno de los principales promotores de que la comunidad internacional comulgue con la Honduras de Lobo, para escándalo del partido que lo llevó al poder.

A la hora de la foto oficial, Lobo no dejó de sonreír y de hablar con sus colegas. En su bautismo le tocó posar entre los presidentes de República Dominicana y de Costa Rica. Se paró sobre la banderita hondureña que le indicaba dónde ubicarse en la tarima, y alzó su mano derecha lo más elegantemente que pudo.

De una cumbre de este tipo, donde generalmente hay más pompa que resultados, Lobo salió satisfecho. Logró su objetivo. Y dicen que la primera vez es la que más se recuerda. Pasadas las tres y media de la tarde, cuando abandonó el palacio y bajó de nuevo las escaleras para subirse en el Toyota Prado que lo llevó al aeropuerto, el ambiente otoñal mañanero había desaparecido. El cielo estaba azul, y el sol brillaba recio sobre el país de la eterna primavera. También sobre la cabeza de un Lobo sonriente.



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(Esta es una versión modificada de una crónica publicada en elmundo.es el 5 de marzo de 2010)
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